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―Si me prestan atención… Quiero brindar por… ―dijo don Acasio levantando su vaso de refresco, mientras cenaban―. Si me atienden un poco, por favor… Quiero brindar…

Era una noche como cualquier otra, con un viento suave que corría por la calle, con la música de la radio que sonaba bajito y con los platos todavía con algo de comida. De repente, así nomás, se le ocurrió a don Acasio brindar esa noche. Incluso se puso de pie. En el comedor, que tenía una mesa con mantel crema con figuras alusivas a las frutas, se hallaban su hija Guadalupe, el esposo de ésta (Damián) y sus tres nietos. El mayor de los nietos estaba sentado enfrente de don Acasio, manipulando su iPhone, comunicándose con sus amigos de colegio mediante whatsApp. La nieta, con señales claras de querer entrar ya nomás en la pubertad, con maquillaje, casi sin sonrisa y, por supuesto, también con su iPhone y los audífonos en las orejas, movía la cabeza al ritmo de una canción. El último de los nietos, Efraín, que tenía seis años de edad, comía poco y no quitaba los ojos de la jarra de refresco.

Guadalupe conversaba con su esposo en voz baja y con el tenedor movía los arroces de su plato.

―Si me prestan atención. Sólo quiero brindar esta noche por…

En un momento tan minúsculo, muchas imágenes del pasado circularon por la mente de don Acasio. Vio a su nieto mayor cuando era niño, con apenas tres años, que se le trepaba a la cabeza para gobernarlo como si fuese caballo. Vio a la nieta con su cabellito amarrado en dos colas laterales que gritaba: “Abuelito, no me pescas”. Y a su hija Guadalupe que lo besaba en la frente cuando sepultaron a su esposa…

―A ver, abuelo, no molestes ―dijo el mayor de los nietos―. Todas las noches nos fatigas con lo mismo.

…cuando le decía que lo quería mucho, que su nieto se le parecía a él. Vio a su esposa sonriendo, en la cocina preparando un estofado, en sus brazos dispuesta a darle un beso.

Era una noche tibia con luces artificiales que escondían la luz de la luna.

Apareció la cocinera, preguntó si podía retirar los platos y, sin que exista respuesta, retornó a la cocina. Los iPhones no dejaban de funcionar, no daban tregua alguna para que sus propietarios pudieran percibir la ansiedad del anciano.

Surgió en la mesa una cantidad de papeles con números que eran leídos por Guadalupe, mientras Damián los iba sumando con una calculadora. Eran las facturas de los servicios básicos y otros gastos.

Don Acasio, con su mano temblorosa, hizo tintinear el vaso usando un tenedor.

―Abuelo ―dijo Damián―, deje su brindis para otro rato, estoy ocupado con cuestiones del hogar.

La mirada disconforme de Guadalupe, en alianza con el marido, se convirtió en un reproche a su padre. «Dios mío, ¿por qué no te lo recoges de una vez?», pensó Guadalupe.

―¿Abuelo? Abuelo mis huevos ―dijo don Acasio mirando a Damián―. Tú no puedes llamarme abuelo porque sencillamente no eres mi nieto. Sólo mis nietos pueden decirme abuelo. Falta de respeto, es una falta de respeto que me llames abuelo sin ser mi nieto. Vaya manera disimulada de decir viejo.

Efraín, balanceando los pies y con su vaso de refresco en la mano, miraba a su abuelo.

―Oh, disculpe, don Acasio. Fue una torpeza de mi parte.

Damián le llamaba don Acasio o directamente Acasio cuando lo tuteaba. Fue la primera vez que lo trató de esa manera; por lo general se relacionaba con su suegro con algo de indiferencia.

―¡Papá, ¿qué es lo que buscas? ―intervino Guadalupe― ¿Quieres que pelee con mi marido?!.

―No, de ninguna manera ―contestó don Acasio.

―Entonces, no interrumpas.

―Perdón por mi impertinencia ―dijo―. Sólo quería brindar por la vida. Sólo eso. Bueno, es mejor que me vaya a dormir. Buenas noches.

―Escucho ruidos en el cuarto de tu padre ―dijo Damián.

―Son las cinco de la mañana ―comentó Guadalupe ―, no entiendo por qué no está durmiendo. Va a despertar a los chicos. Son las cinco de la mañana.

Damián, según los ruidos que escuchaba, dedujo que su suegro estaba preparando sus cosas para marcharse.

―Parece que tu padre está dejando la casa.

―Qué fastidio. No tiene adónde ir, ya se le pasará el enojo. Quiero seguir durmiendo.

―Creo que anoche me excedí ―susurró Damián.

Con algo de esfuerzo cerró la maleta don Acasio y, con sigilo, abrió la puerta principal de la casa. Afuera, los gallos hacían lo suyo y la brisa del alba anunciaba un día húmedo. Y se sorprendió el hombre cuando vio a su nieto Efraín, con su mochila en la espalda, parado en la acera.

―¿Qué haces aquí afuera, hijo? ―preguntó don Acasio.

―Vámonos, abuelo ―dijo―, en el camino me explicas por qué te gusta brindar por la vida.

 

Autor: José Luis Pérez Ramírez

El relato Con el alba obtuvo mención especial en el Primer Certamen Literario Internacional de Fundación SOMOS, EE.UU. Y ha sido publicado por el autor en Gotas de brisa y otros cuentos, en Amazon.com.

La página del autor en Amazon es: amazon.com/author/joseluisperezra

El autor nació en la ciudad de La Paz, Bolivia, en 1954.

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