Verme yendo
Preámbulo
Me exasperé del sofoco
de la ciudad durmiente,
de su gorjeo ahogado
y de su ritmo presto.
En consecuencia quise,
sublevación mediante,
desvencijar mi psiquis
de su vagar funesto.
Inauguré así un viaje,
de duración incierta,
de dirección borrosa
y de improbable vuelta.
Meditar lo verosímil
de un colosal regreso
me sabía a reincidencia
de libertado preso
pues conociendo yo las trabas
del albedrío libre,
¿por qué iba a cuestionarme
la precisión del vuelo?
La dirección trazada,
mi integridad volátil,
eran temas accesorios
de mi incipiente empresa.
Pues honestamente digo,
y sin aires de tozudo,
que ya no pensaba en nada
que no fuera mi proeza.
Solamente en disuadirme
del circuito impío y menso,
de los días espectrales
sin sorpresas o sin tiempo.
Es así que doy comienzo
al relato de mi gesta,
cimentada en mi osadía
de quebrar toda frontera.
Epílogo
Emigré de un punto fijo
en la nada veleidosa,
con mis ganas espoleadas
por lo magno de mi obra.
Resguardado en mi pujanza
de bisoño veinteañero,
me lancé a las maravillas
y misterios del planeta.
Sumergí el cuerpo en abismos
y en sus renegridas fuentes,
y escalé varias montañas
de singular pendiente.
Navegué por vastos mares,
de perturbación creciente,
y en sus oleajes rabiosos
me amilané sin temple.
Despanzurré los cuerpos
de mis certezas falsas,
y en sus entrañas mustias
hallé mi fe derrotada.
Mudé de piel y creencias,
curtí otras, tomé nuevas,
y acumulé sexo y quereres
sustitutivamente.
Mas fue en mi lecho revuelto
de hipocresía y vileza
que comprendí la gracia toda
de acumular gemidos.
Ninguna era,
como esperaba,
y repelí perfumes,
senos y alboradas.
Prosiguiendo vía
por donde asoma el poniente,
me sorprendió una cueva
de catadura amorfa.
Tomé su fiel amparo,
me preservé en sus muros,
y en su interior calado
adiviné mi suerte.
En plenilunio regio,
de taciturna noche,
acompasé los tonos
de una canción silente
que retumbó a lo sordo
cuando blandí su signo
de indescifrable acorde,
de bisbiseo inerte.
Amortajando el eco
de su blasón innoble,
desenterré la pena
de mi interior errante.
Y me libré del tedio,
y además de la añoranza,
del rencor inagotable
y de la desesperanza.
Pero aun con este triunfo
de mi empeño inexpugnable,
no he tenido suficiente
y es por eso que aún camino
ignorando lejanías
y fronteras y confines,
y bordeando los contornos
de una tierra indivisible
sin saber que encontraré
mientras siga recorriendo;
ya no ansío yo “llegar”,
me realiza verme yendo.
Autor: Carlos Lazo
Imagen: Cristina Nieto