La promesa y el pecado
Ha pasado el tiempo, aquella ayuda que prometía aquel político nunca llegó, bueno, según el sistema de información del estado, sí me dieron un subsidio y es su palabra contra la mía, pero esa es la corrupción, qué le vamos hacer.
Ha pasado el tiempo, un mes desde que María mi madre murió, recuerdo que el servicio funerario no quiso pasar por el cuerpo, me pedían dinero que era imposible tener, aguanté con el cadáver ocho días en la casa, tuve que ponerla envuelta en unas bolsas, el olor era insoportable, al hablar de ella así, no era que no la amara, era que me faltaban fuerzas para entregarme al sentimiento de dolor, es que al mirarme en el espejo no me reconocía, debía ser una mujer realizada a mis 30 años, una plenitud que añoraba desde mis 20, pero, parecía más un personaje de película de zombis, extrañamente había superado la temible tos, pero solo para ser testigo de más dolor. Finalmente, los vecinos me presionan para que me deshaga del cadáver de mi madre, tuve que ponerla en la mitad de la calle donde las aves carroñeras sobrevolaban esperando la oportunidad. Ya no podía pensar con claridad, estaba de pie con la mirada fija en el suelo y un palo en mi mano pretendiendo poderla defender. Mauricio mi vecino, se me acerca con precaución –Laura, tú ya sabes que hacer- mientras me entrega una botella con gasolina y una caja de cerillos, por un momento pensé que era una bebida y galletas, igual así fuera gasolina todo era una posibilidad para acabar de una buena vez con el sufrimiento.
El cuerpo de mi madre ahora estaba en llamas, mientras yo me alejaba rezando un “padre nuestro”, los recuerdos de mi crianza en ese momento al fin habían salido a flote y las lágrimas mojaron mi rostro, nunca imaginé aquella despedida, tampoco que al no poder pagar un servicio médico privado, le darían prelación de los cuidados intensivos a un viejo millonario, nunca imagine que en un abrir y cerrar de ojos la última celebración de su cumpleaños ahora era su despedida.
Ha pasado un mes, cuatro meses desde el primer caso de epidemia en el país y el hambre es peor, ya no se escuchan ofertas de solidaridad por parte de los vecinos, que se mantienen encerrados, afortunadamente como ya no funciona el sistema de recolección de basuras, puedo ir al nuevo sitio destinado para el depósito de desperdicios para ver que queda, pero hay más gente, el hambre es más fuerte que el asco y el miedo a la tos, hay niños y uno que otro anciano buscando entre las bolsas, me pongo a la tarea de lamer cualquier lata y residuo de los envases, de repente aparece entre toda esta mierda, una formación que parece ser un feto humano, y sí lo es, ante mi estático asombro, dos perros se acercan, uno parecía de raza, que algún tiempo tuvo dueño probablemente de clase media y el otro perro era criollo, pero más raquítico en su andar, su instinto los incita a masticar aquel cuerpo que lleva por su aspecto varios días de muerte, paradójica pesadilla pensaba, al ver reflejada en los perros dos clases sociales obligadas a compartir del mismo plato, que a propósito devoraban lo que había sido hacía un tiempo, un tema de discusión de algunos grupos sociales, pero por ahora, primaba la supervivencia; al momento, el perro de raza se vomita, pero vuelve a intentarlo, yo también siento náuseas y trato de alejarme para buscar en otro sitio, los ancianos y niños también se han dado cuenta de la escena, de lo que comen los perros, pero no les importa les respetan su pábulo tan peculiar.
Me enfoco en la búsqueda de un mejor platillo, pero en el lugar que estaba buscando, solo encuentro papeles de campañas políticas untados de mierda, porque ya no había papel higiénico, voy a otra parte, aquí también hay una mujer joven con sus hijos buscando qué comer, encuentro una lona con naranjas podridas las cuales trato de seleccionar para sacar las mejores partes, aquella señora que llevaba más tiempo que yo buscando, me mira con frustración, al verme comer, me mira con ira como si quisiera atacarme, así que tomo dos naranjas más y me retiro dejando lo que parecía ser su derecho. Al alejarme, ella se abalanza sobre su tesoro y comienza a comer sin importar el moho, ni la mosca, detrás de ella viene un uniformado y le pide que le dé algo de lo que come, pero ella se rehúsa, ella le grita -¡Pídale a su presidente, gonorrea!- el uniformado la golpea con la cacha de su arma y dejándola inconsciente, le retira la lona.
Aun tenía hambre, pero ya tenía suficiente de realidad, camino de nuevo buscando refugio, mientras me llega la muerte. Camino hacia otro sector de la ciudad, paso al lado de cadáveres y otras miserias, de repente escucho música, me causa curiosidad de que alguien celebre ante la circunstancia de crisis global, la puerta estaba custodiada, pero al dar la vuelta en la esquina, logro asomarme por uno de los ramajes para lograr divisar mejor lo que está ocurriendo y logro ver a aquel político de los papeles, borracho, desnudo teniendo sexo al borde de la piscina, había otros hombres y mujeres con él en el mismo estado ¿Quién tiene sexo por estos días? pensaba, -pues solo aquellos que teniendo la panza llena, podían tener la dicha-, me respondí en voz alta, aquella escena era como ver una película en la que no podía tener nada de lo que veía, me sentí también, como cuando estaba cenando en el restaurante y alguien se acercaba con hambre pidiendo un bocado, ahora yo estaba en el lugar de ese alguien.
Sentada en el pavimento, recordaba el basurero en contraste con la casa del político y mi caminar por las calles donde solo veía muerte ¿Cómo se podría representar esta situación en una pintura? pensaba, dada mi vocación, de inmediato recordé la obra de la “Guernica de Picasso”, también “La guerra de Henri Rosseau”, pero ninguna pintura podía describir la desesperanza que sentía.
Pasan los días, no recuerdo como volví a casa, mis estados de conciencia eran breves, solo quería dormir para no despertar a la pesadilla de vida que estaba viviendo, huele a sopa, pero quizás el olor está en mis sueños, así que no deseo abrir los ojos para tratar de satisfacer mi olfato, una mano acomoda mi cabeza y me da de beber de aquello que estaba oliendo, una cucharada tras otra, era solo agua sal y algo de sabor, pero poco a poco siento que aviva mi espíritu, un trozo de carne que apenas puedo masticar antes de tragar y la debilidad me lleva de nuevo al sueño.
Me despierta de nuevo el olor a carne asada, ¿De dónde carne? Y ¿Quién me estaba cuidando?, tomo aliento para enderezar mi cabeza, estaba en casa ajena, estaba con aquella mujer del basurero que comía naranjas, estaba también con sus hijos, me ve y me saluda con un gesto mientras me arroja al piso un pedazo de carne bien cocida, no la podía rechazar, mientras comía sentía que las palabras y preguntas a ella sobrarían, como si la humanidad hubiera vuelto a la época de las cavernas, al levantarme vi en una batea los restos de un animal muerto, el que estábamos comiendo, pero al ver con más detalle eran las ropas del oficial que le había quitado las naranjas. Sentí ganas de vomitar, pero me contuve, no podía creer hasta donde habíamos llegado, al punto de devorarnos entre nosotros los pobres, mientras que las promesas de equidad y protección no habían salido de la casa del político y sus amigos.
Llega otro día y ahora somos cazadoras del hombre, probamos la carne y el pecado, pero qué más condena que vivir con la culpa de nuestras decisiones pasadas y con el prójimo en la mente y el cuerpo.
Autor: Jean Paul Pico Hernández
Colombiano de 35 años, Doctor en educación, Máster en Coaching, Licenciado en Diseño Tecnológico. En mis escritos busco una crítica social a las instituciones y su estructura, procuro por medio de la literatura otra forma de pedagogía hacia la reflexión de realidades. Escritor de "Antes de la epifanía" y "Punto ciego, la ventana del crimen" disponible en Amazon.