Promesas cumplidas
No hubiera elegido esa sala de hospital, y probablemente tampoco a mi compañero, un viejo tan fané como yo, o peor. Pero no estaba en posición de elegir mucho que digamos.
Tempranito, nos habían traído el “desayuno”. Y, después de presentarnos, ya le estaba contando a León ―así se llamaba el viejo de la cama de al lado― cómo fue que vine a parar acá.
—Verla subir las escaleras —le decía a León— es un espectáculo. Perdón si sueno a viejo verde. Los hombros, la cintura, la pollera sobre las rodillas… Y los taquitos, ni largos ni cortos: justitos los ta-qui-tos.
Ya más en confianza, León me dice.
—Che, Polo, Polito: ¿te puedo decir Polito?
—Sí, León, dale tranquilo.
—¿Así nomás fue? ¿El lunes pasó por la pensión, y el jueves ya estaban bailando?
—Sí, León, así nomás fue. Yo me resistí, más que nada por protocolo. Pero la Piba insistió bastante.
—¡No te aceptó un no!
—Algo habrá escuchado de mí.
―Hazte fama...
―Y bueno, quería que le enseñe a bailar yo. La miré dos segundos de arriba abajo, y pensé que podía andar.
—¿Y, Polito? ¿Se la bancó la Piba?
—Sí, se la bancó. Para estos temas tengo un ojo clínico. Sabía que no era para salir a milonguear un viernes, y mucho menos un sábado: la veía un poco verde. Pero un jueves, que es día de amateurs… Arreglamos mis honorarios, y arrancamos el jueves a las ocho en punto de la noche.
—Che, Polito: qué pena venir a conocernos a esta altura de nuestras vidas, y para colmo en un hospital. Pero, como sea, algo bueno hay que sacarle a estas “vacaciones”. Lo que me estás contando puede ser un tango, una milonga. No sé, yo te voy a escribir algo. No voy a morirme en paz si no te escribo una letra, mi viejo.
Y León se enderezó en la cama, se acomodó los lentes y empezó a escribir en una libretita que sacó de abajo de la almohada.
A los dos minutos dijo:
—A ver, vamos a ir repasando. Tomá, leé.
—Nooo, León, estoy sin anteojos. Vas a tener que leer vos.
—Bueno, cuchá qué te parece:
CON LA CAMISA CORTITA
Y POLLERITA MEDIO TUBO,
PASASTE PERFUMADITA
A BUSCARME POR EL BULO.
TE DIJE, EN PRIMER MOMENTO,
HACE RATO QUE NO EJERZO
PERO VIENDOTE’NTUSIASMADA,
PIBA, VALÉS EL ESFUERZO.
—¡Ta’ buena, León!
—Hooola, chamigos, buen día. Ya veo que se han presentado. Como dicen: Dios los cría, y el viento los amontona.
Esa era Julia, la enfermera correntina, petisa y regordeta, que uno ama a los dos minutos de conocer. Todo corazón.
—Sí, sí, querida, buenos días. Le estaba contando a León, sobre mi alumna…
—Te voy a dar, mi “alumna”… Debés ser un pícaro vos. La doctora Suárez dijo que me cuide.
Así nos decía la enfermera mientras nos tomaba la fiebre.
—Sí, Julia, este Polito me está dando ganas de conocer a la Piba.
—¿Usted, don Sitrinsky, cómo amaneció?
—Mejor, Julia. Y ahora, con compañía, no me puedo quejar. Pero voy a estar mucho mejor, si me llama León a secas.
Pobre León. Puede ser que mi ocasional compañía le haya cambiado el ánimo, pero ya había escuchado a la enfermera de la noche: parece que el viejo tiene la papa.
—Bueno, muy bien. Pero hágame el favor de comer. Si no, no me va a subir esos kilitos que le faltan. ¿Y usted, don Polo?
—Mejor, Julita. En un par de días ya estoy listo para volver a las pistas.
—Míremelo al bailarín. Bueno, en un ratito les vienen a retirar las cosas del desayuno, y más tarde pasa la doctora Suárez. Pónganse lindos. Y la buena noticia es que no tienen temperatura, muy bien.
—Esta morocha es bárbara ―dijo León mientras mirábamos el irse de Julia―. En casa tendría que tener una así.
—Che, León, contame de vos. ¿Me decías que te han grabado algunos tangos?
—Sí, pero sin suerte. Me grabaron tres o cuatro letras. “En la penumbra”; pero el que todos conocen es “A media luz”. También “Pena nocturna”; pero la famosa es “Mi noche triste”. Y el otro fue “Espectro castigado”…
—No me suena, che. El que conozco es “Alma en pena”.
—¿Viste vos? Ese es el tango que triunfó. No me ha acompañado la fortuna. Y eso que hay varios paisanos míos que la pegaron fuerte con el dos por cuatro. Aunque no me quejo, eh. Soy un viejo sin familia, pero el tango me dio muchos amigos. Sin ir más lejos, hoy viene a visitarme Cartucho. Un pibe joven, violinista de puta madre. Y, ahora que lo pienso, es el que puede ponerle la música a este tango. Pero seguime contando lo de la Piba, che: ¿fueron a milonguear nomás?
—¡Buen día, buen día! ¿Cómo andan Gardel y Le Pera?
La doctora Suárez entró en la sala con pie firme. Una mujer interesante, de unos cincuenta pirulos.
—Buen día, dotora —pronunció, tanguero, León.
—Buen dí… —Intenté saludar yo, pero la doctora me paró en seco:
—Usted, mejor mire: calladito mejor, ¿eh?
Epa, epa: ¿por qué me trataba así la Suárez? Evidentemente, el horno no estaba para bollos. Y le iba a contestar con una de las mías, pero ella le habló a León, mientras lo auscultaba:
—A ver, don León: si no me come un poco más, lo voy a tener que canalizar otra vez. Pero, si me come, me sube los glóbulos rojos. Y si me sube los glóbulos rojos, me mejora de la anemia y se me va más temprano que tarde.
—Sí, doctora: voy a comerla mejor, digo… comer mejor, ahora que estoy más animado. Debe ser la buena compañía, ¿vio?
—¿Buena compañía? Ojo con éste, que se anda haciendo el pendejo.
Y ahí nomás me encaró la doctora. Retándome con los brazos en jarra, me hizo acordar a mi finada esposa, o peor: ¡a mamá!
—¿Se da cuenta, Polo Higinio Morales —dijo leyendo mi nombre completo en la historia clínica—, que casi se me queda ahí? ¿Cómo va a meterse cocaína a su edad? ¡Hay que ser pelotudo, viejo!
Andá a la puta que te parió, pensé. Y dije:
—Doctora, le agradezco la franqueza.
—Bueno, muchachones —se despidió la Suárez—, los dejo. Si está todo bien, los veo mañana.
—Mirá, León: ¿también tiene un buen irse, no?
—Polito, no te hagás el boludo: te cagó a pedos. ¡De la porquería no me contaste nada!
—Y bueno, che, creí que no me iba a pasar de rosca.
—A ver, batí la justa. ¿Cómo fue Higinio?
—Bueeeno, a ver si te quedás sin historia. Y sí, fuimos pal’ bailongo. Ahí, en Canning y Cabrera. Buen ambiente, tranquilo. La Piba pasó a buscarme en taxi por la pensión.
—¡Qué maestro, Polito viejo y peludo!
—Ahí fue cuando la vi subir las escaleras que te contaba. Le dije que me acompañara al hall del primer piso, y la hice pasar adelante mío. Vos sabés, León, cómo son estas cosas.
—¡Todo un estratega!
—Ella me dijo que algo había aprendido en una academia de baile. Una vez en la milonga, comprobé lo que sospechaba: ¡le robaron la guita en la academia esa! Academia de cachiporra debe haber sido. En fin. Era medio durita, no se dejaba llevar. Pero no de arisca, más bien de… bueno, qué te voy a contar a vos: te tiene que nacer, y a ella no le nacía. Igual, la fui llevando de a poco.
―Ajá, de a poco. ―León anotaba en su libretita.
―Tomamos un par de Gancias, se me calentó el pico, y ahí me mandé la primera macana: me encerré en el baño… y me pegué un sartenazo.
—¡Es un tango! —decía León mientras garabateaba—. ¡Es un flor de tango! Escuchá, a ver qué opinás.
DURITA ME PARECISTE,
EN LAS PRIMERAS DOS PIEZAS
PERO DESPUÉS DE UNAS COPAS,
TE SOLTASTE LA CABEZA.
CON LICENCIA AL BAÑO FUÍ,
Y LA JUGUÉ DE VALIENTE
EL FIERO NASO EMPOLVÉ,
HASTA APRETARSE LOS DIENTES.
—Pinta para tangazo, León. ¡Ni que hubieras estado ahí! Pero al toque me sentí mal, y entonces me invitó a su departamento.
—¡¿Te llevó para la casa?! —León se acomodaba en la cama―. ¡No lo puedo creer!
—Es que la Piba se dio cuenta de una. Me parece que corrió más de un Carlos Pellegrini. Me junaba los agujeros de la napia.
—Ahí, perdoná que te diga, estuviste boludón. A ver: ¿cuántos años tiene?
—No sé, León, es pendeja. Una piba, vos viste. Menos de treinta…
En eso vinieron a traernos la papilla del mediodía: la puntualidad del hospital, en la cuestión gastronómica, es impecable. León hizo un esfuerzo por tragarse todo su purecito amarillo. Cuando terminamos con el morfi, volvió a su libreta.
—Así que menos de treinta, decís. Y bueh, podría seguir así:
LA EXCURSIÓN, CREÍ, ME PUSO
MÁS ACORDE CON TU EDAD,
ESCASOS QUINCE MINUTOS
ME DURÓ LA NAVIDAD.
POR SUERTE LA INVITACIÓN,
COMO CAMPANA ESCUCHÉ
ME LLEVABAS A TU CASA
SI YO PONÍA EL TOUCHÉ.
—León, en cuanto pueda, me paro para aplaudirte. Sos un capo. ¡Un capo!
—No, Polito, el capo sos vos. ¡La Piba te llevó para la casa! ¿Y, qué pasó?
—Y, León, se ve que el aire fresco me despabiló. La Piba se destapó un champú, puso unos tangos, bailamos… y ahí la terminé de cagar. Le habilité una rayita, y yo me mandé otra. Pero chiquita, te juro. Apenitas. Y fue el principio del fin: ella pensó que me hacía el gracioso, pero se me disparó la presión. Me descompensé. Una cagada. Sin embargo, la Piba, retranqui, llamó a Emergencias.
León apuntaba como un taquígrafo. Ni bien yo terminaba con una parte de la historieta, ya tenía listos unos versos más:
—Perdoname, Polito: ¡me la dejás en bandeja! Escuchá esto por favor:
REGIO PISITO TENÍAS,
CON CHAMPÁN ME RECIBISTE.
Y ENTRE TANTO META Y PONGA,
CREÍAS QUE YO HACÍA UN CHISTE.
CUANDO TOMASTE MI MANO,
NO PERDISTE LA PRESTANCIA,
NI PARECÍAS NERVIOSA
AL SUBIRME A LA AMBULANCIA.
—León: ¡vos sos vidente! Es tal cual como pasó. ¡Y además le metés toda esa poesía! ¡Qué jugador!
—Qué lindo, Polito, cuando escuchemos este tango en alguna milonga—León perdía la mirada en el cielorraso—. Ya vas a ver: este Cartucho le va a poner flor de música. Y el chabón que canta en la orquesta también es bueno. Vas a ver, vas a ver.
—Che, León: la comida me dio sueñito, viste.
—A mí también. Es la primera vez que me tomo hasta la sopa. Yo también voy a pegar un ojo. Después la seguimos.
Y dormimos una siesta, que calculo corta. Me despertaron unas voces hablando bajito.
—Estoy despierto —dije, sin abrir los ojos—, no hace falta que susurren.
—Mirá, Cartucho, te presento a mi compañero de habitación. Polo Morales, un bailarín de los que ya no quedan en las milongas.
—Mucho gusto, señor —me dijo el tal Cartucho, que entreví mal que mal.
—Ah, pibe, empezamos con el pie izquierdo. Decime “Polito”. Y tuteame, por favor. Me contaba León que sos bandoneonista.
—Violinista —corrigió Cartucho, un muchachón de un metro noventa por lo menos, bien trazado, y de unos cincuenta años—. Pero qué alcahuete, León. Sí, maestro, intento con el violín.
—Y también componés.
—Modestamente, Polito, modestamente.
—Che, Cartucho —terció León—: Polito esta acá porque… bueh, te la hago corta: le pasó una historia, y estamos componiendo un tango. Uno medio milonga, a lo Rivero. Y vos tenés que ponerle la música. Contale, Polito.
—Sí, claro que le cu…
—… muchachos —dijo Cartucho—, yo les agradezco el convite. Vine de raje porque no te quería fallar, León, pero dejé a la nena en el auto. En un rato se la tengo que llevar a mi ex. Espero que me entiendan. Y cuenten conmigo para la música, es una promesa.
Y Cartucho se fue rapidito.
—Si Cartucho promete, es fija. Polito, quedate tranquilo.
—Sí, sí. Parece buena gente.
—Bueno, Polo, dale. ¿En dónde quedamos…?
—Y no mucho más, León. Ya en el hospital, la Piba hizo el ingreso con mis documentos. La doctora Suárez se encargo de mí en Terapia Intensiva. Y hoy tempranito me pasaron a esta sala.
León cerró los ojos, hizo un silencio largo. Me asusté.
—León: ¿estás bien? ¿Querés que llame a la enfermera?
—Es el final, Polito. Me cuesta el final.
—De qué estás hablando, León. Nosotros somos de una casta inmortal.
—¡Pará la mano, che! ¿Qué te pensás? ¿Qué estoy hablando de la parca? ¡Qué chambón! No, gil: el que me cuesta es el final del tango.
—Bueno, varón, no te lo tomés así. Pensé que me aflojabas.
León se quedó pensativo, mirando al techo. Dijo:
—¿No sabés si la Piba te viene a ver hoy? Me serviría verla, para redondear la letra.
—Y… bastante redondita es.
León volvió a su libreta, escribió y siguió leyendo.
—Fijate esto, Polito.
—¿A ver?
TERAPIA INTENSIVA, GRACIAS,
Y GRACIAS TAMBIÉN DOTORA.
BIEN PEINADITO ESPERO,
DE LA VISITA LA HORA.
—¿Te parece?
—León, es maravilloso. Me gusta mucho, de verdad. Tiene… tiene ternura.
—¿Vendrá entonces tu alumna?
—Mirá: yo la escuché preguntar anoche por la hora de visitas, pero no sé… No sé, León. Pero ponele que venga. ¿Le contamos que estás componiendo una canción?
—Mejor dejá la sorpresa para el día del estreno.
—Dale.
—Ojo, Polo, que te tomo la promesa, ¿eh?
—León, hablando de promesas: ¿vos creés en Dios?
—Ja, mis viejos me pusieron León por el anarquista norteamericano que mató a un presidente. De borrego tenía prohibido hablar de Dios. Pero viste cómo es ésto: a medida que se termina la cuerda, prefiero pensar que alguien me va a recibir allá arriba. Yo, mal no me porté. Y vos, Polito: ¿creés?
—Y… te miento si digo que voy a misa. Pero, si zafo de ésta, me doy una vuelta por Luján.
—Che, Polo: me parece que tenés visita.
—Hola, permiiiso…
—¡Piba, viniste!
—Pero claro, maestro. ¿Cómo no iba a venir?
La Piba estaba radiante. Me gustó verla. La visita fue un lindo detalle de su parte.
—Ejem… Te cambió la cara, Polito, y hasta los colores de los cachetes. ¿No me vas a presentar?
—Pero sí, che. Mirá, Piba: éste es León Sitrinsky. Nos conocimos acá en el hospital, en esta sala. León, ella es mi alumna.
—Encantada, mucho gusto.
—El gusto es mío —dijo León.
—No sabés, pebeta: con León, más que compañeros de cuarto, ya somos como hermanos. El tango es nuestro padre.
—¿Usted baila también?
—León es compositor, poeta —dije—. Hasta le han grabado varios tangos.
A pesar de haber caído en una clínica por pelotudo y drogón, yo estaba entusiasmado.
La Piba arrimó una silla al borde de mi cama. Me contó que había calculado venir antes, pero se demoró por un problema en la oficina. El ruso León nos miraba pícaro, como queriendo intervenir. Pero ella me hablaba bajito. También me dijo que estaba muy ilusionada con las clases de tango, y que le hiciera caso a la doctora para recuperarme pronto. Se ofreció a comprar algo en el kiosco de abajo. Yo le dije que gracias, que no me hacía falta nada. Entonces nos dejó unos caramelos y se fue. Bueno, antes saludó a León, y me sorprendió con un besito de despedida, acá. Acá, en la comisura de los labios. Ni en la frente ni en la mejilla: en la co-mi-su-ra.
—Bueno, ahora sí entiendo mejor —canchereó León.
—¿Viste, che, dónde me dio un beso?
—Sí, Polito, vi. Y limpiate, que te dejó la marca del rouge.
—¿Y la escuchaste? ¿Escuchaste lo que me dijo?
—¡Si cuchicheaban como dos tortolitos! ¡Nada pude escuchar! ¡Nada!
—No me vas a decir que te pusiste celoso, ruso.
—Dejate de joder, che, y contame que te dijo, que tengo que terminar un tango. ¿O ya te olvidaste?
—Sí, sí, claro. Dijo que, cuando me den el alta, quería seguir con las clases.
—¿Y qué más querés? Ése va a ser el momento ideal para estrenar el tango.
Y el rusito León sacó su libreta y se puso a escribir.
—¿Ves, Polo, lo que te decía? —Garabateando, León parecía poseído por Cátulo, Homero y Discepolín, los tres juntos—. Ahora tengo el material que me faltaba para terminar los últimos versos. Escuchate esto, Polito. Escuchá.
TE VI LLEGANDO DE LEJOS,
Y LA SALA ILUMINASTE:
AL ENTRAR, ESOS OJITOS
EN LOS MÍOS LOS CLAVASTE.
INTRANQUILO ME DEJÓ,
TU DESPEDIDA CACHONDA:
“CUANDO SALGAS DE ESTA, VIEJO,
TE LLEVO PA’ LA MILONGA”.
Y fue así que el tango, como profetizó León, se estrenó un jueves de invierno, en la milonga de Canning y Cabrera.
Los días de hospital quedaron atrás. Por ahora. Fueron un giro de la vida, para regalarme un hermano, en el momento y el lugar que nunca me hubiera imaginado.
Y si bien León —¡Dios lo tenga en la gloria!— aflojó justo en la raya, todos cumplimos nuestras promesas: la Piba, una diosa, me devolvió al baile; por mi parte, no le conté del tango hasta el estreno; en cuanto a Cartucho, se pasó con la música. Y lo mejor: el ruso León Sitrinsky murió en paz. ¡Salud, hermanito!
Autor: Miguel Ángel Di Giovanni
Fecha de nacimiento del autor: 14 de octubre de 1957
Técnico mecánico, Técnico de sonido, artesano, músico amateur y motociclista.
Actualmente participa del Taller de Corte y Corrección de Marcelo Di Marco.
Cuentos publicados
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Publicación en Revista Cronopio “Travesuras”
FINALISTA VI Certamen NACIONAL de Poesía y Cuento Breve de Ediciones Ruinas Circulares
“La sorpresa fue tan grande que no se me ocurre ningún título para el relato”
Publicación en Revista Axxon número 257 “Latigazo”