La Gringuita y el Hombre en Llamas
La gringuita acaba de decidir dejar de creer en Dios y en los hombres. Dejar de rezar todas las noches pidiendo alivio al dolor de su alma y dejar de tratarse con el supuesto médico naturista esperando alivio al dolor de su rodilla infectada.
¿Qué caso tiene? Ambos dolores persisten.
Además esa tarde el médico intentó incumplir el trato. Ella solo se desnudaría para entrar en el sauna natural armado por el médico si estaba presente la señora.
-Va a volver más tarde hoy, pero no te preocupes ¿Sabés cuantos cuerpos desnudos vi en mi vida?
-No me importa, la espero.
Su cuerpo no fue visto desnudo ni por su primer amor, el que prometió esperarla hasta que creciera un poco más, hasta que se cansó de esperar y procedió a desnudar a otra dejándola embarazada ( o tal vez ya venía embarazada y le enchufó el crío, como rumoreaban en el pueblo). Su cuerpo no fue visto desnudo por el hombre por el que todavía llora todas las noches en secreto. ¿Mirá si va dejar que sea visto por este médico chanta de mirada lasciva?
Finalmente la señora del médico llegó. La gringuita tomó le baño de vapor con hierbas medicinales que supuestamente purificará su sangre y hará que la lesión que le salió en los Valles Calchaquíes y se le infectó al mudarse a la casi tropical Yacuiba, se termine de curar.
Tiene un aroma a plantas aromáticas en el pelo todavía húmedo. Ya se está haciendo de noche y en patio de tierra apisonada de la casa del médico se siente fresco.
Se prepara para irse, pero un ruido detrás del muro que da a la calle la hace dudar al ponerse el poncho. El ruido es de una explosión. La gringuita de pone el poncho, se lo saca y se lo vuelve a poner.
Se ve una llamarada detrás del muro. Se escucha un grito desgarrador.
Un hombre envuelto en llamas salta el muro y cae en el patio. Tiene toda la ropa y gran parte de la piel quemada. De los restos de lo que parece haber sido una campera sintética, brota un fuego implacable que se extiende por todo el cuerpo de su víctima devorándole la piel.
La gringuita, con una rapidez de reflejos que a ella misma le sorprende, se saca el poncho y cubre con él al hombre apagando el fuego.
-¡Llévenme al hospital, no sean malitos, no sean malitos!-Grita el joven adulto como un niño.
Alguien que viene de la calle y ya paró un taxi, le dice que se suba al auto, que lo van a llevar al hospital.
La esposa del médico está paralizada. El médico no está. Reaparece un rato después cuando ya no hay una emergencia médica que atender en su propio patio. Pareciera que los cuerpos quemados en su haber, no son tantos como los cuerpos desnudos de adolescentes vírgenes.
La gringuita vuelve a su casa. Dobla con cariño el poncho salvador, acaricia la mancha de tela sintética derretida pegada para siempre en la lana tejida a telar.
Piensa en la nobleza del material de su prenda de vestir favorita, mientras le cuenta a su madre lo ocurrido.
Al rato llega su padre, que a su vez cuenta que un vecino le contó, que le contó otro que estaba de guardia en el hospital a donde llevaron al hombre quemado, que no lo quisieron atender porque no tenía cobertura médica. Tuvo que esperar bastante papeleo antes de recibir las primeras curaciones y finalmente fue derivado a alguna clínica de La Paz.
La gringuita decide seguir creyendo en Dios un tiempo más. Lo necesita para rezar por el hombre desconocido, para rogar que se cure, que no le duelan tanto las quemaduras y las injusticias.
Autora: Teodora Nogués
Nací en septiembre de 1975 en Buenos Aires, Argentina. De chica viví en un velero que zarpó de San Isidro en 1983 y naufragó cuatro años después en el mar Caribe, luego de recorrer lentamente toda la costa de Brasil, la Guayana Francesa, las Pequeñas Antillas y Puerto Rico. El resto de mi infancia y parte de mi adolescencia las pasé en tierra, pero llevando con mi familia una vida bastante aislada y desarraigada. Viví en los Valles Calchaquíes tucumanos, donde terminé mis estudios primarios, a los trece años de edad, en una escuelita rural de tan sólo cincuenta alumnos. Luego vivimos en distintas localidades cercanas a Orán, provincia de Salta. También en algunos pueblos de Bolivia y en una comunidad wichi. Una desgracia familiar nos trajo de regreso a Buenos Aires donde puede empezar mis estudios secundarios a los 17 años en un Centro de Estudios de Nivel Secundario acelerado para adultos y terminarlos a los 20. Desde entonces, no volví a mudarme fuera del radio de Capital Federal y Conurbano, ni tengo planes de hacerlo.
Por haber tenido una infancia y adolescencia tan “viajada”, mucha gente me sugirió que tendría que escribir mi historia. La verdad es que siempre me gustó escribir, pero las anécdotas de viaje pintorescas por sí solas no tienen mucho interés. Es más la búsqueda interna que vino después lo que me moviliza. El darme cuenta de que en todas partes hay infancias desamparadas y abusos de poder.
Soy coautora, junto con mis compañeros de elenco y mi directora, la mexicana, Sol Ulacia Fernández de la obra teatral Ex Niñas de la compañía Teatro Horizontal
Facebook: Teodora Nogués
Dibujo de Eduardo Sobico