Tu Puta Madre
“It’s a luscious mix of words and tricks
that let us bet when we know we should fold...”
- The Shins, “Caring Is Creepy”
Todo en ella era sensual o sexual. Hasta llevaba por nombre, aquél que un viejo amigo calificaba como el más subliminal de los nombres femeninos: Rocío.
A sus cuarenta y siete, tenía la cintura más estrecha que su hija de veintitantos, y que la mayoría de sus amigas, unos senos firmes y un trasero exquisito.
“No, pues la neta a la mamá de ese wey yo sí se la dejaba caer”, dijo hace algunos años Horacio, un día que “ese wey”, que no era otro que Álvaro, un amigo muy cercano, no estaba. Todos estuvimos de acuerdo.
Después nos acostumbramos a Rocío y nos olvidamos del asunto. Yo hasta traía algo con Cecilia, la hermana de Álvaro, cuando Rocío me llamó a mi celular y me dijo que deseaba verme.
“Estoy muy preocupada por Álvaro”, me dijo. Bullshit. Rocío ya sabía que su hijo era el más pedo de todos nosotros, y aun así no era nada preocupante. Yo ya quería saber por dónde iba la cosa. Y no tardé en enterarme, aunque Rocío no hubiera tenido que derramarme su Coca Light encima para que tuviera que quitarme lo que traía puesto para lavármelo, mientras me prestaba ropa de Álvaro “para que me pusiera mientras mi ropa se lavara y se secara”. La ropa nunca me la puse, y lo único que podría conseguir Rocío con tales métodos es el de poder intentar convencer a personas ingenuas de que todo fue un accidente, y que se dejó llevar por el momento. La manera en la que se acercó a mí ni siquiera calificaba como pantomima mediocre de madre preocupada. Pero funcionó, y así empezó todo.
No requirió mucho cinismo verle la cara al papá de Álvaro, y vérsela al mismo Álvaro, hasta cierto punto era cómico. Pero sí sentí pena por Cecilia cuando empezó a reclamarme que “ya no era el de antes” cuando empezó a dejar de tener que torear mis avances. Entonces sí querías, mamacita, ya lo sabía. Te tengo noticias: no soy tu pinche pantalla de plasma que te espera apagada para que la prendas cuando te dé tu chingada gana. (Ah, y me estoy cogiendo a tu madre).
Pues si Cecilia era guapa, Rocío lo era aún más, y también diez veces más cachonda. Me importaba madres si la señora estaba hojalateada, por mí que se gasten todo el varo que quieran en chingaderas de tratamientos y cirugías, por mí mejor, si quedan así de buenas. No me sorprendió la exquisita belleza de su cuerpo, pero sí me sorprendió que esta vieja me resultó bastante más cochinona de lo que me esperaba. El chocolate y crema batida fue nomás al principio, después la “honorable dama” quiso probar con otras madres como cera de vela, que al principio me dolió un chingo, pero a ella le encantaba, y que al final empecé a sacarle su saborcillo. Le encantaban los pinches disfraces, aunque la verdad unos están de lo más pendejos y lo único que dan es risa. Creo que se ofendió un poco cuando casi me zurro de la risa con su disfraz Leg Avenue de Blancanieves dizque cachonda, creo que tiene un trauma con este personaje porque está orgullosísima de su piel blanquísima (”de alabastro”, como siempre dicen en las revistas pendejas refiriéndose a Nicole Kidman), su cabello negro y sus ojos azules. También tenía uno de policía, aunque como ella decía, la macana que más le gustaba no era la del disfraz. Un día me dejó helado, y la verdad un poco asustado, cuando llegué a la casa y me la encontré vestida con el uniforme del colegio de monjas de Mónica, su hija de 14 años, todo completo, blusa blanca obsesivamente planchada, falda tableada y chaleco cruzado, calcetas blanquísimas y zapatos casi casi de hombre. Y por supuesto, el pelo recogido en dos colitas, que no se quiso quitar ni cuando se desnudó después de dos cogidas. Quién sabe por qué lo que se me hizo más excitante fue que los pies le cupieran en los zapatos de la hija adolescente, y ya que se encueró, me divertí un poco con los pies. Creo que los hijos se hubieran asustado de verla así, aunque la verdad sea dicha sí se veía muy bien con su peinado de regresión freudiana.
En otra de ésas, me invitó a Los Cabos. Ella iba a decir que se iba a un Spa a Los Ángeles, y yo que me iba al rancho de unos weyes que ya hace un chingo no veía. Hasta se adelantó unos días, según ella para darle credibilidad al asunto. Pero el fin de semana estuvo de poca madre. La pinche vieja se gastó una buena tajada del sueldo del incauto de su marido en una suite chingona, con un pinche jacuzzi a toda madre donde nos pusimos pedísimos todas las noches: la segunda, también medio pachecones. Sexo, playa y pedo, esto fue básicamente lo que hicimos todo el fin, aunque se me hizo muy pendejo que Rocío casi no quería estar afuera que dizque porque no se quería quemar por el sol. ¿Entonces para qué chingados venimos a la playa? Lo demás lo hubiéramos podido hacer en un hotel mamón de cualquier otra ciudad, y sin ese méndigo sol que me dejó la cara como nalga de Satanás.
Así pasaron varios meses hasta que la noté media descuidada y me imaginé que ya le andaba tirando el pedo a otro. No quería nada de esta vieja más que sus tetas y su vagina y su culo, pero me pegó un poco en el orgullo. ¿Pues qué chingados quería, o por qué andaba como malcogida teniendo que buscar su satisfacción en otra parte? Ya me la esperaba, que era toda una cougar que necesitaba procurarse sus jovencitos, pero no me gustaba sentirme otro del montón. Quería refrendar mi posición como el más chingón, y para eso necesitaba saber a lo que me estaba enfrentando.
Un día que la vi que se compró un vestido muy skimpy, pensé que ya venía mi oportunidad. Entré a la casa, y me fui al sótano, que también era el cuarto de juegos, para que no se diera cuenta de que estaba ahí. Si me pescaba, pues le decía que me estaba volando una clase y preferí venir a dormirme un rato a su casa para esperarla y darle su buena cogida cuando llegara.
Estuve haciéndome pendejo con unos periódicos del día anterior cuando oí el timbre. Ahí venía, todo era cuestión de hacerme wey unos veinte minutos, o una media hora más, para después subir y pescarla in flagrante delicto. De hecho, fui bastante exacto en el cálculo: a los veinticinco minutos oí el ruido de vidrio rompiéndose, y tuve que aguantarme para no reírme a carcajadas de la poca inventiva de la vieja. Apagué la luz, subí sin hacer ruido y me acomodé en una sombra en las escaleras, para ver quién era el nuevo incauto, que de hecho podía ser cualquiera de mis amigos, o cualquier amigo de sus hijos. Resultó que no andaba tan perdido, pero lo que ví, cuando lo ví, me dejó helado: Rocío le quitaba muy tiernamente un mechón de cabello de la cara a Natalia, la mejor amiga de su hija Cecilia, y le acariciaba un seno. In die mutter.
Poseído por quién sabe qué, me esperé a que la chamaca se calentara, y salí de mi escondite, con una cara casi inocente, como quien no quiere la cosa, y me les uní con tal naturalidad que la Natalia tenía que acabar pensando que Rocío tenía todo planeado para que fuera así.
El trío estuvo poca madre. Pero más poca madre estuvo lo que hice después. Usando un poco de teatro y un poco de sexo, me envolví a la Natalia, y en cuestión de semanas, éramos ella y yo, y mandamos a Rocío a la verga. Trágate ésa, pinche vieja, y trágatela embarrada.
Creo que está de más decir que no había pasado ni un año antes de que todo rastro de esto desapareciera de mi vida. Natalia, Álvaro, Cecilia con su cara desconcertada cuando me alejé de ella y el papá cornudo, a todos los dejé atrás. Pero me sigue gustando que me derramen cera de vela en la piel, aunque ya casi ni me acuerdo por qué. A menos que alguien me pregunte cómo es que me empezó a gustar algo así, y entonces me acuerdo de todo, y me río.
Es así que comencé a pensar que todas las personas que tienen una madre de las de la vela perpetua, de esas que el único hombre en su vida es Benedicto XVI, deben considerarse afortunados. Muy afortunados. No saben cuánto.
Autor: Sebastian Morgenstern
no tenía permiso de salir a jugar a la calle en días de escuela, pero encontró otra puerta abierta al mundo: los libros. La mayoría de los veranos no salía de vacaciones, pero conoció de la mano de la literatura y de su imaginación desbordante los cinco continentes. Se quedó con ganas de ver muchas películas y puestas en escena, muchos años después se dio cuenta que las que había creado en su mente para llenar los huecos eran a veces más emocionantes. No le gustaba mostrar lo que escribía, pero cuando comenzó a hacerlo, escuchó tantas veces “¡Ya escribe lo que sigue!” que algo acabó por encajar en su lugar. Y desde entonces sigue creando ese mundo que es a veces lento y crudo y a veces corre desbocado en rutilante Technicolor.
Imagen de Yang Na
Texto gentileza de Artis Nucleus
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