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Cuando tú te desplazas hacia mi lado de la cama


1. Cuando llegué hacía frío y tú plantabas gardenias [o algo parecido, quizá laurel] en los arriates de pizarra del jardín, con la barbilla manchada de tierra oscura y humedad, las rodillas hendidas en la piedra con la que fabricamos [fabricaste] despacio, el camino que lleva hasta el cobertizo donde hicimos el amor hasta dormirnos una tarde de verano. Cuando llegué hacía frío y tú plantabas laurel o gardenias en los arriates con la barbilla manchada y yo abrí aquel libro de Chandler que devorábamos en las escaleras de la universidad [cuando no nos devorábamos tú y yo en las escaleras] en los saltos vacíos entre clase y clase y te leí aquella escena en la que Marlowe conversa con un hombre de pelo anaranjado. Cuando llegué hacía frío y te arropé con mi abrigo y te llevé hasta la casa que soñamos [soñé, ¿soñaste?] cuando devorábamos a Chandler en las escaleras de la universidad y te hablé – te leí, te soñé – de un hombre de pelo anaranjado con el que Marlowe conversaba en una escena de aquel libro de Chandler.

2. Me decías tantas cosas que pensé que jamás podría recogerlas todas con el pensamiento. Me decías, por ejemplo, que, en ocasiones, los pájaros vuelan del revés buscándose el ombligo y acaban estrellándose contra la ventana de tu cuarto mientras duermes. Me decías también que hay un segundo [tal vez un milisegundo, no recuerdo con exactitud] único, irrepetible, concreto, en que la vida adquiere sentido y se puede ser infinitamente feliz, infinitamente humano. Me decías que me querías, que me querrías siempre, que el mundo nos había destinado a encontrarnos y reencontrarnos como si camináramos en una elipse sin bifurcaciones.

3. The butter melts out of habit. Con tu falda marrón, las mangas vueltas y la piel blanca, tan blanca y los zapatos de duende con los que querías ser gigante. El pelo sin pelo que molesta, que se arranca, que a veces se entremezcla y se agita y pelea con el pensamiento de lo abstracto creando constelaciones de espejismos. ¡Quiero las cajas!, me gritaste con un gemido ronco y discorde, ajeno a tu voz y a tus palabras, que provenía de las afueras de ti y golpeaba mis huesos con tanta contundencia que asustaba. ¡Quiero las cajas! Con la mirada espantada, vuelta hacia mí, las manos te temblaban tanto que pensé que nunca podría detener su escalofrío. Y te llevé, tirando suave del brazo, de los dedos, apoyando el peso de tu cuerpo en mi pecho, hacia la salida de aquel infierno que nos duró semanas.

4. Me pregunto qué pensamientos fugaces cruzan por tu cabeza cuando paseas por el patio de la casa, con el delantal manchado de comida colgando, indolente, de tu cuello, suelto en la cintura, y la mirada perdida, vuelta hacia el interior de ti misma, hacia las afueras del mundo. Te rodeo despacio, sin que te percates, caminando de puntillas sobre la silueta desdibujada de tus pasos en esta tarde de septiembre, desdibujadas tus suelas sobre la piedra gris del suelo y repaso cada una de las líneas que forman tu cuerpo, desabrochando el delantal manchado de comida que cuelga, indolente, de tu cuello mientras te arrastro hacia la hamaca que, sobre el porche, se balancea.

5. Tú no te ves como yo te veo ni te observas ahí parada [así, detenida en el tiempo o con el tiempo], de puntillas sobre el filo de mi pensamiento, con esa cualidad etérea y difusa que se ha convertido en trayectoria de las imágenes que pueblan mi cabeza. Tú no te ves como yo te veo, respirando en mi respiración cuando, dormida, acercas tu cabeza hasta mi hombro y apoyas la mejilla en el hueco de mi brazo. Tú no ves eso que veo yo cuando tú [que no sabes mirarte] te contemplas, y dormida te desplazas hacia mi lado de la cama.

6. Fue un instante fugaz, apenas perceptible – podría decirse que intangible, podría discutirse si existió tal vez o sólo lo inventamos – en que tus pupilas y las mías se besaron sin que ni tú ni yo pudiéramos [¿acaso lo quisimos?] evitarlo. A través del cristal de la cocina, tu imagen reflejaba los meses pasados vueltos del revés. Fue irreversible tu mirada apoyándose en la mía [clavándose, escudriñando en mis entrañas] durante aquel segundo previo al contacto de nuestras manos al saludarse.

7. Hoy no sonríes. Me observas con el ceño fruncido, el rostro apagado y la boca hendida en una mueca indiferente y yo me siento encoger en las profundidades de un cauce que me atraviesa por dentro desde dentro. Me hago más pequeña, más inútil, más vacía e insensible hasta que soy nada, o algo parecido a la nada, aguardando el momento en que tus labios sonrían y el nudo que constriñe mis entrañas, mi alma, mi cuello, se deshaga [lo deshagas].

8. Si me besaras aquí, justo en este punto, en este instante concreto, podría entender la matemática del mundo. Vislumbraría, en conjunto [también cada tesela que compone el mosaico] la forma poliédrica del sueño – quizá de la vigilia. Tendría un conocimiento exacto de cómo se comporta el caleidoscopio de horas que rige el universo. Sería [estoy segura] una anagnórisis perfecta de la maquinaria que dormita en el núcleo de la tierra. Si tú ((ahora)) [ahora, justo aquí, en este instante concreto] me besaras.

9. Yo sé que no te acuerdas del día en que sonaba en los altavoces de una cafetería aquella canción de Cohen que me gusta. La lluvia aporreaba los cristales, el humo se desprendía ensortijado entre tus dedos del cigarro light apenas sostenido. Y yo, mientras tanto, te observaba.

10. No sé si esa mirada extraviada (y digo extraviada porque es a mí a quién parece ir dirigida, lo cual, de plano es imposible) que me persigue [mas, que no puedo extinguir de mi cabeza] contiene algún químico o droga que se haya filtrado en mi organismo sin haberme percatado. No sé. Si miro esa mirada, temo no poder desengancharme. Si no la miro [quizá] lograré convencerme de que la luz que incide sobre el ángulo metálico de mis gafas de pasta provoca espejismos en la mirada que me llega desde su rostro, haciendo parecer que es a mí [sin serlo] a la que mira.

 

Autora: Rocío Stevenson

Nació en Madrid en 1981. En la actualidad compagina su trabajo como profesora de inglés con la escritura. Tiene algunos poemas y relatos publicados en diversas antologías y revistas (Con voz propia, El espejo roto, Quebrados, III y V Premio de Microrrelatos Manuel J. Peláez…). Pronto publicará su primer libro infantil, El elefante araña, junto a la ilustradora Lucyna Adamzcyk, con quien comparte el blog: elefantesyaranas.blogspot.com.

Imagen de Marc Chagall

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