Como estatua
Estábamos justo en ese momento del día en que el sol comienza caer en picada y en cuestión de unos pocos minutos se va. Esa hora me adormecía y me cegaba. La llaman la hora triste, la hora en que pensamos en la muerte, en la que nos despedimos, en la que se pierden las personas. En ese tiempo que parece más lento, más triste. No sólo nos encontrábamos en ese instante eterno, también era domingo y eso lo hacía más trágico y pesado. La plaza estaba vacía. Yo caminaba al ritmo del deporte, había decidido comenzar a hacer algo por mí cuerpo. El lugar se encontraba solitario. En sus casas ya estarían las madres planchando las camisas y los guardapolvos, cocinando, mientras otros con un poco más de suerte mirando el partido, aunque ¿por qué debería considerarlo suerte? También podríamos llamarlo anestesia, distracción, escape, y eso no tiene nada que ver con la suerte.
Mis pasos se escuchaban entre el crujir de las hojas del otoño, el resto era silencio. Un leve escalofrío, me recorrió por la nuca, porque en esa soledad parecían habitar mil fantasmas, mis fantasmas. De pronto, alguien pegó un grito, un alarido grave y confuso. Miré hacia el sonido y vi un chico, un hombre de unos 30 años, que corría desesperado hacia mí.
-¡Corré! ¡¡Vienen por nosotros!!!- me gritó desencajado. Por un instante pensé en salir tras él, pero miré en la dirección de la que venía y no había nada ni nadie.
¿De qué estaba escapando? No sabía si correr o no. Si confiar y meterme en esa locura, si correr atrás de un hombre, yo que era una mujer, y que me había pasado la vida escapando de ellos. La verdad me desconcertaba… o la verdad ¿me desconcertaba? entonces recordé a mi psicóloga decirme que cualquiera que tuviera salud mental escaparía del vacío. En este caso, yo permanecía en un vacío eterno, sola en la calle, sola en mi casa y siempre rellenando con capitalismo mi vida para creer que podía ser un poco más feliz, pero al final, entre las bolsas y los objetos sin sentido que acostumbraba coleccionar no encontraba nada. Quizás algo de calma por un rato, un relleno al vacío, una respuesta para mi por qué existo.
En medio de la plaza, a una hora y día complejos, quedé como detenida en esa línea del tiempo que llamamos presente. Momento que existe y se esfuma, momento que se escapa en un suspiro, en una gota de agua que recién era húmeda y ahora está seca. Quedé entre a un horizonte vacío y un hombre que se escapaba, y yo, en ese instante eterno e inexistente. Mi corazón empezó a zumbar, una hoja seca cayó justo delante de mí, un viento pasó por el costado y yo quedé como un prócer detenido en el tiempo, atrapado en una estatua.
Autora: Victoria Radivoy
Imagen: Foto de Marina Klein
IG: @marinakleinx