Así Fuimos (Fragmentos)
Inmediatamente después de salir de la cárcel me reincorporé a la Fede[1] como secretario de organización. Y en vez de irme a vivir a la casa de mis padres me fui a vivir a la clandestinidad, a un cuartucho alquilado en Villa Urquiza donde tenía un mimeógrafo para imprimir folletos y prensa.
En aquel entonces – especialmente a partir de la dictadura del 43' – los libros, periódicos y folletos comunistas eran ilegales y si te los encontraban podías caer preso. Los libros políticos de la familia habían viajado hacia el campo entrerriano, a la casa del tío Florencio, que los guardó en un galponcito del fondo. A los libros los escondíamos o los enterrábamos pero no los destruíamos. Cuando estábamos en la cárcel y los guardias nos hacían requisas en las celdas, los compañeros nos decían: “Los libros no se destruyen, defenderlos es una acción de lucha. El enemigo destruye los libros”.
Viviendo en la clandestinidad llegaba a la casa de mis padres en horarios un poco insólitos, los visitaba de cinco y media a seis de la mañana, tomaba un mate con mamá y comía algo, que era lo que a ella le preocupaba. Mi madre no cuestionaba la cuestión ideológica, solo decía: “Comé, acostate temprano”. Mi padre, en cambio, se sentía culpable de habernos inculcado a mis hermanos y a mí, el amor por una vida mejor. Utilizaba como argumento este asunto de: “Yo quería que ustedes fueran democráticos pero no que se jugaran el pellejo de esta manera, no que fueran fanáticos” eran las palabras que usaba. Yo caía los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, porque sabía que la cana no se ocupaba los domingos a la tarde de nosotros. De todos modos de nosotros, los compañeros de base, se ocupaban mucho menos que de determinados dirigentes que se sabía que iban a parar siempre a la cárcel. El dirigente ferroviario, el textil, el metalúrgico, etcétera. Esos compañeros estaban siempre con el bolso preparado porque figuraban en las listas de la policía, y cuando se encontraban en las razzias y en la “Sección Especial”[2] se saludaban: “Hola, hola, ¿Otra vez por acá?”. Eso era un poco motivo de risas para nosotros, pero pobres camaradas...
Para el primero de mayo de 1944 se programó una movilización sorpresiva en Plaza Once. Estaban totalmente prohibidos los actos públicos, entonces no se decía el lugar. “La cita es en Plaza Irlanda” nos dijeron. Fuimos a Plaza irlanda y allí llegó un compañero y dijo: “A Plaza Once a las seis menos cinco. Cuando se arma, ustedes se unen a la columna”.
Ya teníamos el dato, entonces íbamos y nos hacíamos los tontos, paseando, mirando vidrieras. Veíamos compañeros del Partido de distintos barrios haciendo lo mismo, algunos iban en parejas, con sus novias tomados del brazo, como se hacía cuando salíamos a repartir propaganda o a pintar paredes.
El acto comenzó con la salida de varios hombres del subte y la aparición de dos banderas, una argentina y una roja. Nos unimos a la columna que se formó en pocos segundos y empezamos a marchar. Estalló un vértigo de gritos, volantes, vivas. Aquellas parejas que paseaban mirando vidrieras, los muchachones sentados en la plaza, los grupos que ocupaban las mesas de “La perla” y “El rubí” se convirtieron de un momento a otro en columna organizada, detrás de las banderas.
A los pocos minutos comenzaron a oírse los tiros y las sirenas de los camiones con infantería policial. Nosotros habíamos cumplido con nuestra parte: la agitacion, entonces nos dispersamos rápidamente y quedó la autodefensa en manos de un grupo armado. Esa era la táctica de ese momento. Como la policía reprimía fuerte todos los actos, tenían orden de sacar el arma y tirar, se formaba lo que se llamaba una escuadra, es decir, un grupo de militantes civiles armados. Era un modelo de organización guerrillera[3] que se armaba de las células de cada barrio, a las que se les pedía diez compañeros que estuviera probado que se jugaban el cuero.
En el momento en que se declaró la batalla yo miré a un costado y vi que dos policías llevaban la mano a sus pistolas 45, pero no tuvieron tiempo de tirar porque junto a ellos había dos compañeros que los madrugaron golpeándolos en la cabeza con un diario enrollado. Por supuesto que el contenido de esos diarios no era solo noticias, sino que ocultaban unos contundentes palos que los hicieron caer al suelo desparramados.
Por toda la avenida Rivadavia, durante 3 o 4 cuadras, se veían civiles y vigilantes a piña limpia. Una muchedumbre de 3000 o 4000 personas entre las que había policías con pistolas en la mano y tiros sonando por todos lados, y al que le tocaba le tocaba (...)
Los sábados por la noche en la calle Lavalle íbamos a volantear a la salida de los cines, vestidos de sábado (rigurosa corbata y saco) y nos escondíamos entre la muchedumbre que cubría toda la calle, desde Pellegrini hasta Florida, para no ser detectados por los tiras de civil.
También hacíamos volanteadas dentro del cine, con determinadas películas que exaltaban la organización clandestina y la lucha de guerrillas en los países ocupados por los nazis. Las películas soviéticas estaban prohibidas, estuvieron prohibidas durante años, y solo al fin de la guerra se levantó la censura que nos impedía verlas.
Aprovechábamos esos viajes al centro para, cumplida la tarea de volantear, premiarnos con la pizza en “Rey” en compañía de amigos y compañeritas. Conjugábamos como podíamos la militancia con lo cotidiano, el trabajo, el café, el cine, el amor...
Yo tuve varios fugaces enamoramientos pero era medio insensible en ese aspecto. Le confesaba mi amor a una purreta y después de tres o cuatro meses le decía: “Mirá, no va más porque que se yo, esto, lo otro”, empezaba a espaciar las visitas y quedara como quedara... Era bastante inconsciente en eso. En aquella época los amores eran muy platónicos. La mutua entrega física era la culminación de un amor y no el comienzo de una relación.
Yo no tuve novias en esos años sino amantes, que claramente estaba establecido que no iban a ser mis novias. Eran amoríos en los que ni por las dudas se hablaba de casamiento ni se presentaban a los padres. Había códigos. Cuando ya se presentaba al padre el noviazgo derivaba en casamiento quieras o no. Sobre todo cuando ya se había consumado carnalmente.
Yo tenía una amante con la que mantenía una relación carnal, a sabiendas que era una amistad sin futuro. Era más grande que yo, tenía 32 y yo 23, y era soltera. Pero yo estaba viviendo en la clandestinidad y tenía la pieza en la loma del diablo, y para verla a ella tenía que ver cuándo no tenía reunión, cuándo no tenía volanteada, cuándo no tenía esto o lo otro. Y después, cuando me encontraba con ella y nos íbamos al mueble, ella me preguntaba por la militancia, me preguntaba por qué yo hacía todos esos esfuerzos...
Patria ¡Protestad!
Día de nublado nacional.
Hoy el cansancio exprime el alma
y los párpados se caen frente al noticiero.
La poesía ha sido asesinada
por la eficiencia del hombre
que pisa las cabezas de sus compañeros.
El ejecutivo triunfador y deportista,
brillante profesional pero caníbal ideológico.
Un esclavo bien vestido
que llega a su hogar hecho pedazos
a negociar migajas de cariño
pero sin tiempo para el sueño, para la fantasía.
Cianuro de suicidio social,
bullicios violentos,
excitaciones embotantes,
voluntades anuladas por la colorida inercia.
El sistema es una compleja red
que aprisiona el alma de la gente
y posterga los anhelos mas puros.
El ciudadano medio asiste lacónico
al sainete de su mediocre clase gobernante.
Vendepatrias grises, burócratas oportunistas,
cómplices, saboteadores y lacayos de cualquier patrón.
La derrota parece insuperable
pero nadie puede impedir que el sol exista,
ese faro lejano que alumbra desde un misterio insondable.
Sin bases no hay cúspides
y nosotros, las bases,
dispersos, confusos y contradictorios,
gritamos hoy y se oye dentro de medio siglo.
Pero cuando los silenciosos hagan ruido
todo el continente se sacudirá con el rugido.
Incitaciones a la revolución incumplida
¿La revolución es un sueño eterno?
Sueño eterno le dicen a la muerte.
¿Es la muerte de las ideologías?
No, es la muerte ideológica
de quien se hunde en su sillón
y deja que le pudran la croqueta
los nuevos y viejos roedores
del rumor y la calumnia.
De quien decide renunciar a vivir,
a querer, a transformar,
y consume la papilla premasticada
de una chatura envasada,
un pragmatismo desteñido
por el atropello de la ojerosa monotonía.
Fabricantes de slogans devaluados
ahora llaman “utopías” a eso que antes
llamábamos “proyectos”.
“El pasado pisado” dicen,
pero solo son mentiras
de viejos refranes conformistas.
Miremos el pasado sin pisarlo,
para no aplastar las flores del sembrado.
Porque aunque nuestra mariposa
quiso irse lejos, y la noche pesada
sepultó las brasas de nuestro idealismo,
el pueblo renacerá de las cenizas
y se hará llamas, viento, llamarada.
Con todo lo encontrado y lo perdido,
lo rescatado y lo cicatrizado
proyectamos hoy hacia el futuro
que inexorablemente siempre fue nuestro,
y lo será, nunca lo he dudado.
[1] Federación Juvenil Comunista, la sección joven del Partido Comunista.
[2] La “Sección Especial de Represión al Comunismo” era un antro de tortura ubicado en frente del Hospital Ramos Mejía, en Urquiza al 700. Allí se estrenó la picana eléctrica.
[3] Como después formaron los Montoneros.
Para leer la novela completa o comprar el libro:
Autor: Nicolás Heller
Nací en 1989, en Buenos Aires. Soy artista, principalmente escritor y músico. En el 2015 publiqué mi primer libro, una novela histórica llamada “Así Fuimos”, por la editorial “Croupier”. Puede leerse en esta dirección: http://asi-fuimos.blogspot.com.ar/
También creé una obra musical experimental y conceptual aplicando el método de recorte a músicas de distintos géneros, épocas y lugares. Los discos pueden escucharse en esta página: http://hipermusica.bandcamp.com/
Actualmente me encuentro desarrollando proyectos poéticos, teatrales y musicales y preparando la publicación de mi próximo libro.
Facebook: Nicolás Heller