Les souvenirs humides du martien
Nicéphore Niépce inventó la fotografía y nosotros dos esta película. Fue lo que pensé al bajar del súper rápido Avis con Olivia, quien propuso quedarnos en casa de su prima Madeleine en Place d’Italie para ahorrar el dinero del hospedaje y utilizar los 300 euros solamente para el transporte, la comida y los regalos. En el andén de la estación Saint - Lazare de la capital francesa mi cámara devoraba cada imagen hasta que tropezó con el registro de los gendarmes a un mochilero y rastafari que tenía pinta de sospechoso, pero, más que eso, por nada pierdo el aparato que incomodó a la autoridad. Después entendí los motivos para tantos nervios. Ámsterdam es sui generis y París es París. Estaba lleno. Era el abril de la muerte de Juan Pablo II. Salimos en busca del metro. Era la primera vez entrando en la profundidad de la tierra tapizada con losetas cremas y personas como abejas. Madeleine nos estaba esperando con sus dos adolescentes. Ella es argelina, casada con un galo y las hijas, especialmente la mayor, es absolutamente bella y para ser más auténtica, estudiaba ruso. Mi francés tuve que guardarlo en el sobre del mutismo porque no entendían nada después de commentça va y ellos hablan inglés y si les aprieta el zapato, también responden en español. Compartí con Olivia el cobertizo de la casa. Ella prefirió dormir arriba, o intentarlo, porque es difícil en presencia de mi locomotora. Era viernes y teníamos que correr para no dejar incumplimientos en el programa. Mi amiga estudió en París, así que cada poro de la ciudad la ha transpirado. Champs Elysées era un reto, entonces le hicimos una cintura. El primer día salimos del Arc de Triomphe y el sábado desde la Place de la Concorde. Vimos todo lo que el ojo humano consigue otear, pero dos eventos, después de 13 años, residen en la memoria: un grupo de personas frente a Cartier (en realidad fueron los precios quienes ganaron paparazzis) y en el maratón citadino pasamos por una tienda de perfumes y a la delantera iba un joven en su apuro al que sólo le faltaba el olor a hidalguía, y por eso entró, se vaporizó con Gaultier y siguió con la misma presteza que exige la puntualidad de una cita. Me dije, gracias por la lección! (ha llovido océanos y no dejo de imitarlo). Y a través de los tantos descubrimientos arqueológicos, porque la ciudad la fundaron 250 años antes de Cristo, me acordé de La Habana. Allá hay tanto del otro allá, que puede ser una de las razones para Olivia ir a Cuba hasta dos veces al año. Siempre con una justificación parecida, o el Festival de Cine Holandés o visitar a sus amigas Marta y Zulema. París es un museo abierto a los 42 millones de humanos que la visitan anualmente. Alguien nos dijo que tantas personas eran por causa del Papa, pero la gente siempre va a la ciudad Lumière por encarnados o desencarnados. Afuera de Notre Dame los gorriones no se quejaban de tanta comida ni estaban gordos, como buenos parisinos que son y Alejandro el Magno claro que no se mueve. Desestiman que aguarda a Hefestión para entrar y darle el sí y la alianza.
La gente, desde que nació, ha visto la Torre Eifeel tantas veces en libros, documentales y películas, que frente a ella ya no cree estar en primera persona. Es una señora de elegancia imperdonable que aminora cualquier acto de indiferencia. Realmente subir al primer nivel nos costaba 50 euros y, sumando el miedo a la altura, ya eran suficientes los puntos a favor para tomarnos un descanso al lado de la fuente de las cabezas de toros dorados en Trocadero. Unas manzanas y los sándwichs que preparó Olivia ayudaron a encarar la colina de Montmartre. Ese trillo cultural lo disfruté como el andariego que soy y pasar frente a la casa 49 de la calle Grabielle, ya implicaba una conversación con Picasso entre las bombas de Guernica. Esa es la ventaja de ser un perverso surrealista. Esa mañana, como estaba planificada la subida al Sacre Coeur, quería presentarme lo más limpio posible e intenté pelarme con la máquina mecánica del abuelo de Madeleine. Ni sabía que eso existía y tal vez por esa pifia histórica me dejó con la mitad de la cabeza al cero. Con una gorra resuelves, me dijo Olivia. Pero en la puerta de la iglesia exigen quitártela y entonces lo primero fue pedir el perdón por entrar como lo que nunca he sido. Lo bueno del Primer Mundo es que nadie se asombra de los disparates humanos. La gorra verde olivo, con el letrero de Ámsterdam me ayudó a apaciguar mi ansiedad por darle solución a lo que hizo reír a la bella prima- sobrina de Olivia durante el desayuno. Esa tarde el presidente Jack Chirac asistiría a la misa por el Papa, y las sirenas y los carros del ejército aderezaban el entorno cuando bajamos en busca de reposo frente al Louvre. Otra postal viva para sentirme tan dichoso como pequeño frente al ciclópeo paisaje. Rápido entendí el por qué de las orgías palaciegas. Una casa tan grande siempre se enreda y cae con chismes, envidia e infidelidad. Y La Mona Lisa, visualmente estuprada por millones, estaba allí adentro, y la misma historia de los 50 euros y el cansancio real de los amigos irremediables que somos, eran motivos para posponer la visita a la señora, que también puede no serlo, según algunos en busca de rating. También estará acalambrada y quién sabe si a veces va a dormir y manda a su doble a posar para la Humanidad. También pensé. Y la pirámide de cristal es el insulto arquitectónico mejor aceptado por los terrícolas. Para mí es muy significativo que dentro del mismo corral dos especies narcisistas y desemejantes se aplaudan.
Sin pies y aún bríos, regresamos a casa con la puesta de Sol. La mitad de mi cabeza clamaba por igualdad y en la farmacia del barrio compré una Gillette para convertirme en la bola negra del billar. La noche esperaba, con su frío malicioso, por una parranda a la francesa y los anfitriones nos sorprendieron con un restaurante de lujo, que antes fue una fábrica de zapatos y donde un cubano recreó su nostalgia antillana y la habilidad para hacer fortuna. La música era de la Isla y el ambiente hostil para mi cansancio. Además, no bebo alcohol. Pero ellos estaban felices y yo lo intentaba a pesar de un fuerte dolor de cabeza. Al regreso Claude nos paseó por el París nocturno. Es como un diamante, facetado, con una luz en cada canto y la Torre avisándole a todos que están en su tierra. Por la tarde yo les había regalado un libro de fotografías hechas en Cuba, con hojas cromadas, tratando de ser agradecido y sabiendo que ni entregándoles el Capitolio habanero conseguiría equilibrar tanta hospitalidad.
Los recuerdos vienen porque en Montevideo estoy frente al televisor conmemorando el armisticio de la Primera Guerra Mundial y Macron y la esposa están húmedos, fríos y festivos bajo el Arco del Triunfo y los entiendo. Nacieron en un museo, y mañana, cuando no sean los de la fila del frente y él no tenga que volver a explicar por qué se casó con la profesora, caminarán sin prisa hacia la Concordia, subir a la torre no será una visita oficial y a Hefestión y a Alejandro no los buscarán en Le Monde y Olivia y yo estaremos en Nazca tratando de hacer un surco para dejar una huella visible desde Marte, donde pensamos ir cuando quedemos desempleados aquí abajo.
Ponta Grossa, PR, Brasil. 23.11.2018.
Autor: Abelardo Urgelles Orue
Soy médico cirujano, escritor y miembro de la Academia de Letras y Artes de Ponta Grossa (APLA). Publicaciones en Extrañas Noches y en la Antología Poética Concurso Nacional Novos Poetas 2018 de Vivaraeditora de Brasil.