Nunca Más
Cuenta mi madre que de bebé supe ser muy simpática y dada con los demás; hasta que una tarde de agosto del 76, poco antes de cumplir un año, nos encontramos con su tía Matilde y su hija Graciela. En cuanto se me acercaron e intentaron tenerme en brazos, rompí a llorar como nunca, aunque ellas me sonreían. -Qué nena tan llorona y arisca- decían ellas. -Pero no, mi nena nunca es así- se defendía mi mamá. Un mes después, Graciela, la prima de mi mamá, fue secuestrada y continúa desaparecida. Si los niños leen el corazón, no quiero volver a leer un horror como ese nunca más.
Es buen momento ahora. Van a cumplirse cuarenta años del golpe. La abuela murió hace unos meses. “Círculo de Amor Sobre La Muerte” estaba entre los libros que los otros nietos no se llevaron, así que lo acaba de heredar. Es buen momento para leerlo ahora. Le tiembla un poco el pulso al abrirlo.
Mira el año de edición, 1990 y recuerda vagamente unas palabras de su madre: “Dice la abuela que el libro que escribió Matilde no se puede leer, por momentos no se puede leer, es demasiado…demasiado”. Quizás ahora ya no sea “demasiado”, después de todo ya fue capaz de leer el informe de la CONADEP, Nunca Más. Todavía la atormentan los recuerdos de algunos párrafos sobre las torturas, aunque ya pasaron varios años, pero fue capaz de leerlo todo. Círculo de Amor no puede ser más terrible que eso.
Sabe que no va a encontrar descripciones detalladas sobre torturas, porque el libro habla desde la búsqueda de las Madres. Eso la anima a empezar la lectura. La autora es su tía abuela, Matilde, madre de Plaza de Mayo, quien recopila los testimonios de otras madres.
Se propone no llorar. Se estremece ante la descripción de una madre del cuerpo de su hijo muerto en un supuesto enfrentamiento. Abandona el libro un momento, quiere sacar de su cabeza las frases “le faltaban ambos ojos…no quedaban rastros de sus hermosos dientes en su boca que tenía una mueca de dolor…las manos y los brazos con quemaduras de picana…quise ver el resto de su cuerpo, pero no me dejaron”
Se abraza a su pequeño hijo que duerme a su lado. Lo besa antes de retomar la lectura. Piensa con una mezcla contradictoria de alivio y tristeza que no habrá en el libro una descripción del cuerpo de Graciela, porque Matilde murió sin haber encontrado a su hija.
Sonríe con una ternura infinita cuando lee las palabras que Matilde le dedica a la abuelita de Graciela y su gatita gris. Porque ella las conoció a ambas y el recuerdo de su bisabuela amasando bolitas de carne picada para dárselas a la gatita gris se le dispara en el corazón.
Recuerda que a los cinco años, sentada en la cocina de las abuelas (la abuela y la bisabuela vivían juntas), sumida en una meditación profunda, se preguntó el por qué de la memoria selectiva y si acaso uno podía elegir qué recordar. Entonces decidió hacer un experimento; vio a su bisabuela pasar a su lado, caminando despacio con unos pasos muy cortitos y se dijo “este preciso momento, estos pasos de la abuelita y esta silla donde estoy sentada, los voy a recordar siempre”. Cae en la cuenta de que aún tiene el recuerdo que decidió conservar y otros que conserva porque sí. Un alboroto terrible. La mamá, la abuela y la bisabuela tratando de convencerla de que entre al baño sola. Ella se está haciendo pis encima, pero ya es de noche y la ventanita del baño de la casa de las abuelas que da a la más absoluta oscuridad le inspira terror. Pide que alguien entre con ella. Le dicen que no, que ya es grande, ya tiene cinco años. Pide por favor que no la dejen sola con esa ventana tenebrosa. La bisabuela se apiada de ella y propone una alternativa, que entre al baño con la gatita gris, ella está de acuerdo, pero la gatita gris no. En cuanto entra al baño se le retoba en los brazos. Ella la sujeta como puede, pero cuando se sienta en el inodoro, se le escabulle y sale corriendo por la puerta aprovechando que la puerta quedó entornada. Ya es tarde, ya está sentada en el inodoro haciendo pis junto a la ventana negra, completamente sola. Ya está, es hora de enfrentar los miedos.
El último testimonio del libro es el de la propia Matilde. No es más ni menos estremecedor que los otros. No hay muchos más datos que los que ella ya conoce de su historia familiar, pero llora. Aunque de su tía Graciela no tiene más recuerdos que el de unos sueños recurrentes que tenía de chica, o es lo que supone ahora, que la joven que le sonreía en sus pesadillas, provocándole una inexplicable angustia, debía ser su tía desaparecida.
Llora porque piensa que a los que ya no están, no los conoció enteros, a todos ellos ya les faltaba Graciela. A sus tíos abuelos, a su abuela y a los pasos cortitos de su bisabuela.
Autora: Teodora Nogués
Nací en septiembre de 1975 en Buenos Aires, Argentina. De chica viví en un velero que zarpó de San Isidro en 1983 y naufragó cuatro años después en el mar Caribe, luego de recorrer lentamente toda la costa de Brasil, la Guayana Francesa, las Pequeñas Antillas y Puerto Rico. El resto de mi infancia y parte de mi adolescencia las pasé en tierra, pero llevando con mi familia una vida bastante aislada y desarraigada. Viví en los Valles Calchaquíes tucumanos, donde terminé mis estudios primarios, a los trece años de edad, en una escuelita rural de tan sólo cincuenta alumnos. Luego vivimos en distintas localidades cercanas a Orán, provincia de Salta. También en algunos pueblos de Bolivia y en una comunidad wichi. Una desgracia familiar nos trajo de regreso a Buenos Aires donde puede empezar mis estudios secundarios a los 17 años en un Centro de Estudios de Nivel Secundario acelerado para adultos y terminarlos a los 20. Desde entonces, no volví a mudarme fuera del radio de Capital Federal y Conurbano, ni tengo planes de hacerlo.
Por haber tenido una infancia y adolescencia tan “viajada”, mucha gente me sugirió que tendría que escribir mi historia. La verdad es que siempre me gustó escribir, pero las anécdotas de viaje pintorescas por sí solas no tienen mucho interés. Es más la búsqueda interna que vino después lo que me moviliza. El darme cuenta de que en todas partes hay infancias desamparadas y abusos de poder.
Soy coautora, junto con mis compañeros de elenco y mi directora, la mexicana, Sol Ulacia Fernández de la obra teatral Ex Niñas de la compañía Teatro Horizontal
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Imagen de portada: Picasso