Lobo
Un domingo de invierno
encontramos un pequeño lobo en una caja de zapatos.
Uno de los dos lo levantó y lo metió en la casa.
Si fuiste vos, o fui yo ¿qué importa?
Intentamos darle leche con una cuchara,
pero el lobito mantenía los dientes apretados,
entonces agarré un cúter,
me corté la yema del pulgar,
y él lamió mi dedo hasta quedarse dormido.
Las primeras semanas no paramos de sacarle fotos:
Mordisqueando una pantufla.
Masticando su primer gorrión.
Cuando lloraba, vos lo alzabas,
y lo paseabas por el living.
-Oye lobo-. Le cantabas.
-Oye lobo, ¿por qué te dejaron solo?
Durante la primavera nuestro lobo engordó,
sus orejas se afilaron como puntas de flecha,
y sobre el lomo comenzó a crecerle una capa de pelo rojizo.
En las noches sin luna,
dejábamos abierta la puerta del patio para que saliera,
pero yo no lograba dormirme hasta que regresaba.
Entonces lo llevaba al baño,
y le limpiaba la sangre de los colmillos con un hisopo,
y el lobo me sonreía satisfecho,
con los gatos del barrio todavía maullando en sus intestinos.
Los vecinos y la policía no tardaron en aparecer.
Cuando alguien es feliz tarde o temprano aparecen.
El viejo marica de la otra cuadra
lo acusó de matar a uno de sus labradores.
Yo, por supuesto, lo negué.
No iba a dejar que nadie lastimara a mi lobo.
¿Cuánto más va a crecer? me preguntaste una mañana,
mientras cortabas tiritas de una servilleta
sobre el mantel de la cocina.
No supe qué responderte.
Esa misma mañana te mudaste al sillón del living,
y en tu lado de la cama oí que algo se partía.
Cada tanto, el lobo se acercaba,
y te apoyaba el mentón sobre la pierna,
pero apenas le rozabas la cabeza con las uñas.
Preferías recordarlo de chiquito: mudo, inofensivo.
Una madrugada te levantaste para ir al baño,
y sin querer le pisaste la cola.
Me despertó tu grito.
Corrí hacia vos y te encontré en cuclillas,
apretándote el tobillo que sangraba.
En unos minutos juntaste tus cosas,
y te fuiste rengueando,
dejando un rastro de nieve sobre el parqué.
Hoy en la casa queda poco de vos:
Una barra de chocolate en la heladera,
marcada con tus dientes.
Tus pelos teñidos con henna,
que aparecen entre las cerdas del escobillón.
En cuanto al lobo...
Una noche abrí la puerta del patio.
Lo vi treparse a la medianera, y saltar a la oscuridad.
Después entré, cerré con llave, y ya no volví a abrirle.
Sin embargo, a veces sueño con él.
Sueño que salta a la cama,
arrima su trompa a mi oreja,
y aúlla.
No es para tanto, aúlla.
No es para tanto.
El poema pertenece al libro La Cría que puede conseguirse a través del facebook del autor.
Autor: Sebastián Martín
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