La visceralidad al palo (I)
Desde que tengo uso de razón le busco la quinta pata al gato, no sospechen de mí, no es de jodido. En lo más recóndito de las tripas tengo la certeza de que el mundo no es así de simple; algo cuantificable, cardinal u ordinario como nos quieren hacer creer. Entiendo que hay tantas dimensiones como sutilezas seamos capaces de encontrar. Entiéndaseme, voy con el nosotros porque si en lugar de estar navegando en el porno están acá, es que esas sutilezas de las que hablo los calientan tanto como el viejo y querido “metesaca” como diría el Drugo de Alex en su planeta naranja mecánica. Así que vamos a lo que nos compete, pelearnos. Porque podemos, porque queremos y porque tenemos con qué. Lo cierto es que se presume a la literatura visceral como efímera, y ete aquí que a primera vista esa es una visión miope del asunto. Lo efímero roza lo insustancial y ahí es donde se pudre todo. Lejos de pensar que la literatura visceral es insustancial estamos convencidos de que ésta es la trinchera, el frente de batalla, ante la literatura visceral sólo yergue el silencio. Ése que oprime los corazones, que atenaza la lengua, que embota los sentidos. Harto de hacer garabatos al margen del renglón en una hora de fisicoquímica, un día la mano dejó de hacer círculos. En palabras del drugo Sigmund se cansó del “eterno retorno de lo igual” y de ese huracán de tinta azul documental, emergió la primera frase que pensamos para enfrentarnos a ese silencio. Sin duda está sepultada, olvidada, pero su sacrificio inicio la batalla. Ese día dejamos de callarnos para siempre. Cuando dicen efímero me pongo loco, es el tipo de mentira piadosa que se usa para describir todo lo inalcanzable. No es para nada efímera, es insostenible, es inabarcable, es irrepetible, e innegociable. Difícil de parirla, fácil de encontrarla, vulgar y elevada, es un ying yang que se complementa y define por lo opuesto. Lo que intentamos decir es que si bien hay una literatura visceral constante en el universo, ésta no se da en forma lineal o previsible. Hay afloramientos, es una geografía de archipiélagos caprichosos que emergen de las profundidades más recónditas. Pobre de aquel que piense que sólo está hecha de rabia. Si en la historia universal de los seres humanos hubo un grito primal que se distinguió del aullido de las bestias, sin duda fue una carcajada visceral. Esa alegría incontenible de saber que estamos vivos, que podemos demostrarlo, que el universo puede ser desensamblado y vuelto armar con estas
manos-palabras que lo crean a medida que los pronuncia y moldea. La literatura visceral está a lo largo de toda la historia de la humanidad pero no como protagonista, no sube a los podios, no se funden los bronces en su consideración. Está como venimos diciendo en la trinchera; la mayor biblioteca de literatura visceral está en los tachos de basura, es un soldado desconocido, un grano en el desierto de las causas perdidas, y sin embargo de tanto en tanto poco después de haberla arrojado hecha un bollo, nos lanzamos sobre la mugre para buscarla, es como si nos diera otra oportunidad. Lo que recién era un error fatal, frente al silencio, frente al eterno retorno de lo igual, cobra sentido. Emerge del basural impura, arbitraria, sentenciosa, bastarda y caprichosa. Pero valiente, no teme que la devore el tiempo, el silencio, su vida es un sacrificio. Ése es el ritual que nos convoca. Un verdadero ritual pagano, presentamos la batalla convencidos de que nuestro propósito es más longevo que el tiempo, más misterioso que el silencio.
Tanto de sólido como el perfume del porro.
Autor: Diego De Lucía
Imagen de Joel-Peter Witkin