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Le dicen el vagabundo de la plaza San Martín. Hace años que solo es un espectro de un color indefinido entre gris y marrón. Lo cubren capas de mugre y de olvido. El olor a alcohol y la indiferencia lo persiguen. Su cuerpo de anciano parece volverse invisible ante los ojos de mirada apurada de los caminantes. La ciudad fluye incansablemente, se cruzan y se enredan los destinos. Las horas se chocan en su carrera a toda velocidad. Menos él, él sigue siempre en el mismo lugar, en la misma plaza, en los mismos bancos, junto a los mismos basureros. En su muñeca cuelga un reloj antigua que cuenta los minutos hacia atrás, parece que decidieron declararle la guerra al tiempo.

Cada tanto recibe alguna moneda de lástima. Pero por lo general la gente se aleja de él. De su indigencia que los espanta y de las locuras que recita a todo pulmón.

-Llega el carnaval- les dice a los oídos sordos.

-Prepárense para bailar toda la noche.

Cuando las campanas indican las tres de la mañana un silencio pesado cubre la ciudad. Todos están dormidos y protegidos en sus hogares. O casi todos. Un rumor lejano comienza a escucharse y el anciano se prepara. Se ató pedazos de telas y de bolsas en los brazos y las piernas. Se puso una camisa amarilla que encontró por ahí y un collar de tapitas cuidadosamente recolectadas.

El sonido es más fuerte y se hace inconfundible. La comparsa al fin ha llegado a la ciudad. Los silbatos, las trompetas y los bombos impregnan de alegría la noche fría. Es el carnaval de los muertos, que baila cada noche sin falta. El colorido de la ropa le hace frente a las sombras. Rojos, azules, verdes y naranjas se mezclan como pinturas en un lienzo. Lentejuelas, flecos y cascabeles se suman a la danza. Los muertos festejan lo que los vivos no se animan.

A gritos y risotadas la comparsa avanza. El vagabundo se suma la baile y comienza a gritar y saltar como loco. Los perros asustados gruñen y se esconden.

De tanto en tanto se suman nuevos bailares que recién se estrenan esa noche. Comienzan con timidez pero luego la música los guía en su nuevo camino.

Todos bailan sin cansarse hasta el amanecer, donde comienzan a difuminarse y su marcha continúa por lugares desconocidos, donde los vivos no pueden seguirlos. Se borran por completo dejando solo un rastro de papel picado y lentejuelas y a un vagabundo desquiciado que sigue bailando durante todo el día mientras le grita a la gente atónita que pasa a su lado:

-¡Bailemos que estamos vivos!

 

Autora: Camila Villarroel

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