Restitución del signo
El tiempo es la cruz de todos. Más el exilio, la derrota, la traición, toda esa basura.
Charles Bukowski
El mediodía se aleja. Un llanto baja desde las ramas hasta el añil rancio de una sopa. Desplazo las mangas hacia el puño. Todo mi universo reducido al esnobismo de una corbata gris y mis ojos indolentes fijándose en el puñado de alhajas. La hora se detiene en un punto donde el cielo se quiebra en voces neutrales. Decidido al escrutinio de una barba cuyos pelos son enumerados por una mente diestra, me coloco el brazalete. La insignia girará hacia la izquierda justo al final.
Un mar pacífico verde es utilizado para cubrir los genitales del rasurado. Su vestimenta se incinera en un lugar mezquino, todo arena y soledad. Comienza un aleteo de labios que susurran numeraciones interminables. El signo se restituye con el rastro de un conejo sobre la hierba infamemente marchita. A escasos metros del suelo, giran globos de vidrio magenta. El signo, en su girar, esconde el verdadero propósito del Mesías. El esqueleto del monarca se yergue sobre el rasurado. Finge una tos nerviosa antes de apuntar con el cañón de su arma. Lejos, alguien se atreve a izar un cartel político pero ya es tarde: el rostro se ha ido despedazando en mil partículas que se esparcen para ralentizar la hora quieta del universo.
Autor: Rafael Rodríguez Guerra
Escritor, artista de la plástica, profesor universitario.