top of page

Sonámbula


Hoy es otra vez primavera, como aquella vez que eras montaña y yo un hombrecito de fuego. O como la vez que te acercaste, sonrojando, y me ofreciste el cuello por amor. Recuerdo que te lo mordí dulcemente y me emborraché con tu sangre, y que al despertar nos abrazamos por primera vez, y tú, que eras de pocas palabras, me dijiste la más linda y te dormiste. Yo no se si dormí o permanecí despierto, pero la imagen de tu cara sonriente, estaba seguro, era lo más hermoso que había visto en esta vida.

Inmóvil, en éxtasis, como si hubiese sido yo el hipnotizado, sin embargo, el golpe fue duro, al ver que, sonámbula, te levantabas y te vestías, y salías sin mirarme, cuando la noche empezaba a caer sobre el castillo. Verte atravesar las rejas, el sendero, e internarte en el bosque, me produjo un terror desconocido, pero atiné, tras una explosión de humo, a desplegar mis alas de murciélago, y salir tras de ti, antes que se hiciera tarde.

Te busqué entre los árboles, en los bordes del pantano, llamándote en silencio. Preguntaba a otros seres si te habían visto, y ninguno me respondía más que con un sí deslumbrado. Temía lo peor: que el viejo Helsing hubiera salido de las sombras, y hallado en ti su venganza.

Ya la noche entonces concluía, cuando, cada vez más desesperanzado, te buscaba en los médanos. Bajé a la playa, como una explosión que cae del cielo, y observé con tristeza el mar y la arena. Una vez miré al norte, y luego al sur, con el corazón petrificado, y al fin, allí estabas, hermosa mía, desplegada por el viento.

Con toda la fuerza que aún tenía, corrí hacia ti cubriendo el cielo con la capa negra. Al llegar me miraste, como a un extraño, y hablaste en la lengua de los sueños. Te ajustabas el vestido al cuello por el frío, de pronto frágil y tierna, y esperabas, eso creí oír aguantando el llanto, que el sol apareciera en el horizonte. Yo te miraba y me parecía ver que te hundías en la arena.

Te tomé de la mano, y la besé y apreté levemente, y así despertaste, abriendo los ojos sorprendida, sonriéndome al instante, dulce y enamorada. Tú me apretaste la mano y juntos vimos salir el sol, y corrimos luego tomados, hacia los médanos, por el bosque, hasta arribar al castillo y ocultarnos.

Aquí querías morderme, sanguinaria, sedienta de mí como de una orgía, y yo que en todo momento era corazón galopante, endurecido, me dejaba tragar por todo tu ser. Adentro me hacía camino, de pie, entre los relámpagos, rojo henchido, cuando clavaste tus uñas en mi pecho, y tus ojos se agitaron y se volvieron blancos.

Después me dejaste tirado, como mármol roto en pedazos. Pero yo te veía desnuda por completo, sentada en el sillón, y me alcé de un tirón para morderte el cuello y chuparte la sangre. Tú te sacudías y gemías en mis brazos, y no olvido, tu feroz dentellada, hoy que es otra vez primavera, y es de noche, y abren las flores y refulgen las hojas de los árboles, y cantan los búhos.

 

Autor: Pelayo Murray

Mi nombre es Sebastián Pelayo, nacido en 1972, y a esta altura, ya medio porteño y medio platense. Bisnieto de Rodolfo González Pacheco y nieto de Luis Alberto Murray, continúo, digámoslo así, “la sanguinaria”. Permanece inédito un libro de poesías, trabajo sobre otro de cuentos y en una novela, entre otros proyectos que van tomando forma.

Se me puede encontrar en facebook con el nombre de Pelayo Murray.

bottom of page