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Ojos de lobo apócrifo


Su rostro se evidencia detrás de una especie de velo blancuzco, casi transparente, que le cae encima. Tiene una foto entre sus manos

Tenía casi tres años cuando los vi por última vez. Me los fui olvidando despacio. Primero, se me borraron sus voces, tan únicas y especiales. Ésas, que son como un lazo de sangre lanzado al viento, y que parecieran retumbar sólo en los oídos de los hijos que comparten su identidad. Después se me fue todo lo demás.

Para ese entonces, los pelos ya me crecían por todo el cuerpo. La pelusa de las yemas de mis dedos se amontonaba bajo los pliegues de mis uñas, y las pestañas se me habían convertido en mechoncitos largos y finos, casi transparentes, que se me colaban en las comisuras de los ojos y me hacían llorar. Todas las mañanas, mi mamá me despertaba con una taza de té, y le sacaba el saquito para enjuagármelo por la cara y despegarme los párpados, atiborrados de lagañas, pelotones duros y blancuzcos todos amontonados, que tanto me desesperaban. ‘Tus ojos son tan especiales – me decía – que tus párpados usan flequillo’. Eso siempre me hacía reír.

También para ese entonces, Perón ya era mi padrino[i]. Y si bien era evidente que eso era todo un acontecimiento, no alcanzaba a comprender el porqué. No entendía la repentina felicidad de mi papá –que había sido aún más supersticioso e infeliz desde mi nacimiento – ni el cariño de mis hermanos que, a partir de ese momento, se había vuelto sincero. Tampoco podía descifrar a qué se refería mi papá cuando decía que yo era la prueba viviente de la existencia de una leyenda; que era una especie de mixtura mística contradictoria, por la bendición de ser el ahijado del presidente y por sufrir la maldición del séptimo hijo pero, que aun así, mi futuro estaba asegurado gracias al General[ii]. Sólo llegué a cuestionarme por qué las personas podían llamarse igual que los días de la semana y a percatarme de que el hombre que aparecía en la televisión era el mismo que estaba en el cuadro del comedor, posado sobre el estante más vistoso del aparador.

Pero en algún momento, la mística se esfumó, y el cuadro de mi padrino dejó de colgar sobre la cabecera de la mesa, y pasó a estar escondido debajo de los zócalos flojos del patio, envuelto en un lienzo amarillento[iii]. Entraron a la televisión unos hombres que vestían parecido a él, pero no eran como él, y nos dijeron que mi condición no tenía nada de maldita o de santa, que mi caso no era el único en el mundo pero sí era el primero a nivel nacional, y que nos escoltarían hasta su coche, porque esa era la orden. ‘Hipertricosis congénita’[iv], les explicaron a mis padres, en el camino. Antes de que alguno de ellos siquiera tuviera la intención de responder, el más grande me apartó de la falda de mi mamá y me acomodó en el asiento delantero. ‘Ustedes ya no responden al nombre de Perón. Su hijo sólo responde al nombre de la ciencia’. Nunca volví a verlos[v].

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Notas

[i] Juan Domingo Perón (Lobos, 8 de octubre de 1895-Vicente López, 1 de julio de 1974) fue un militar, político, escritor y presidente argentino, el primero en ser elegido por sufragio universal y el único hasta la fecha en asumir la presidencia de la Nación en tres ocasiones, todas por medio de elecciones democráticas. Fue el fundador del peronismo, uno de los movimientos populares más importantes de la historia de la Argentina hasta la actualidad.

[ii] En la República Argentina, la Ley 20.8431 garantiza el padrinazgo del Presidente de la Nación en funciones al momento del nacimiento del séptimo hijo varón o la séptima hija mujer de una prole del mismo sexo.

Esta ley tiene sus raíces en la gran inmigración rusa en la Argentina y en la creencia de que el séptimo hijo varón es hombre lobo y la séptima hija mujer bruja. Así, en la Rusia zarista de Catalina la grande, se otorgaba el padrinazgo imperial que daba una protección mágica contra estos males y evitaba que los niños fueran abandonados. En 1907 Enrique Brost y Apolonia Holmann, una pareja que se había radicado en Rusia, dan a luz a José Brost, su séptimo hijo varón, y envían una carta al Presidente José Figueroa Alcorta para que lo apadrinara. Allí comienza la tradición que, además, le otorga al ahijado una beca asistencial para contribuir con su educación y alimentación. El 28 de septiembre de 1974 María Estela Martínez de Perón convierte esta tradición en ley.

Análogamente, la provincia de Entre Ríos dictó el 24 de abril de 1984 el Decreto Nº 1335 MGJE (B.O.: 2 de mayo de 1984) reglamentando lo dispuesto por el entonces Gobierno Nacional de María Estela Martínez de Perón, donde la esposa del Gobernador a petición de parte interesada podía oficiar de Madrina Oficial de Bautismo. De igual manera que su contrapartida nacional, la Provincia de Entre Ríos mediante su padrinazgo no otorgaba algún tipo de beneficios ni tampoco creaba derechos de ninguna naturaleza.

[iii] Durante el gobierno de la dictadura cívico-militar – denominado Proceso de Reorganización Nacional (24 de marzo de 1976 – 10 de diciembre de 1983) – todos aquellos objetos (fotos, afiches, libros, pancartas, bustos, etc.) que ilustrasen o que hicieran alusión a alguno de los miembros del partido peronista (Juan Domingo Perón, María Eva Duarte de Perón o María Estela Martínez de Perón) o al partido en sí mismo, fueron total y absolutamente vetados de toda exhibición pública o privada. Antes del golpe de estado perpetuado por las fuerzas armadas que derrocase a Martínez de Perón, era muy común – sobre todo en los hogares de las familias de bajos recursos económicos – que la imagen de Perón estuviera presente en algún rincón de la casa. Por ello, pese a la prohibición, muchos decidieron conservar sus imágenes del General, escondiéndolas en los recovecos más insospechados, para que no fuesen confiscados en caso de una redada.

[iv] La hipertricosis congénita, o síndrome del hombre lobo, es una enfermedad muy poco frecuente, que es destacada por la existencia de un exceso de vello. Las personas que la padecen están cubiertas completamente, a excepción de las palmas de las manos y de los pies, por un vello lanugo largo, que puede llegar hasta los 25 centímetros. Sólo se han documentado 50 casos desde la Edad Media.

[v] Durante la dictadura, se perpetraron numerosos delitos de lesa humanidad, entre ellos, la desaparición forzada de personas. Sus víctimas eran encerradas en centros clandestinos de detención, donde eran sometidas a torturas y en muchos casos asesinadas. Las primeras desapariciones y centros clandestinos de detención se instalaron en 1975, durante el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón y continuaron hasta 1983. Los gobiernos militares del período de 1976 a 1983 impulsaron la persecución, el secuestro, la tortura y el asesinato de manera secreta y sistematizada de personas por motivos políticos y religiosos en el marco de lo que se conoce como el Terrorismo de Estado en Argentina. Esas prácticas fueron usadas en otras dictaduras de América Latina en el marco de la Operación Cóndor en Sudamérica y la Operación Charlie en Centroamérica.

 

Autor: Emiliano Gabriel Farías

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