La ronda
Entre el tramiterío y la rutina como compañera, la deriva me busca y me entrego a hundir los pies en el cemento de San Nicolás. Hierve por el calor de los cuerpos juntos que aún persisten erguidos, y como si la casualidad llamase, atravieso una Plaza de Mayo más. Una de tantas ya habitadas. Esa que los días convierten en postal. Solitaria por las máquinas que la transitan, seno del encuentro, el lagrimeo, el bastón, las corridas, los besos, los cantos, el calor humano.
Unas pocas horas antes fue escenario de un pueblo abrazado de pañuelos blancos, de un pueblo despierto. Y sí, hay que decirlo. El pueblo nuestro no duerme si nos inunda el agua o si nos seca el sol. Tampoco duerme si los tiros nos sorprenden o si nos quieren encarcelar el sueño, si pretenden que seamos un mar de olvido o si alguien intenta incendiar la memoria.
Atravieso la plaza con el vendaval que me empuja y escucho las voces que claman. “¡Presente!”, dicen. Las veo y encuentro su ternura en las pisadas que acarician su alfombra adornada con su insignia. Algunas andan encorvadas y sostienen con sus manos firmes, las fotografías de los suyos, las ausencias que solo quedan en el papel. Otras están en sillas de ruedas, unas van erguidas y otras pocas caminan con los ojos cerrados y recorren de memoria el símbolo de su lucha.
Un hilo de frío me recorre la espalda y se me escapa el aire. Es la primera vez en mis veinticinco años de vida que me detengo con el día y sus nubes bajas que aprisionan al caminante en aquella plaza. Y ellas están ahí, en su repetición eterna, en sus impostergables jueves. Ya son cuarenta los años y algunas fueron dejando el roble que las contenía. Quedan pocas, cada vez menos. Me acoplo a la ronda que es su ronda. Lo hago sin pensarlo, como si intentara abrazarlas desde lejos, con mi voz que aparece de a ratos cuando ellas gritan “¡presente!”.
Circulan porque así se los dijeron. Caminan porque es su destino. Están juntas porque están unidas en la búsqueda que es su lucha.
Los esbirros de la patria se interpusieron en sus sueños cuando la savia que las recorría aún era fuerte.
Hoy todas sueñan con el arrebato del verde musgo, con la risa que se les fue de pronto, con la sombra de sus desaparecidos, de los desaparecidos del pueblo.
El sueño que les impusieron será el eterno compañero punzante, agrietado. Una sombra inasible. La hendidura arde en sus noches de espera, perfora las almohadas vacías, riega los días de ausencia.
Respiro sus nucas que despiden la esperanza que aún las mantiene vivas. Me envuelven sus brazos que no caen. Doy los últimos pasos que las separan de un jueves más, del rito que se repite y revuelve nuestra memoria entera, y me aferro a mis manos que buscan abrigo. Alzo mi cabeza para recorrerlas despiertas y con las voces anidadas, juntos decimos: “¡Presentes: hoy y siempre!”.
Autor: Ariel Adler
Soy Diseñador de Imagen y sonido (UBA), y ayudante de la materia Sociología, en la cual doy clases.
Formé parte en la realización de diversos cortometrajes de tipo documental, ficción y experimental.
Fui realizador junto con otros compañeros, de una instalación audiovisual presentada en la Primer Bienal de Diseño FADU 2013 llevada a cabo en la Casa Nacional del Bicentenario. También se expuso en otros espacios culturales, y en la propia Universidad de Buenos Aires.
Realicé trabajos en eventos, de institucionales y videoclips, en general como director.
Actualmente me encuentro en dos proyectos audiovisuales: un documental sobre Marianela Nuñez, primer bailarina del Royal Ballet de Londres, y otro de tipo social con compañeros de la Villa 21-24.
A la par me encuentro en un proceso de escritura que incluye cuentos, poesías y proyectos de obras teatrales.
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