Recuerdos en Carmín
La rutina de trabajo dentro del asilo de ancianos, empezaba a las 8:00 a.m. Todavía falta media hora –pensó Teresa, la enfermera en turno, mientras se dirigía al locker del que extrajo su impecable uniforme y zapatos. Después de cambiarse, acomodó sus pertenencias en el casillero de lámina, suspiró resignada, lo cerró y se dirigió a la cocina.
-Buenos días don Saúl, ¡qué madrugador! ¿pasó bien la noche? –saludó cordial. El rebote del pequeño dado sobre la mesa, que el hombre siempre llevaba consigo, fue la respuesta. Era un tipo extraño que rara vez sonreía. Nadie le conocía la voz, llegaron a pensar que era sordo mudo pero los rutinarios exámenes médicos decían lo contrario. Quiénes lo conocieron recién llegado al asilo, diez años atrás, lo recuerdan como una persona formal y amable. Las sonrisas se desvanecieron junto con las visitas del único familiar que pagaba su manutención.
La mujer se acercó, palmeó ligeramente la encorvada espalda y después lo agarró del brazo para ayudarlo a levantarse de la silla. Obediente se dejó guiar, no sin antes echarse el dado a la bolsa del pantalón. Lo condujo por un pasillo que conducía al patio y lo sentó en su lugar favorito. Una banca junto al inmenso roble. En mañanas frescas como esa, el hombre de ochenta y tantos años, podía durar horas con los ojos cerrados y una leve sonrisa dibujada en el rostro.
La observó al retirarse. El balanceo del trasero femenino, le mecía los recuerdos. Entrelazando los dedos sobre el abultado vientre, cerró los ojos y se permitió viajar en el tiempo.
-¡Avienta el dado!, es tu turno Saúl –gritó eufórico su compañero en la oficina de correos del terroso pueblo. Lo zarandeó de los hombros y agregó -si sale número par, tú irás a Monterrey a entregar la correspondencia y si sale non, me mandan a mí. –¿Te imaginas conocerla en persona? –concluyó el joven en una especie de trance. ¡Camila Carmín! –suspiró parándose frente al calendario colgado en la pared descascarada. ¿Quién no soñaba con la sensual cantante? Morena de cabello negro ondulado, muy largo y siempre echado hacia el frente sobre el hombro izquierdo. Se paró de puntas y lamió el rostro de boca carnosa, lo descolorido de ese pedazo en la foto, indicaba que no era el primer “beso”.
Saúl, decidido tiró el dado al piso y dos pares de ojos siguieron el rebote hasta que se detuvo. El efusivo abrazo que casi lo tumba, marcó su destino.
¡Uno! ¡salió uno! suertudo irás tú a conocerla.
Al día siguiente, el joven de escasos 18 años, trazaba corazones con su vaho en la ventana del destartalado autobús en esa fría tarde de Enero.
Teatro el Faro presenta: “El Beso de Camila Carmín” centellaba la marquesina. Saúl hizo bolita el papel que traía anotada la dirección y lo tiró al piso. Había llegado.
“Esta noche será la última función que daré. Me iré para siempre de este lugar de mierda” –pensó Camila mientras veía a través del espejo, el sillón de terciopelo morado, el raído tapete mostaza y las terrosas cortinas. -Hoy me llevará con él -dijo ilusionada y metió una mano en la pesada bata de franela para frotarse un seno hasta endurecer la punta. El intermitente toque en la puerta del camerino interrumpió su exploración.
-¡Adelante! –dijo con voz entrecortada y se acomodó la bata. Como nadie entraba se dirigió a abrir la puerta. Un joven larguirucho, de agradables facciones, boquiabierto la observaba de arriba abajo. –Entra muchacho nos vamos a congelar –lo jaló del brazo y cerró la puerta.
Saúl no pudo articular palabra. Sin las capas de maquillaje parecían de la misma edad. Con manos temblorosas abrió la mochila, sacó un sobre y se lo entregó a la joven quien frunció el ceño al leer el remitente. Desesperada abrió la carta, conforme iba leyendo, el rostro fue cambiando. Lo que empezó con temblor de la quijada, terminó en un grito desgarrador que dejó a Saúl asustado. La convulsión en los hombros femeninos le abrió la bata. Camila, totalmente ajena a la mirada perpleja del joven, agarró un florero y lo estrello contra el espejo.
-¡Mentiroso!, es un pinche mentiroso – bramó furiosa- y yo la puta ilusa que le creyó –dijo entre dientes y se secó las lágrimas con fuerza. Se dio la media vuelta y notó la presencia de Saúl que parecía pegado al piso. Caminó despacio hasta quedar muy cerca de él, sintió en la cara su respiración entrecortada. Tarareando la canción bésame mucho, desató la bata, guió las manos del joven hasta ponerlas sobre los senos. Lo besó despacio, su lengua invadió la boca del impresionable Saúl, quién rápido siguió el ritmo impuesto por ella. -¿Tienes prisa? porque yo no -ronroneó bajándole la bragueta. El pene firme y tibio agradeció la pregunta.
-¡Don Saúl! ¿qué se está agarrando? –reprendió la enfermera. Somnoliento, sacó la mano del bolsillo del pantalón y extendiéndola, mostró el inseparable dado.
Autora: Rufina Alejandro.
Monterrey 1864. Cuando contrajo matrimonio, tenía 14 años y su esposo 34. Supo lo que era “burro en primavera” en reencarnaciones, conoció caballo en verano y decidió ser yegua libre eligiendo muy bien al jinete que la monte. De espíritu terco, exprimió cientos de próstatas transgeneracionales esperando llegar a la época actual. A través de estos años encapsuló historias que viene a contar. Soberbia, asegura que con sus letras incitará, que los moralistas toserán y que llegó para quedarse y ¿al qué no le guste?... ¡ahí está la puerta!
Gentileza de Artis Nucleus
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