Me siento flotando en una nube
I
Me siento flotando en una nube, no es una sensación agradable pero es una sensación real. Siento que he perdido conexión con casi todo lo que me circunda excepto con los afectos primarios y mi propias vísceras. Todo lo demás ha quedado lejano y como suspendido en el aire, como si hubiera sido tragado por el tiempo y el olvido.
Cosas que hace algunas semanas eran perfectamente cotidianas, hoy no tienen registro en mí. Todo ha sido muy raro y confuso. Todo flota. Mi fragilidad emocional es tal que siento que en cualquier momento va a estallar en miles de esquirlas… está al borde de quebrarse. Hago todos los esfuerzos para que se mantenga por lo menos en estado latente de tensión para que no se me dispersen los pedazos y después no sepa ni dónde buscarlos. Ya he dejado pedazos desparramados por todas partes y a veces cuando quiero encontrarlos me doy cuenta que perdí el acceso a esos lugares o que si voy tal vez no sepa cómo volver, o que si voy y encuentro el camino de regreso, ya no seré la misma y que eso haga peligrar lo poco firme que he logrado construir.
En fin, estoy jodida. Todo un desastre.
No encuentro la forma de darle forma lógica a las cosas, de ser un ser completo. Es todo una gran pantomima absurda, todo un mundo construido a partir de actores de reparto, de cachos de cosas, de historias de gente.
Me duele un montón todo, las relaciones, las soledades, la tecnología, la industria, la ciudad maldita pero también me duele la naturaleza, las playas desoladas y el frío, los bosques tropicales y los lagos. Me duele todo por lo que es, por lo que existe y también me duele por lo que no es, por lo que le falta, porque yo no puedo caminarlo entero a este mundo, porque hay montañas a las que no podré subir y colectivos en los que no podré andar, países a los que tal vez no vaya nunca, confesiones que nadie me va a hacer en idiomas que no voy a entender. Hombres a los que no voy a poder amar porque no se puede amar a todos los hombres, pero además, aunque se pudiera, eso no me haría sentir mejor, siempre existiría esa sed, esa falta de saciedad incontrolable… Miles de rincones en los que nunca me voy a poder esconder ni aunque viva cientos de años porque el mundo es un lugar enorme y uno es demasiado finito, demasiado mensurable…
Me he salido del carril. La sucesión de hechos se apoderó de mí y ya no soy dueña de las cosas y de los sentidos que se le otorgan a las cosas.
Tengo miedo de haber perdido para siempre la conexión con lo real. Espero que no sea así, que esto sólo sea un momento, algo de lo que después ni me acuerde. Espero sobrevivir una vez más, no quebrarme por completo.
II
Cierro los ojos y veo un auto con los vidrios rotos, el capó roto, las puertas delanteras hundidas. Veo mi cuerpo atrapado entre fierros que no puedo identificar. Veo al lado mío a alguien que está en silencio, lleno de sangre y quieto; es alguien que es muy importante para mí pero de quien no recuerdo el nombre ni la cara ni el olor. Sólo recuerdo una sensación, la sensación de lo importante que es para mí. Recuerdo que yo soy yo, un MÍ, un self, pero no sé de dónde he salido, no estoy muy segura si tengo una entidad con conexiones recientes, todo lo que me viene a la memoria es desde lejos, desde algún otro lugar de mi cerebro o del aire.
Después lo típico, lo que uno ve en las películas. Las luces de las ambulancias, las sirenas que violan el silencio nocturno, la intimidad del silencio nocturno. Gente que te tironea, que te sube a una camilla, murmullos irreconocibles, diálogos absurdos entre los socorristas, las sirenas otra vez, la ciudad por la ventanilla de la ambulancia, las luces que se agitan como enfermas, un pasillo en un hospital, más gente hablando, médicos, más diálogos absurdos, más gente, más ruido… Uno y su cuerpo que no responde, que duele…
Después el después.
Los días, las horas.
El tiempo que lame, que traga.
Después todos los despueses.
Saber que uno, una vez más, sobrevivió. No saber por cuánto tiempo. Querer creer que algún día las desgracias se agotan, que los dioses de las desgracias irán a jugar a otra parte su juego despótico.
Cierro los ojos, los abro, los vuelvo a cerrar. A veces somos niños.
Por varios años somos niños y los adultos nos tratan como niños y nos lastiman, muchas veces nos lastiman. Después crecemos y los adultos somos nosotros, y cuando nos acordamos de cómo fuimos de niños tratamos de no lastimar a nadie más. Cuando los adultos pierden la memoria de cómo fue ser niño, de qué sentían cuando eran niños, de cómo duele ser niño y ser lastimado, entonces son adultos de mierda. Son gente de mierda que lastima a niños y a los niños las cosas les duelen de una manera que esos adultos han olvidado. El dolor de la niñez es el más agudo de todos los dolores, es el mundo desnudo y helado dejándonos de lado de la vida y las cosas buenas; y vos, pequeño, con manos pequeñas, sin poder de nada, sometido hasta la médula y sin escapatoria.
Cierro los ojos, sólo escucho ruidos ahogados, ruidos que ruidan bajo y sin eco. Siento mi cuerpo tendido en una cama, mis movimientos se dificultan y todo me pesa. Creo que debe ser de noche y que a la noche le gustaría que hubiera un silencio total, sin murmullos.
A veces noto que pierdo el conocimiento y que al rato lo recupero. No sé dónde están las personas que deberían estar conmigo… No sé quiénes son las personas que deberían estar conmigo, no estoy muy segura de quién soy en este momento. Me cruzan imágenes de varias cosas que fui pero no estoy muy segura quien era cuando esto pasó.
Recuerdo a mis hijos, no los veo por acá ni escucho sus voces pero los recuerdo. No sé qué día es hoy, no estoy segura si siguen siendo chiquitos o si la última imagen de ellos que conservo, ya más grandes, es real y no una ilusión del accidente. No estoy muy segura qué pasó y nadie me habla, nadie me dice nada.
Me parece que ya han pasado algunos días desde que estoy acá aunque puede ser que no y que todo haya sido hace un rato.
Pensar en mis hijos me reconforta, me hace pensar que sobrevivir una vez más fue algo bueno.
Cierro los ojos, vuelvo al auto destartalado, vuelvo a ver al conductor y contemplo sus facciones desde el recuerdo, no veo su cara completa, sólo algunas cosas por separado, la nariz, las cejas con sangre… Me resultan facciones conocidas y que me han provocado cosas profundas pero no reconozco al sujeto. Es una mezcla de sentimientos bastante rara, no puedo distinguir cuál es el sentimiento preminente, sólo es una mezcla confusa, nada sobresale a nada, todo tiene la misma densidad.
Sigo dándole vueltas al asunto, qué será que estaba haciendo yo ahí, de dónde venía o a dónde iba… En qué año estaremos… Alguien pasa y quiero preguntar algo pero no puedo, se me ahoga la voz y lloro sin hacer fuerza y en silencio. Siento las lágrimas deslizarse por mi cara y rodar y rodar como si se hubiera abierto un chorro de contenido infinito.
El agua fluye de mis ojos y yo estoy tan triste y la profundidad del pozo que se ha abierto en mi interior es tan enorme que espero que no me trague para siempre, sin embargo si quisiera ponerle palabras a la pena, no podría. Es algo que escapa al intelecto, no pienso en nada, sólo me inundo.
III
Vuelve a pasar un tiempo que no sé cuánto es. Parpadeo, veo las luces. Parpadeo un rato más y mantengo los ojos abiertos, una cabeza se asoma y reconozco a mi hijo con sus rulos tupidos. Suspiro hondo porque está igual a la última imagen que tenía de él en mi cabeza, no ha pasado tanto tiempo como había imaginado. Evidentemente yo debo ser también la misma yo de la que tengo recuerdo aunque con estas cosas las personalidades de lo que uno ha sido puedan mezclarse.
Él viene y me abraza y la vida, aunque no deja de ser dura, vuelve a tener sentido. Le aprieto la mano para que sepa que estoy feliz de verlo. Él me sonríe, me devuelve el apretón y también llora un poco.
Yo trato de hablar pero no puedo, igual no me importa, sé que esas cosas a veces se demoran.
-El abuelo murió- me dice mientras mira fijo algún punto que yo no veo- pero vos estás bien y ya te vas a recuperar.
Me quedo apretando su mano fuerte y sintiendo el shock de entender que el cuerpo inerte en el auto era mi padre y que mi padre ha muerto y que yo no.
En un segundo pasan por mi mente todas las imágenes que tengo de mi padre cuando mi padre era mi padre. Recuerdos de cuando era una niña chiquita y me cortaba las uñas, incluso vuelvo a sentir el olor de su mano cuando me lavaba la cara, vuelvo a sentir lo que sentía cuando ponía mi cabeza en sus piernas para ver una película algún domingo de lluvia, cuando me contaba sus historias o las historias de mis abuelos, cuando me llevaba a la escuela o cantábamos canciones o me enseñaba la tabla del cinco con el reloj nuevo que me había regalado mientras viajábamos en colectivo una noche cualquiera viniendo de cualquier parte.
Después vuelvo a verlo en el coche con esas facciones que ya no eran las mismas porque él hacía rato que ya no era mi padre y no le importaba nada de mí ni de mis cosas.
Hacía mucho, cuando todavía era niña, aunque no tan chiquita, simplemente se había retirado de mi vida y me había dejado sola en este mundo enorme y helado y yo nunca entendí por qué. Esa soledad de niño solo y pequeño, sin poder de nada, eternamente subyugado.
Él nunca me lastimó pero dejó que otros me lastimen porque no estaba, no cuidó de mí.
Ahora recuerdo por qué íbamos en el auto. Fue porque nos cruzamos por ahí en un semáforo y él me tocó bocina y me pidió que suba. Yo al principio dudé porque sabía que me iba a quebrar, que todas las defensas que había desarrollado contra todo lo doloroso de este mundo, con él no tenían efecto, contra él no tenía inmunidad. Pero bueno, subí igual.
Hablamos un rato con frases entrecortadas y me dijo que me quería, que siempre me había querido pero que la vida... Y yo pensé qué gran hijo de puta, por qué carajo no estuviste conmigo cuando te necesité, cuando el universo fue un lugar tan triste y oscuro y yo estaba en peligro, pero no dije nada, me quedé escuchando como si total no importara. Ninguna respuesta me hubiera hecho sentir satisfecha, nada hubiera consolado mis noches solitarias.
En otro semáforo nos dimos un abrazo largo y lloramos como si las cosas tuvieran remedio.
Después no recuerdo más, sólo el impacto, la sangre, las sirenas y las luces...
Este texto forma parte del libro Danzando entre la Nada y la Furia publicado por Ediciones Frenéticos Danzantes
Autora: Marina Klein
Soy autora de De Fauces al Subsuelo y de Danzando entre la Nada y la Furia, ambos editados por Ediciones Frenéticos Danzantes. También dirijo esta revista y la editorial recién mencionada.
Nací en Buenos Aires en el 74, viví en esta ciudad hasta más o menos los 20 años y desde ahí hasta el 2012 anduve por el mundo viajando y quedándome largos períodos en distintos lugares de América Latina. En ese tiempo realicé un tour por distintos oficios, escribí para varios medios crónicas de viaje, limpié casas, hice gorritos de hilo y hasta llegué a tener una pequeña fábrica de joyería artesanal. Desde que volví, además de colaborar con varias publicaciones de habla hispana, hacer libros y revistas, coordino algunos selectos talleres de escritura.
Ambos libros pueden descargarse acá, en la Biblioteca.
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