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Jordi era un crío que cantaba, creo que en francés, una canción que hace muchos años fue famosa. Por esa canción a mí me decían Jordi, porque cantaba el estribillo todo el día.

-Jordi, tomá- dijiste, me acuerdo, Giuliano, y me pasaste el porro. Lo tomé casi con las uñas, lo puse entre los labios y le hice una seca.

-Calor de mierda- dijiste mientras te sacabas la remera. –Tenés para una birra?

Le hice una seca más al porro y te lo devolví.

-¿Qué querés? ¿Qué haga frío en medio del verano?- te dije.- No seas boludo, Yul.

No respondiste. Mirabas hacia el fin de la calle. Todo estaba vacío y silencioso, como si se hubiera muerto.

-¿Y, tenés o no para que tomemos? No me irás a decir que justo vos no tenés unas guitas para la birra?

-Sí, sí tengo. Para unas cuantas. Pero esperá, ya que abra el gordo, voy.

Sacaste de la etiqueta un pedazo de papel, lo plegaste para hacer la tuquera. Pusiste el resto del faso ahí y lo encendiste. Me pasaste para que le haga la última seca. Mientras aspiraba con lenta fuerza, te vi arremangarte los pantaloncitos hasta que quedaron como calzoncillos. Me acuerdo que no tenías nada de pelo en los muslos oscuros.

-¡Sos negro, hijo de puta!- te dije, sin dejar de mirar tus piernas.- Mirate, hasta arriba sos oscuro-. Me doblé de la risa. Yul, vos no dijiste nada, te reíste conmigo.- Bueno, voy a ver si abre de una vez el gordo de mierda ese.

Crucé la calle, bajo el sol de las cinco de la tarde. Vos seguro me viste caminar por la vereda y desaparecer detrás de las casas nuevas.

Cuando volví, seguías tirado en el mismo lugar, casi acostado sobre el banco de hormigón. Te vi hacerte pasar la mano por el pecho y el abdomen, haciendo correr la transpiración hasta acumularla en el ombligo.

La oscuridad estaba por todos lados, y por todos lados gente, cuando nos dimos cuenta de que era de noche ya. Nos habíamos clavado varias cervezas. Una vez iba a comprar yo, otra, vos. No sé a qué hora decidimos irnos. Tomamos la avenida, eso me acuerdo.

-Le tengo unas ganas a la Rubia- dijiste, mirando la calle-. El sábado me la saco de una.

-Esa mina no es para vos, Yul. Te va a hacer mierda.

-¿Qué sabés, vos?

-Posta, Yul. No es para vos.

Seguimos caminando sin rumbo fijo. Creo que sí sabías por dónde íbamos, pero que no querías decírmelo, por joderme no más. Yo te miraba de costado, para que no me dijeras que te estaba mirando mucho. Pero lo mismo te diste cuenta.

-¿No serás puto, vos?

-Andá a la mierda.

-No te calentés, Jordi. Sabés que te estoy jodiendo.

-Siempre es la misma joda. Ya me dijiste como veinte veces si soy puto. No sé qué te preocupa tanto.

Se hizo silencio, como si de pronto todo estuviera dicho. Por algunas cuadras, cinco o más, ni siquiera te miré de costado. Sabía que venías a mi lado o algo detrás de mí, pero no te miraba.

Cruzábamos las calles sin importarnos los autos ni los bocinazos ni las puteadas.

-¿Jordi: vas a ir a lo del Falopa?

-No sé. Creo que sí. Es más lejos que la mierda.

Guardamos silencio. No quería hablar, era como si se me hubiesen ido las ganas de decir una palabra. Sentía la cabeza como si estuviera llena de aire o más grande, no sé. Al llegar a la plaza frente de la Industrial, subimos hacia el oeste, hacia mi casa. No me acuerdo bien de lo poco que hablamos.

Entramos a casa. Había solo silencio. En mi dormitorio, el aire encendido había enfriado hasta las paredes. Recuerdo que te sentaste en la silla del escritorio y te pusiste a girar, cerrando los ojos.

-Me voy a bañar.

No dijiste nada. Solo dejaste de girar y me miraste. Me desnudé y me fui a bañar.

-¿Por qué somos amigos, si vos sos tan chetito y blanco y yo un negro del sur?- me preguntaste cuando salí de la ducha, sin secarme porque no encontrabas una toalla para pasarme.

-Aquí están las toallas, donde te dije. ¿Ves?

-Bueno, no las vi.

-Está bien.

-Entonces, decime por qué.

Te miré durante unos segundos, tiré la toalla al piso, busqué, con lentitud, un bóxer en el guardarropa y me lo puse.

-Porque no nos llevamos mal, supongo. Porque nos gusta más o menos la misma música. Porque nos gusta la birra y el faso. Porque a vos no te parece mal ser amigo de un blanco chetito, como vos decís. Ni tampoco te parece mal ser amigo de un blanco chetito puto, como vos decís, también.

-No te calentés, flaco. Te jodo, no más.

-Pero es una joda en serio. Porque te embolan los chetos, los blancos o los putos. Y estás todo el tiempo jodiendo con eso para ver si te digo algo para mandarte ir a la mierda. ¿O me equivoco? Pero mientras estás meta birra conmigo, no te calienta que sea cheto o lo que sea.

-Uh, pará, loco. ¿Qué te pasa? Ya está, che, ya está. Te decía, nada más.

-Bueno. Pasa que siempre estás con eso. Pero, bueno, ya está.

-¿Me puedo bañar?

-Sí. Usá esta toalla porque no tengo otra ahora.

Te desnudaste delante de mí, sentado en la silla, y te quedaste mirando el piso, con las manos sobre los pies. Lentamente las subiste hasta los muslos.

-Tengo menos pelos que vos, Jordi. Y mejor físico.

-Porque sos negro y pobre.

Nos reímos los dos. Te levantaste y te pusiste a contraer los músculos, para que se notara.

-Tocá, tocá.

Me levanté y toqué tus bíceps. Yo te hice tocar los míos. En algún momento el juego dejó de serlo para convertirse en otra cosa, en otra competencia.

Después, ya no te quisiste bañar. No lo dijiste, solo te levantaste del piso, te sentaste en la silla giratoria, mirando el piso. Yo me senté en la cama. Me levanté y busqué en la mesita de luz un armado. Lo encendí y le hice una seca en serio. Te lo pasé casi sin mirarte, vos lo recibiste y fumaste unas cuantas pitadas sin parar. Me levanté y encendí la compu, busqué el archivo de música. Puse lo primero que encontré. La música se oía fuerte, fuerte. Volví a sentarme en la cama.

-Está bueno- dijiste, mirando el faso.- Pega bien.

Te sonreíste, pero sin mirarme. Me pasaste el cigarro. Lo recibí tratando lo más posible no rozarte siquiera. Después, empezaste a vestirte con mucha lentitud.

-Me voy, Jordi. Nos vemos.

-Dale. Te mando mensaje.

Caminamos hasta la puerta de la calle. Ya era completamente de noche. Te volviste de repente e hiciste el gesto de querer abrazarme, pero te volviste, confundido, hacia la calle. Yo tenía los brazos caídos al lado del cuerpo.

-Chau- dijiste y la noche te desapareció.

No sé por qué, pero no nos hablamos por una semana, más o menos, ni siquiera un miserable mensaje. Nada de nada. Y un día apareciste. Yo estaba en la vereda, tirado, fumando y escuchando algo de música. Llegaste, te sentaste a mi lado. Te invité cigarrillos. Fumamos en silencio, hasta que me cansé del silencio.

-¿Vamos a tomar unas birras? Voy a buscar guita.

-Dale, vamos.

Nos levantamos y entramos a la casa. Me puse a buscar algo de plata. Iba reuniendo billete a billete que encontraba en los pantalones que estaban en el placard o en la cama.

-Lo del otro día…

-¿Qué con eso?

-No sabía, Jordi, que vos…

-Yo tampoco sabía que vos…

Creo que vos no esperabas lo que dije, porque te quedaste callado. Me llegué a vos y te puse la mano en el hombro.

-No pasa nada, loco. Nada.

Me agarraste la mano y me la tuviste así por unos segundos largos. Y me mirabas a los ojos. Me tiraste hacia vos y me abrazaste. Y se repitió la primera vez, por segunda vez. Y a los días siguientes fueron las otras veces.

Y ahora, me decís que yo lo inventé todo, que deje de mentir, que los otros te matan si se enteran de lo que yo digo.

Y ahora, Yul, ahora vos de pie y yo en el piso, los dos temblando, los dos asustados por no saber qué mierda hacer, porque yo me desangro y vos no tenés idea dónde tirar el cuchillo.

 

Autor: José Luis Astrada

Soy José Luis Astrada, vivo en Catamarca. Escribo novelas, cuentos y poemas. Recibí premios a nivel provincial y regional por mis textos narrativos.

Fui docente universitario y trabajé para el Plan Nacional de Lectura. Actualmente, soy docente de Nivel Secundario y Bibliotecario.

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