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El pediatra creativo


Encontrarás trabajo nada más salir de la Facultad y no te faltará nunca.

Está claro que mi madre no iba para pitonisa porque una vez que terminé la residencia en el Hospital de Cruces no me contrataron ni para fregar.

Había sido el número uno de mi promoción y obtuve el segundo mejor expediente en el MIR, con lo que tenía todos los hospitales del país para realizar mis cuatro años de residente en pediatría.

Fue una etapa muy fructífera en la que aprendí mucho y conocí personas muy interesantes, en especial mis pacientes, desde el bebé de meses que lucha por sobrevivir en la incubadora hasta el adolescente de 16 años que se resiste a decir “te quiero” a su madre aunque sea lo que más desea en el mundo.

De todos modos, al acabar mi periodo de residencia engrosé las listas del paro.

Los primeros meses no me agobié.

Enrique, eres la locura, a ti te llaman de la Clínica Mayo o del Monte Sinaí con toda seguridad, decían los amigos de mis padres.

Enrique, tú vas para Premio Nobel; Ramón y Cajal, Severo Ochoa y tú, lo veo con claridad prístina, aseguraba mi abuela.

Quique, no digas gilipolleces, si no consigues curro tú, ¿quién coño lo conseguirá?, subrayaban mis amigos.

Cuando pasó un año y medio empecé a emparanoiarme. Los ahorros se me estaban terminando y vivir en el centro me salía por un ojo de la cara. Mi madre estaba expectante para ver si me liaba la manta a la cabeza y volvía a casa. Antes prefería tomar estricnina.

Pasaba horas navegando a través de mis perfiles en la red de búsqueda de trabajo: Infojobs, Monster, Infoempleo, Buscaempleo, Todoempleo, Currofácil, Linkedin, Todotrabajo, Adecco, Randstad. Me hice un experto en crear mil y un tipos de cartas de presentación diferentes, que combinaba con currícula diversos en función del puesto solicitado. Foto más grande, más pequeña, a la derecha, a la izquierda. Cursos y seminarios resaltados en negrita, arriba, abajo, con énfasis en los idiomas, otras veces en mis notas durante la carrera, a menudo subrayaba o ponía en Times 20 mis estancias en el extranjero y mis cuatro años de residencia en pediatría. Empecé por casa, Bilbao y alrededores. De ahí pasé a Guipúzcoa y Álava. Después a Navarra y La Rioja. Luego me mentalicé de buscar trabajo en toda España. Terminé registrándome en portales australianos de búsqueda de empleo.

Valoración final de la parrafada anterior: nada.

Opté por acercarme en persona a la oficina del INEM y hablar con la supervisora para que ampliase el abanico de búsqueda y eliminara mis premios, estancias en el extranjero, diplomas, galardones, conocimiento de lenguas, matrículas de honor y sobresalientes. Tenía cierta confianza con ella porque había sido novia de un amigo de la cuadrilla. En realidad, no la soportaba porque había dejado colgado a Manolo un día antes de la boda. Todos nos quedamos helados cuando nos enteramos de que se había pasado por la piedra a media empresa en la que trabajaba su entonces novio. Bien es cierto que Manolo no es un lumbrera y aunque su chica hubiese estado retozándose con su jefe en la habitación de al lado no se habría enterado, pero esas cosas no se hacen.

- ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

- Dime cuáles son las opciones.

- No me parece bien lo que haces porque estás mintiendo.

- ¿Mintiendo? En todo caso estoy ocultando parte de mis méritos porque en esta mierda de país en vez de sumar, restan. No me toques los cojones, Elvira.

- ¿Qué curro quieres que te ponga? ¿Puta?

- Pa puta ya estás tú, ¿no? Además, sería chico de alterne en todo caso. Gracias por la idea, pero no. Te veo un poco impertinente hoy. Desde que lo dejaste con Manolo no levantas cabeza. ¿Has engordado o me lo parece? Yo como gigoló tendría mi público, a la vista está. Tú, como puta, a no ser que fuese de madrugada, en un descampado con el cielo muy nublado o en unos sótanos, como acostumbrabas a hacer en la empresa de Manolo, poco futuro te veo.

- Va a modificar tu perfil en Internet tu madre.

- Tranquilízate, Elvira. Te veo alterada. ¿Quieres un valium? Bueno, al grano, quita todo, incluso mi licenciatura en Medicina y mi especialización en Pediatría. Pon solamente que hablo inglés gracias a la serie esa de los ochenta, ¿cómo se llamaba? Me viene a la cabeza V, los electroduendes y la bruja avería. Joder, no me acuerdo. Follow me! ¡Exacto! Pon también que me defiendo en entornos sanitarios, así vale para celador, enfermero o auxiliar, y que me gusta escribir, pues el rollo bohemio vende.

- Esto es absurdo. ¿Algo más?

- Sí, que soy gilipollas, pero eso lo dejo para ti. Modifica el currículum porque a los funcionarios os pagan para que hagáis estas cosas. Si veo que no lo has cambiado se entera medio Bilbao de lo que le hiciste a Manolo. Buenos días.

A las 48 horas me llamaron por teléfono. Eran las siete de la mañana y la noche anterior había salido hasta las mil. No acostumbro a beber ni a drogarme, pero coincidió que vinieron unos amigos de Holanda con buen material y una cosa llevó a la otra. Tenía un dolor de cabeza insoportable y unas legañas que parecían pegamento, adheridas a los ojos como hormigón armado. Aún recordaba cuando mi madre me las quitaba de pequeño con apósitos de manzanilla.

- ¿Enrique Oiz?

- Sí, soy yo- contesté con una voz mitad cazalla mitad gangosa.

- Le llamo de Educo, una empresa de recursos humanos. Tenemos aquí su currículum, que nos ha sido facilitado por el Servicio Vasco de Empleo, y creemos que su experiencia es ideal para un trabajo de profesor de escritura creativa.

¿Experiencia? Esta mujer estaba más borracha que yo. En la puñetera vida había enseñado yo escritura creativa. Si hasta me volvía loco para rellenar las recetas. ¿Qué habría puesto en la actualización del currículum la ex novia de Manolo?

- Sí, sí, claro, es mi campo de especialización de toda la vida.

- ¿Qué tipo de escritura creativa desarrolla?

- Bueno, pues ya sabe, me dejo llevar, en eso consiste la creatividad, ¿no? Veo el folio en blanco y de repente nacen las ideas. Surgen de la nada.

- Estupendo. Empieza mañana a las siete en la calle Conde Trajano número 4, segundo derecha. 400 euros al mes. Brutos.

- ¡Qué sueldazo!

- Sin duda, es de los más altos que tenemos.

¡Siete de la mañana! Tenía que levantarme a las cinco y media, como si estuviese en el ejército o de seminarista en un monasterio. Estuve a punto de decir que no, pero la perspectiva de volver a casa de mis padres hizo que cambiase automáticamente de idea. 400 pavos era una basura, pero al menos pagaría la mitad del alquiler y tiraría de mis ahorros para el resto.

Si no me sentía a gusto, siempre me quedaría la opción de chico de alterne, como había sugerido Elvira.

Conde Trajano estaba en la parte chunga de la ciudad, una calle sin asfaltar con contenedores de basura abiertos y malolientes y alcantarillas de las que salía humo, estilo Nueva York. Yo jamás había estado en esa zona de la ciudad. No soy de la jet ni chorradas de esas, pero tampoco soy un chico del extrarradio.

Natividad, Jennifer y Montserrat. Mis tres alumnas. Me observaban atentamente y me seguían con la mirada como si fuesen un radar.

Natividad tendría unos 30 años, aunque era de esas personas que te quedarías igual si te dijesen que tiene 25 ó 60. Para mí que era monja o devota de alguna orden. Vestía como Pilar Urbano y tenía esa expresión que tienen las vírgenes que parece que huelen mal constantemente. Sus ojos, de un marrón aburrido, estaban demasiado juntos, como los de un hámster, y su piel presentaba cierto tono amarillento, sintomatología que yo, al ser médico, identifiqué rápidamente como sobredosis de bromuro. De su bolsito de mimbre, heredado de su bisabuela y un atentado contra los cánones del buen gusto, sobresalía un ejemplar de “Camino”.

Jennifer era justo lo opuesto. Cutre a morir, su cara era totalmente periférica, lo que los ingleses definirían como common face. Llevaba un chándal fucsia con tacones azul eléctrico y unos pendientes de nácar de imitación que le tapaban medio rostro. Las uñas, verdes, hacían juego con varios tatuajes en los brazos de “Fast and furious 56”. Estaba leyendo la revista Cuore y olía a lejía de Bosque Verde.

Montserrat daba la sensación de que manejaba pasta. No iba vestida como una ejecutiva pero tampoco como una secretaria. Quizá era una estrategia para confundir al personal. Llevaba un Rolex y un bolso Louis Vutton. Y no de los chinos, que eso se nota.

Estaba muy buena y tenía mirada de ama de prisiones.

- Chicas, bienvenidas al cursillo de escritura creativa. Quiero que empecemos escogiendo una palabra al azar y que digamos lo primero que se nos pase por la cabeza- dije tomando un libro cualquiera y señalando una palabra.- ¿Qué tenemos aquí? Tronco. Si puede ser, elaborad una pequeña sinopsis de lo que sería el comienzo de un relato.

- Para mí un tronco me recuerda a una asignatura troncal, como ética o religión o teología. El tronco del árbol en el que Adán y Eva gestaron su reino.

Bastante había tenido con diez años en los Jesuitas como para soportar a esta cabezabuque de tres al cuarto. Cuando era joven y me topaba con meapilas como Natividad me excitaba provocarlas. De hecho, estudié Medicina en una universidad muy religiosa. Me encantaba atravesar de punta a punta los pupitres cuando todos estaban sentados. Hacía que me resbalaba y restregaba mi espalda y parte del culo por la cara de mis compañeros. Lo hacía por su bien, estoy convencido de que por la noche tendrían algo que pensar más allá de la epístola a los Efesios.

- Gracias Nati, Yahvé siempre está a nuestro lado. Jennifer, cuando quieras.

- Un tronco es lo que tiene mi Johnny, me taladra como si no hubiese un mañana, el maromo se cree que está sacando petróleo con ese pedazo de tronco, zas, zas, zas, pa’dentro, a lo fosa de las Marianas. Cuando consigue…

- Gracias Jennifer, sabias palabras que nos harán reflexionar.

La monja y la chabacana. ¡Un poco de término medio, digo yo! Ni el rollo Gandhi de Nati ni el discurso Parque del Oeste a las doce de la noche de Jennifer. Por cierto, qué mal vestía esa mujer, se me estaba poniendo mal cuerpo. Y eso que a mí la moda me la refanfinfla, sinceramente, todos los reportajes que se hacen son iguales, independientemente del soporte. Los vestidos siempre están hechos para una mujer que sabe lo que quiere, que pisa con fuerza en la vida, segura de sí misma, que combina unas vacaciones en Saint-Tropez con un cochinillo al horno en Villanueva de la Cañada. Da igual que lleve unas bragas o un traje de fiesta. Me parecen artículos extremadamente machistas que cosifican a la mujer. Sin hablar de las creaciones que se ven sobre la pasarela. ¿Quién va al Mercadona a hacer la compra diaria con una maceta sobre la cabeza? Sí, bueno, Carmen Miranda supongo que estaría exenta de crítica, pero el común de los mortales llamaría la atención. Me evado, lo siento, es típico en mí, me pongo a hablar y mi verborrea me puede. Ahora le tocaba a la pija, miedo me daba.

- Me sugiere muchas cosas la palabra tronco. El tronco de mi empresa, que factura millones, es el abastecimiento de aguas. El tronco de mi ex marido, por ejemplo, era velludo y hermoso. El tronco de los árboles que tengo en los jardines de mis mansiones es vigoroso.

¿Ex marido, mansiones, jardines, millones? ¡Y encima era guapísima!

- Gracias Montse. Un completo recorrido por diferentes posibilidades.

Aunque echaba de menos la vida del hospital, poco a poco fui cogiendo el tranquillo a las clases y me lo pasaba bien. De cada una de las alumnas sacaba algo positivo. Natividad vivía en un convento y en sus ratos libres hacía torrijas y bollitos de leche con cabello de ángel. Solía traer muchos dulces en una pequeña tartera. De vez en cuando me daban ganas de meterle la Biblia por la boca porque nos obligaba a santiguarnos y bendecir el aula antes de comer, pero me controlaba. Tuve que tragarme parte de mis prejuicios iniciales porque resultó ser muy buena persona. Seguramente tomar un café con ella de más de cinco minutos provocaría a cualquiera un ictus severo, pero su mirada era transparente. Yo nunca he tenido una mirada así, supongo que años de drogas y alcohol pasan factura.

Jennifer era muy graciosa. Y muy guarra. De mi estilo, vaya. No tenía pelos en la lengua. Vivía en una comuna antisistema porque sus padres la habían echado de casa. Su madre era madame de un burdel bastante conocido, el Emmanuel. Muchos médicos residentes y adjuntos iban allí para descargar tras una operación, en especial las de corazón (12 horas en quirófano es un viacrucis) e incluso mi padre era asiduo cuando discutía con mamá, es decir, todos los días.

El padre de Jenni traficaba con crack. Nunca entendí porque sus padres la echaron de casa. Ni que fuesen de misa diaria. Me imagino que chocarían al dedicarse todos a actividades relacionada con los bajos fondos y el mundo del hampa. Si Jennifer hubiese llevado la vida de Natividad sus padres la habrían protegido, quizá porque les habría parecido algo exótico, como de otra era. Polos opuestos de atraen. A pesar de que su existencia no se había caracterizado por la normalidad, Jennifer era una muchacha alegre. Vestía de un modo atroz y hablaba con un lenguaje que denotaba una paupérrima cultura, pero era feliz. Era un poco pesada cuando se ponía a hablar de política con ese discurso a lo Willy Toledo de andar por casa.

Si por ella fuese, hasta el pueblo más pequeño de España podría independizarse porque, decía, los seres humanos somos entes libres que necesitamos dialogar sin fronteras, visca la llibertat dels països del món!

Estoy convencido de que ciertas palabras de esta frase las había memorizado de Wikipedia o de la sección de psicología del ejemplar de Cosmopolitan de la sala de espera del burdel de su madre. Supongo que Puigdemont también habría contribuido a ese momento de sabiduría extrema.

Montse me volvía loco.

Era pija pero tirada. Yo no soportaba a las pijas ni a las nuevas ricas cuya vida se resumía en ir al spa, ponerse bótox y esquiar en Aspen. Pero tampoco soportaba a las tiradas que iban de maestro zen por la vida, gafapastas e iluminadas que dedicaban una cena entera a hablar de la deforestación, las verduras de proximidad o la guerra en Laos. Montse poseía la mezcla perfecta: hablaba de la guerra en Laos mientras comía unos huevos fritos tumbada en el suelo y se pedía con total naturalidad encima de su alfombra persa.

Me encanta el brócoli y por eso me pedo tanto, ¿te molesta? Espero que no porque mi política es sacarlo todo fuera porque de lo contrario ciertas cosas se enquistan en tu interior, me diría más adelante.

Cuando llevábamos tres meses de clases, Montse vino un día muy agobiada.

Estaba descentrada y no prestaba atención a mis indicaciones.

En el intermedio, escuché su conversación telefónica. Hablaba de un niño pequeño que, al parecer, estaba muy enfermo. Me acerqué a ella y le pregunté qué sucedía, con extrema delicadeza para que no pensara que me metía en camisa de once varas.

Me dijo que su sobrino de seis años se encontraba muy mal y que aunque lo habían llevado a los mejores hospitales no se recuperaba.

En pediatría es más importante un buen médico que toda la tecnología que se precie. Desvelé a Montse que era pediatra, me pasó a su hermana, quien me explicó los síntomas que sufría el niño, y llamé al Doctor Jiménez Pons, mi mentor y uno de los mejores pediatras del país.

Al cabo de dos semanas el sobrino de Montse iba mejorando en la cama de un hospital público bajo el cuidado del Doctor Jiménez Pons. El chiquillo tenía una enfermedad rara que no había sido diagnosticada con anterioridad. Llevaría una vida normal, con precauciones, pero normal.

A la boda asistieron Nati y Jennifer.

Nati llegó acompañada de varias monjas y Jennifer vino con su padre, el del crack. Su madre tenía un día muy ajetreado en el burdel y no pudo acudir, aunque Jennifer repartió entre los asistentes varias tarjetas de visita con vales descuento y una participación en el próximo sorteo de Navidad.

Llevaba las arras el sobrino de Montse y el Doctor Jiménez Pons fue uno de los testigos. Él mismo intercedió en el hospital para que me diesen un empleo.

Empecé de adjunto en Pediatría y lo primero que hice fue institucionalizar las clases de teatro y de escritura creativa entre mis chavales ingresados.

Yo mismo les ayudaba a perfilar las piezas teatrales. Dicen que el alma, cuando sueña, es teatro, y eso era justo lo que conseguía con mis nenes. No tenía precio verles sonreír, adoptar roles diferentes, cambiar el tono de voz, hacer de panadero, de mendigo, de fontanero, de médico, de arquitecto o de barrendero. El teatro les hacía volar y durante media hora diaria olvidaban la dura realidad que algunos estaban atravesando.

Montse venía todos los días cuando salía de su empresa y jugaba con los niños, con quienes improvisaba sobre la marcha. Al llegar a casa, jugaba conmigo. Lo hacía comiendo huevos fritos con chorizo, desnuda en el suelo y hablándome de las inversiones de su empresa.

Puede decirse que gracias a mis clases de escritura creativa me cambió la vida.

Una vez a la semana quedábamos los cuatro para tomar algo, generalmente los domingos después de misa de doce porque Natividad podía escaparse y era una hora lo suficientemente decente para que la resaca de Jennifer se hubiese calmado un poco.

A Elvira me la crucé varias veces por la ría. Se hacía la loca y aceleraba el paso.

Si ella supiese…

 

Autor: Eduardo Viladés

Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 20 años de carrera, referente en la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés (1976) cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración. Sus obras se representan en España, México y Estados Unidos. Formado en la escuela de arte dramático Cuarta Pared de Madrid y en el departamento de guión teatral de la Universidad de Valencia. Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo (Licenciado en la Universidad de Navarra, Máster en la Universidad de Valencia, Máster en Urbino), área en la que cuenta con más de 20 años de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. También es experto en periodismo cultural y de tendencias y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.

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