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Todos la mirábamos, era tal vez de las más sencillas mujeres del vagón, sencillas en el sentido visual pues había mujeres más bonitas o mejor vestidas (¿tanto miro cuando viajo?), pero tenía algo que la diferenciaba del resto. Gestos libres ante un helado de cucurucho que se derretía, y su mirada, eso la hacía diferente, sí, pasaba su lengua por los costados mientras una mano sostenía una cucharita de plástico verde transparente, la cual, en cada momento y dejando su lengua descansar, utilizaba cargando una pequeña porción del sabor de chocolate, allí, justamente allí, cerraba sus ojos y disfrutaba. Un helado. Todos, éramos, varios, que deseábamos tener ese helado y seguir la mano que lo sostenía, era un acto, un momento pero ella no sabía. Ella bebía y se refrescaba. Sentada con sus piernas abiertas para no mancharse, llegaba al cucurucho y sus gestos iban cambiando, se acercaba al final. En su último bocado se vio observada por gran parte de los hombres que la rodeábamos (los todos) y con un gesto de resignación, limpio sus manos, guardo las servilletas, varias, en su cartera, se levantó con la intención de bajar en la próxima estación y volver al invierno. Al bajar, miró hacia dentro del vagón, largó una sonrisa de postre y se perdió entre la gente. Dos estaciones más adelante iba yo con mi palito de limón al agua rumbo a la avenida más cercana, cagado de frío y preguntándome una vez más, que estoy haciendo, bebiendo un helado sabiendo que no me gustan!

 

Autor: Roldolfo Zappino

Imagen de Evelyne Axell

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