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Clave de Fa y El juego que sé jugar mejor


Clave de Fa

Encendí un cigarrillo antes de continuar la pieza. Mis dedos ardían por tantas horas de ensayo. Leí detenidamente la partitura, indicaba da capo al fine. Un viejo recuerdo cruzó mi mente durante varios segundos. Quise extender el sonido de la última nota, desvaneciéndose en el humo. A piacere…

Mi cuerpo era una melodía en Clave de Sol. Al tocarme me hacías sentir viva y ligera. A ratos me sorprendías con un beso en el cuello, presionando tus labios a modo de stacatto. Otras veces, producías el más sonoro de los arpegios, al deslizar tus dedos en mi cabello despeinado. Sintonizabas tus pausas con cada uno de mis silencios. Te juro que antes no había disfrutado de semejante cadencia.

Dime, ¿cómo sucedió que olvidé leer en Clave de Fa?. Sin darme cuenta, me acostumbraste a repetir la sinfonía de siempre. Así, noche tras noche, nuestro opus magnum perdió bríos y se convirtió en un eco insignificante y efímero.

El verano del 84, ¡cómo olvidarlo!, fuimos tan felices que jamás anhelamos tener un final feliz. ¿Recuerdas las noches de tormentas eléctricas cuando perseguíamos nuestra sombra bajo la luz de los faroles? Yo sí las recuerdo. Me enamoré de ti porque que no eras el típico romántico. Hablabas poco y casi nunca sonreías.

La música ya no se escuchaba. El silencio era ensordecedor. Creo que al menos nos merecemos un aplauso. Siempre supe que el amor era un sentimiento surreal e imposible para los dos.

 

El juego que sé jugar mejor

A las cuatro de la madrugada, las paredes de mi habitación crujieron tras el paso de un avión que volaba cerca de mi casa. Desde ese entonces, no pude conciliar el sueño. Pensaba en muchas cosas a la vez. Me arrepentí de no haber comprado aquellos zapatos que tanto me gustaron. Imaginé cómo sería mi vida si pasara el resto de mis días en un iglú. (¡Tonterías!)

Me di la vuelta al otro lado de la cama. Mientras tanto, unas ranas croaban afuera de la ventana. Si las besaba seguirían siendo ranas pues ninguno de mis pretendientes se convirtió en un príncipe. (¡Bah!)

Quise saber en cuantas horas sonaría el despertador. Faltaban dos horas y cuarenta y cinco minutos exactamente. En ese momento, apareció un mensaje en la pantalla de mi teléfono móvil. Lo leí, pero no respondí. Hace mucho tiempo que él y yo no nos veíamos. (¡Basta ya!)

Intenté acostarme a dormir. La voz de mi conciencia daba martillazos diciéndome..."Te advertí que no salieras con él. Dicen que su ego le llena los pantalones y que no se conforma con tener razón. Vas a llorar, niña."

Sí, lloré. Lo que nadie sabe es cuánto reímos a la medianoche debajo del colchón. La primera vez até una cinta alrededor de su cuello y nos besamos en la oscuridad. Vivimos una locura, vaya que sí lo fue. Él me hablaba, yo le escuchaba. Él me gritaba, yo lo callaba. Él me mentía, yo descubrí la verdad. Él me invitó a jugar y yo le gané el juego.

Siempre supe que no se enamoraría de una vencedora ni yo tampoco lo haría con un perdedor. Como dirían los sabios, <<volenti non fit injuria>>. Olvidé su nombre antes de que él volviera a pensar en mí. Cuando se percató que me había ido, sonó el despertador. (¡Fin!)

 

Autora: Irelis González Malavé

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