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Intensa contemplación del vacío

Arriba. Arriba. Todavía queda mucho por recorrer, estira las piernas que enfrente el camino se bifurca. Puedes seguir o detenerte en este punto, no se perdería nada si lo hicieras, ni siquiera entiendes bien qué es lo que está pasando. Los pensamientos en tu cabeza se repiten como los escalones que vas dejando atrás. Mira sobre la baranda y ve esa garganta gigantesca estirándose con cada paso que das, parece que pasó mucho tiempo desde que estuviste allá abajo, mirando hacia arriba, envuelto en la primera discusión que tuviste contigo mismo, continuar o detenerse en seco, dar media vuelta y encerrarte bajo las sábanas o dar el primer paso y con él, el segundo, el tercero, así hasta perder la cuenta. Pero ahora estás aquí y llegar hasta el final luce mucho más fácil que devolverte engañado por tu misma cabeza, es algo extravagante, ¿verdad?, una sensación a la que no estás acostumbrado, teniendo en cuenta que hallas placer encerrándote en tu casa, bajo una luz amarillenta, detestándote sin compasión alguna, porque siempre eres el único encargado de tu continuo sabotaje. Luces diferente, la decisión es un traje hecho a tu medida. Mírate, escalando peldaños sin detenerte, resistiendo las llamas que consumen tus piernas y la creciente confusión producida por el ascenso. No te reconoces, ¿verdad?, tan arriba a pesar de haberte quejado los anteriores novecientos escalones y de transpirar la incógnita de la dirección correcta. Mientras subes aumentan los números pintados en la pared, ésa es tu barra de progreso, tu ancla segura, cada vez que aparece uno piensas en lo poco que hace falta, no lo mucho que llevas, realmente el vaso está medio lleno, entiendes a qué se refieren con eso, ¿cuántas veces repetiste esa frase, cuando ni siquiera habías comprendido su significado? no te acuerdas, seguro, pero sabes que varias veces. Ya puedes ver el techo, falta poco para el final, sigue, deja de mirar por la baranda, no hay nadie, no puede haber nadie, eres el único que puede estar acá a esta hora, los demás están en sus hogares, bajo el calor de su pareja, dormidos, con la mente alucinada en paraísos oníricos. Solo, recuérdalo, estás solo, nadie te va a decir nada, a preguntar nada, sigue subiendo, deja la baranda, éste no es momento de detenerse, nadie aparecerá de repente, la puerta está cerrada con llave y tú las tienes colgadas en el cinturón. Límpiate el sudor de los ojos, dale, deja de respirar con la boca abierta, detente un poco si no puedes seguir, ya sé que estás cansado, que te duelen los pies, pero no actúes como si te fueras a morir, estírate para descansar, deja de resoplar, pareces un terminal, tienes que alimentarte mejor, seguro un tiempo atrás no te hubiese costado tanto, pero los años han pasado y el abandono en el que te tienes se nota en momentos cruciales. Vamos. Dale. Arriba. Tienes las axilas sudadas, sí, no es necesario que te toques una y otra vez, sí están sudadas, sí se nota desde lejos, pareces un mapamundi. Mira hacia arriba, ¿ves lo poco que falta?, sí, así de poco. Muy bien, hacia arriba, paso por paso, un escalón, otro escalón, otro, otro, otro, ¿ves lo fácil que es? no tienes apuro igual, lo importante es que no te devuelvas, llegarás, lo sabes. Sólo falta el último tramo, el sudor se te mete en los ojos y en la boca, arde y tiene gusto salado, tus piernas están a punto de reventar, la garganta se te resquebraja con cada respiración que das, no puedes producir saliva, te has quedado reseco, nunca habías sentido la cabeza tan pesada, te sientes como un fósforo que está siendo presionado por dos dedos enormes, parece que tu corazón taponado y débil por tanta basura quiere explotar, quiere salir por tu garganta hecha jirones, no vayas a vomitar, levanta la cabeza, mira, llegaste al cincuenta, por fin, fuiste capaz. Vamos. Busca la llave. No puedes ver bien, manchas de colores aparecen y desaparecen frente a ti, los dedos hacen más presión, igual búscala, ¿cómo no puedes saber cuál es? es tu trabajo, es lo único que haces, lo único que has logrado hacer y ¿ahora no sabes cuál es? Ahora sí la encontraste, abre la puerta. Sal. Vamos. Sal. No puedes llegar hasta la cima y pensar que no debiste haber venido. Llegaste, entiéndelo, llegaste. Escucha el ruido de la calle, tómate un instante para escuchar los autos pasar a lo lejos, aquí no se escuchan personas, ni perros, sólo te escuchas tú mismo. Siente el frío de la madrugada, ya se te olvidó que hace unos minutos estabas quemándote, ¿verdad?, El metal se endurece al enfriarse, eso eres, una montaña de metal endurecido, el cansancio de las piernas ya no te molesta, fue un ejercicio digno de ti. Sal. Perfecto, disfruta del viento, disfruta de la sensación de ser parte del silencio. Los demás están por allá, lejos, tú estás aquí arriba, solitario, no, independiente, codeándote con el silencio y el viento. Vamos, camina, conoces este lugar, no actúes como un invitado, no hace falta encender la luz, la luz quita la intimidad, mira los edificios a tu alrededor, miles de personas decididas durmiendo plácidamente, y ahora tú estás a su altura. Camina. Vamos. Lo estás logrando. Sé que te impresiona, pero es así. Se ven mejor las estrellas ¿las alcanzas a ver?, ellas te ven, te siguen, la luna menguante también está pendiente de ti, todos están pendientes de ti ahora, eres el centro del universo, el punto donde todo se toca, el Aleph borgeano. Te gusta esa sensación ¿no?, lo disfrutas en verdad, ¿por qué no siempre te comportas así?, no sé, parece que temieras ser tú mismo, que dudaras atropellar a los demás con todo lo que eres y en vez de eso te dejaras atropellar, pero te ves bien, ahora te ves bien. Acércate con cuidado, no hay apuro, la madrugada eclosionó hace poco. Da pasos cortos, mínimos, llega lo más cercano al borde que puedas, siente el viento en la cara, en el pelo, ya no sudas, eres metal endurecido, ignora tu corazón, ignora el golpeteo en tu pecho, es normal que se acelere, cuidado, no te pases, un poquito más, ya casi, ahí está perfecto. Ahora mira hacia abajo, mira a los vagabundos durmiendo en la calle, mira los autos andando a velocidades impensables en hora pico, mira sus luces, disfruta el rojo, el amarillo, mira los postes, las ventanas, ese policía que detenido en la esquina protege su cuadra, ¿cómo los ves?, exacto, son minúsculos, insignificantes, no como tú, tú estás sobre todos ellos. Ahora mira al frente, trata de buscar el horizonte entre todos los edificios, allá se ve, poco, pero se ve, deja de apretar los dientes, suéltate el pecho, no te agarres la cabeza, abre los ojos, respira hondo y ¡salta! ¡Vamos, carajo! ¡Salta!

 

Autor: Diego Garcés

Mi nombre es Diego Garcés, colombiano, residente en la Argentina desde el año 2015, estudiante de la carrera Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), enfocado principalmente en la escritura de cuentos inmersos en la estética de la decadencia humana.

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