Entonces, a tu salud
Al Capi del Mercado del Puerto
Apestaba y daba vueltas como un enajenado. Todo era un mar de luces alrededor. Autos embravecidos disparando como dragones sus destellos dicroicos ante la bruma intensa de esos atardeceres porteños que nunca acaban, parece que duraran para siempre.
El tipo da vueltas y vueltas sobre su propio eje hasta que cae desmayado en el medio de la vereda de la calle Paraguay. No a un costado como suele dormir la gente que duerme en la calle; este quedó ahí, solo y desplomado cortando el paso de los transeúntes. Y los transeúntes, ausentes en sus propias mentes le pasaban por al lado, con la mezcla típica de piedad y asco. Pero también algo de miedo, ese temor que inspiran los seres que no han podido encajarse, que la normalidad de la norma se les ha escapado.
Cuando volvió en sí todavía le dolía la cabeza. Sentía los destellos rojos y brillantes de los semáforos como gotas melosas cayendo de un caramelo derretido y babeante. Caían desde lo alto de los semáforos hacia sus ojos ebrios.
Sus ojos ebrios soñaban colores.
Los colores le recordaban un par de ojos que en algún momento también destellaron. Recordó una cara, un aroma. La sonrisa en una cara. La compañía de una mujer en una cama y en un hotel de otro país… tal vez de Europa, no recuerda bien… Recuerda los ojos y el recuerdo lo daña. Ella no está más, se esfumó como por un túnel maldito hacia la muerte de mierda. Se esfumó ella, se esfumaron sus hijos. Los hijos que estaban con ella en el auto aquel día y todos los otros hijos que hubieran podido tener. Se esfumó la potencialidad de todos los posibles. La muerte de mierda los había tragado para siempre.
La noche ya se había instalado en la ciudad. El kiosco de la esquina ya había puesto sus rejas, el supermercado chino estaba cerrando.
El hombre de barba larga y gris que se había levantado del piso y ya no giraba, emprendió su marcha dulce y lenta por la oscuridad a medias que tiene Buenos Aires. Una noche que nunca llega a ser una verdadera noche sino un embrión de noche, una hibernación del día.
Hay menos gente pero nunca está del todo desierto, no es como en las montañas, en las selvas o en las sabanas que sólo las aves nocturnas y los murciélagos se animan a vagabundear cortando el cielo y cazando algún desprevenido bichito. Acá no, acá siempre hay gente.
El señor de barba enfila para el centro, agarra por Santa Fe y va yendo. Hay hombres y mujeres que juntan cartones y otros que salen a cenar o al teatro o alguna parte.
Hoy es viernes y todo está más lleno de lo habitual.
Hoy es viernes. Es un día que evidencia que empieza el frío porque estamos a mitad de abril.
Hoy es viernes y el señor de barba piensa que es lo mismo para él el día de la semana que sea.
Hoy es viernes y tal vez mañana el frío sea más duro.
Hoy todavía es viernes y se puede vivir y dormir en la vereda sin morir.
Hoy es viernes y el invierno se toma como una anécdota y un somnífero.
Hoy es viernes y en algún momento será sábado y traerá sus propios males, sus propios temores.
Mientras tanto brindemos por los que se vuelven locos en las calles de los locos, por quienes se sienten perder el juicio, la cordura, el equilibrio por las luces intensas de esta ciudad absurda y por lo lacerante de los recuerdos de la vida tragada por muertes de mierda. Que la honesta desnudez de sus pasos descalzos grite una noche más, que el frío que se avecina no los hiera mortalmente, que su dulzura continúe trillando estos caminos duros, este asfalto tenaz e impiadoso. Que sus danzas continúen alegres en la ebriedad porque la ebriedad es una lanza de batalla contestataria contra lo helado del aire y contra toda garra atroz de la memoria.
Texto (*) extraído del libro De Fauces al Subsuelo publicado por Ediciones Frenéticos Danzantes.
También se puede descargar el libro en PDF acá
Autora: Marina Klein
Soy autora de De Fauces al Subsuelo y de Danzando entre la Nada y la Furia, ambos editados por Ediciones Frenéticos Danzantes. También dirijo esta revista y la editorial recién mencionada.
Nací en Buenos Aires en el 74, viví en esta ciudad hasta más o menos los 20 años y desde ahí hasta el 2012 anduve por el mundo viajando y quedándome largos períodos en distintos lugares de América Latina. En ese tiempo realicé un tour por distintos oficios, escribí para varios medios crónicas de viaje, limpié casas, hice gorritos de hilo y hasta llegue a tener una pequeña fábrica de joyería artesanal. Desde que volví, además de colaborar con varias publicaciones de habla hispana, hacer libros y revistas, coordino algunos selectos talleres de escritura y por supuesto, mil cosas más.
Facebook: Marina Klein
(*) Publicado también con anterioridad en la revista Miseria