Etérea
Si se amalgaman las sangres sin llegar a tocarse, si se encuentran en lugares diversos surcados por líneas y puntos muy tenues, se toman con ambas manos, y si se rozan con las yemas de los dedos aunque se derramen, aunque se aseguren en sus pieles, aunque no se retuerzan, aunque no se lastime nadie, aunque se vierta y se ensucien las baldosas, aunque se den vuelta los abrigos buscando un bolsillo interno con un rubí, aunque siga con el viento de frente y me golpee y yo atraviese un cuerpo con otro cuerpo igual me siento apuñalada, aunque oír palpitar otro centro me remita a que el mío está inquieto porque alguien más logró hacerlo vibrar sin mentirme,
hurgando un pozo en mi pecho estoy desesperada, me clavo las uñas en las manos porque es que no encuentro nada, lo oigo respirando con dificultad, un murmullo muy dulce, está en alguna parte de esta caverna como un animal herido, su pelaje gotea, en los pasadizos húmedos con el hielo pendiendo del techo, amenazante, en algún recoveco tiene que estar, perdiendo un poco de sí con cada párpado que se abre y que se cierra porque si me vuelvo para mirar encuentro en mi espalda un insecto que imprime su aguijón sobre mí, no lo deja caer, me mira fijamente, sabe que soy yo la que siempre recoje el puñal sangriento del suelo.
A pesar de perderle el rastro a ese ser y apreciar cómo esa sangre perdida se seca en el suelo de los pasillos de este cuerpo no dejo de buscarlo, no sé cómo dejar de buscarlo, más tarde por la noche en un sueño soy cálida y me deslizo con gracia, no temo, no dudo, camino sin tensiones ni nudos, no veo a nadie y estoy sola, sé que ésa no soy yo, yo también soy la otra, la que va detrás cargando el velo entre sus manos sucias y agrietadas, yo también soy la otra.
Entre mis manos cargo un ramo de flores amarillas recién recogidas, con cada paso que doy están más vivas, más bellas, más libres, más solas hasta que llego al final del sendero y me arrodillo, las plantas me besan suavemente los tobillos y no me acecha nadie, se extiende un cuerpo, otro cuerpo, hecho de agua y no veo su fin, se extiende más allá de mis ojos y si los entrecierro el sol me rebota una luz y no me deja averiguarlo (el saber es impuro).
Dejo que las flores se respiren en ese torrente, las apoyo como soplando un diente de león, no quiero que se estropeen, veo como se sumergen en esa sangre transparente y me recuesto en el pasto con las manos sobre el esternón, como una muerta, como una virgen, y la verdad es que soy ambas.
Autora del texto y la imagen: Clara Bachur
la autora de este cuento nació en un mes frío del 98 y está actualmente buscando un trabajo soportable. estudia cine en la (i)una. le gusta pintar con acuarelas. puede (intentar) comunicarse con ella por mail (clrabachur@gmail.com). si estabuscando una joven intrépida para atender una librería de usados, NO DUDE!