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#90minutosdesilencio


De purísima y oro, ¡Manolete! cuadra al toro en la Plaza de Linares J. Sabina (De purísima y oro)

Hoy ha sido un día invernal, de los que no existen por esta parte del mundo (el Caribe no le importa a nadie, vamos a estar claros) y para los que nunca te preparas por más que sepas sacar a tiempo los abrigos que están más arriba, en el último saco del último clóset de la casa. Dieciocho grados nos es casi insoportable. Dieciocho gauguas para llegar a una reunión de trabajo donde preferí no hablar de nada.

Nada tampoco pudieron hacer las autoridades francesas contra sí mismas cuando en Mil novecientos setenta y dos se realizaron en la famosísima prisión de La Santé, en el barrio de Montparnasse, París, y en donde cumplieron reclusión desde los ilegibles Fantomas y Arséne Lupin hasta el caligramático Apollinaire, las últimas ejecuciones bajo el amparo guillotinado de un viejo verdugo azul de setenta y tres años contra dos asesinos de los cuales, ni siquiera ahora, importan sus nombres. Esta no fue quizás, la última práctica, método mediante en la Quinta República Francesa, pero sí dejó en claro que ciertos verdugos como el viejo Obrecht, estaban al borde de la cuchilla.

Llegué a casa más tarde de lo que pensaba producto a dos cuestiones diametralmente opuestas, o no. El transporte, cosa de todos los días y “antípodo” a todo, y un cierre de esquinas cerca de la avenida Boyeros donde se encuentra olvidado, no lo ponga usted en duda por lo que le cuento, un pequeño busto de mármol a la memoria de Federico Engels, uno de los capitalizadores del devaneo sindical de estos tiempos. Nació en Mil ochocientos veinte, de igual manera, una “compatriota” suya, ciento setenta años después, mujer de yerro con nombre de Margarita, poseedora de una melódica voz de ultimátum y quien aborrecía de los sindicalistas y la mantequilla, salió por última vez del número Diez de Dowming Street bajo la ingrata seguridad de una negociable traición.

Decidí entonces, a pesar de no saber exactamente dónde rayos estaba, quedarme a ver, perdido en un público anónimo, casi centenario, el homenaje al camarada Friedrich. En uno de los momentos, el moderador del pequeño acto interrumpió su panegírico para dar una importante noticia cultural que le habían hecho llegar en un ripio de papel gaceta (ya por aquellos días escaseaba el papel en el país): La UNESCO acaba de declarar Patrimonio Cultural Inmaterial a las Parrandas del centro de la Isla. Parrandas, Engels, muñecones, ideología, fuegos artificiales, transporte urbano, Pedro Marmolina. Descansa en paz, Federico.

Es desagradable leer un libro con erratas tan pronunciadas y cuestionables (cuestionables por lo increíble de las mismas), que estoy loco por terminar las noventa y ocho páginas que me faltan de “La novela de mi vida” de Leonardo Padura cuya publicación por la editora provincial de Matanzas, más que un insulto, es una provocación. No obstante, “el chino” no tiene culpa, aunque hay quien podría pensar lo contrario si pone en juego que hace unos días lo hicieron miembro (aunque la primera de estas ediciones tenga dieciséis años, y la segunda diez) de la Academia Cubana de la Lengua, dueño ahora del sillón U, quien optó, al parecer, por darle “bajanda” a nuestro querido “Conde” en otro de sus ya excelentes libros, hasta nuevo aviso.

Hoy también fue un día ambiguo, desolador e imponente a ambos lados de la cancha sudamericana. No siempre las alas, en este caso las del vuelo 2933 de la aerolínea venezolana LaMia, son fuentes inagotables de libertad y desfronterización de los sueños (lo dice alguien que no ha viajado en su vida). El Verdão estuvo a punto de tocar la gloria, más ninguna de las setenta y una persona fallecidas en el trágico accidente pudo imaginarse que lejos de tocarla, vivirían en ella por y para siempre. Dos años después, el club brasileño de fútbol Chapecoense sigue siendo el mejor campeón de la Copa Sudamericana y cada Veintiocho de noviembre el mundo entero le dedica #90minutosdesilencio.

En el otro extremo está aquel jugador 12 que hizo lo indecible a mucha zonas horarias del “Nuevo Mundo”. En el Tricentésimo segundo día del segundo milenio después de Cristo, un club argentino abrió su Boca, su gran Boca para comerse, apenas sin masticar, al club de mis amores, por el que he llorado lágrimas blancas y he sudado, creyéndome de otra galaxia, entre el fango y las patadas en algún área deportiva (marchita) del Vedado. Dos golazos de Martín Palermo, tan vilipendiado y tan querido, fueron la inyección letal que llevó al Rey de los Clubes de fútbol a plantearse la idea de no salir siempre de casa con la corona a cuestas, pues no siempre el Señor será su salvador.

Quedé rendido justo a las cinco de la tarde, apenas llegué a la casa algún sueño no planificado me venció, y aunque los planes casi siempre están para no romperse, Samuel Cohen debe estar retorcijándose en su tumba, que sabe quién dónde estará. (Estos días que no vuelven tienen sucesos curiosos que no dejan de ser casuales). La muerte no dura tanto como sus consecuencias, vengan de donde vengan, de una amapola, de una lamprea, de un sicomoro, o de los cerca de mil ochocientos toros que el matador Bombita corneó en las cientos de plazas españolas. Para ironías mayores, dicen que el torero hispalés era vegetariano y estéril. ¿Quién entonces, en cuestiones puramente cíclicas de la vida tiene menos derecho a reencarnar, cuando menos en un chicle: Cohen, el creador de las bombas de neutrones, o un posible cornudo matador de toros?


Noviembre 28, 2018




 

Autor: Acostarana

Me llamo Acostarana, tengo 26 años y soy Licenciado en leyes, soy cubano y vivo en La Habana. En mayo del 2018 resulté ganador del Concurso de Nuevas Voces de la Poesía Cubana, en el marco de las festividades de las Romerías de Mayo, con publicación pendiente. He publicado artículos en el blog cubano La Joven Cuba, con el pseudónimo Escrutinio Arévalos. Facebook: Roque Arana

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