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Barquillo de Chocolate


Se asomó por entre las persianas, estaba en la reunión con las chicas de trabajo de campo. Le era imposible no escuchar la conversación, parecía que buscaba más respuestas que preguntas. Notó que la recepcionista le regalaba folletos, números de teléfono y algunos datos que Monroe anotaba con rapidez.


En una hora relató toda su vida. Le habían dicho que era mejor que se fuera a vivir aparte, en un departamento que su padre le pagaba. Monroe había estudiado Relaciones Internacionales, y hablaba inglés y alemán, siempre le decían que había algo que no encajaba con su nombre.


Nunca había trabajado, era un país donde convivían los dichosos y los condenados; dando tumbos fue asumiendo que un poco de heroína no le haría daño. Tenía treinta y cuatro años y desde hace cinco años había dejado todo, un cliente fue el único que la ayudó.


¡Monroe, Monroe! Se le quedó clavado su nombre en la cabeza; todos los días la recordaba, se asomaba sobresaltada por la ventana, esperando verla de nuevo. ¡Era extraño! Pero se había desaparecido, llegó ese día y no volvió más, tampoco quería ser atrevida o preguntar a la recepcionista, no quería que nadie supiera su interés, era algo muy personal.


Ha pasado un mes, siente que todo era una atracción ilusoria, de esas que te impactan en el momento, y después se olvidan. Pero esa tarde empezaban las capacitaciones, en todas esas charlas colaboraba, tenía un recargo después de la jornada de trabajo pero ella nunca llegaba.


―¡Qué pena! Sé que es tarde pero cuando me di cuenta ya estaba sobre la hora, espero no incomodar.

―Pase y se sienta estamos en receso, ahora empezamos con la otra charla.

―¡Gracias! Es que vivo lejos, todos los taxis pasaban ocupados y tuve que esperar el autobús. A lo último me monté en el bus equivocado y me dejó cuatro cuadras antes.

―¡No se preocupe! Entendemos muchas de las situaciones de las personas que llegan a la fundación.

―¡Disculpa! Qué lindo ese pantalón que andas y las botas. ¿Dónde lo compraste?

―Los compré el año pasado cuando andaba en Madrid, pero acá venden.

―Me dices dónde, hace días que quiero comprar un pantalón de cuerina y no encuentro por ningún lado.

―¡Claro que sí! Ahí viene el charlista.


No pudo evitar mirarla en toda la conferencia, le sonreía y le hacía ademanes simpáticos, le sonreía con cierta confianza que parecía que no había pena acercarse hablar con ella nuevamente. Era alta, puede que un metro ochenta y cinco. Una modelo, mientras ella le llegaba por los hombros. De lejos se miraban graciosas.


Se hablaron a la salida, le preguntó si había alguna posibilidad de trabajo, si la fundación tenía bolsa de empleo. Trabajaba como costurera independiente haciendo vestidos de fantasía para damas y niñas, quería otra opción, dieciséis horas diarias cosiendo la agotaban. Le comentó que tenía otro currículo, y si lo podía entregar para un empleo.


No se puede discriminar a nadie ―le dijo Stephanie―. La fundación era un lugar para integrar a las personas, la consigna era los derechos humanos, aunque parecía que a veces nadaban contra corriente. Todos se asombraron por su formación. Monroe fue recomendada para un trabajo de medio tiempo cómo traductora pero era imposible localizarla.


En la noche entró una llamada al teléfono residencial, después de media hora un mensaje en la grabadora y luego una llamada al WhatsApp. La imagen era de una mujer con un enorme sombrero blanco sentada frente a una ventana, no sabía quién era, ni tampoco se identificó el número, hasta escuchar la voz al otro lado del auricular.


―Hola Stephanie, soy yo Monroe.

―¡Hola preciosa! Hace días te estamos localizando, encontramos una vacante para que trabajes como asistente de una traductora oficial que es consultora para varias empresas alemanas en el país.

―Hasta ahora pude escuchar el mensaje. Me quedé sin saldo, estuve corta de dinero por varios días. Le juré a mi madre que no me volvería a prostituir, y en lo que trabajo a veces no se vende mucho, ando escasa de dinero, ya sabes pagué el alquiler, servicios, comida. Me quedé en el cuarto por días ¡Sobreviviendo!

―¿Hoy tienes qué cenar?

―Tengo unas sopitas, verduras, unos cuántos huevos, un pan, mantequilla. Hasta que logre vender el fin de semana tendré más comida y hoy es martes.

―Te invito a cenar, cerca de mi departamento hay un restaurante donde hacen cerveza artesanal, no es caro y el ambiente es muy agradable.

―¡Gracias! Llego a las 8:30 ¡Estoy hambrienta!


La cita era a la entrada del restaurante. Traía puesto un vestido negro de flores con un cárdigan blanco, su bolso negro y unas sandalias negras. No había persona que no la mirara, era un suceso por donde pasaba, una bocanada de aire fresco en un día de verano, simplemente se alegraba de estar a su lado y le sorprendía las miradas, todos la volvían a ver con cierta lascivia.


Se sentaron a hablar, contó su vida y mostró algunos recuerdos que andaba en el bolso, se lo había bordado su abuelita cuando cumplió siete años, tenía unas siglas: AP el nombre que aparecía en la cédula, en la Fe de Bautismo, en el registro, en sus títulos, en las fotografías familiares de aquella casa antigua de Barrio Aranjuez, la casa que había construido su padre en la década de 1950.


Ella, la menor de cinco hermanos. Solo visitaba a su hermana Alicia en los días que no estaba el esposo ni los sobrinos, iba los viernes por la tarde a visitar a su madre que llegaba a limpiar la casa deshabitada de la abuela.


Monroe no podía llegar a la casa donde creció, nadie quería saber de ella. La heroína la había enloquecido y los escándalos familiares eran recurrentes, para todos era simplemente insoportable.

Había una cierta resignación en sus ojos, pero a veces le era imposible no deprimirse, no llorar, no gritar; cuando sabía que el mundo en el que estaba la condenaba por todo. Pero ella era siempre ella y era lo único que le importaba.


El señor de las flores pasaba por la acera ofreciendo sus ramitos a los transeúntes, lo hacía cada quince minutos, tal vez ese día no vendió mucho y cuando las vio cenando cerca de las jardineras les regaló dos ramitos de rosas, diciéndoles que eran igual de hermosas que esas flores.


Al acostarse quedó conmovida por la historia, la realidad de muchas personas que llegaban a la fundación, pero sentía más tristeza por ella porque había algo en Monroe que despertaba sus deseos, no se había percatado, pero no podía evitarlo, poder tener su imagen de frente y deleitarse con su belleza, aunque no le importaba si lo percibía o no, Steph se sentía fascinada, aunque nunca pudiera tener nada con ella.


Se fue en un taxi, pasó una semana hasta que el día menos previsto entró un mensaje al móvil, era ella de nuevo devolviendo la invitación a un lugar donde hacían las mejores hamburguesas y pagaría la cuenta.


El fin de semana tuvo tantos encargos que le sobró incluso para ahorrar. Monroe le agradecía la invitación, el dinero que le regaló, incluso la comida que le empacó de su despensa. Decía que pocas personas se habían preocupado por ella y se sentía en deuda.


―Hola Steph, te invito a comer chatarra deliciosa.

―¡Hola! Claro que sí, ¿adónde nos vemos?

―Te espero a las ocho en punto frente al Banco de Catay.

―Llego en media hora.

―¡Nos vemos linda!


En la cena no quiso pasar por indiscreta, sentía el deseo de hacer algunas preguntas, pero lo halló inapropiado. Aunque le mortificaba ciertas cosas, tal vez no tanto de ella, o puede que sí, lo cierto es que había un interés mórbido por realizar ciertos deseos incumplidos en aquella extraña y alocada mente, algo se manifestaba atrayéndole como un imán que ponía a volar su imaginación.


Parecía el juego de Esqueletos al descubierto, las preguntas iban y venían como tiradas del Tarot; hasta que llegó la pregunta incómoda en donde Monroe levantaba sus cejas negras con una pequeña risa de lado, dejando entrever sus enormes dientes blancos.


―Ya sé lo que me vas a preguntar.

―¡Bueno! Si ya sabes puedes responder de una vez, dar vueltas sobre el círculo es cansador.

―No estoy operada, todavía tengo a Mac conmigo.

―¡De verdad! Pensé que no lo tenías.

―¡Jamás! Con qué dinero lo voy hacer, crees que mi mamá me va a dar dinero para cercenar la naturaleza divina de Dios.


Steph se echó una larga carcajada que todos volvieron a ver.


―Pues sí, todavía queda algo de mi pasado.


Puede que por eso haya tenido tantos problemas, soy la que no soy, la que muchos quieren pero a la hora era simplemente otra, puede que unos digan: es otro. Es una lucha casi imposible con esto, espero reunir todo el dinero posible para llegar hacerlo, lo necesito, es parte de mí, esto no me pertenece. Se llevó su mano sobre su sexo y tocó la parte que la hacía que todo el mundo la señalara.


―Aunque vivo con cierta resignación lo bueno es que ya no ficho en una calle, no tengo que coger con depravados, hay tantos en esas calles que no saben quiénes son realmente. Me han confesado amarme, hasta que llegan abajo de mi ombligo, se asustan cuando la ven de pie, es más grande incluso que la de ellos; los penetré una y mil veces, incluso uno me metió un cuchillo en el culo, que por poco me mata, me lanzó a una acera en la zona roja. Un alma piadosa se compadeció de mí y llamaron la ambulancia.

Después de allí decidí no volver a venderme, si volviera a tener sexo sería por un sentimiento genuino. Hace cinco años que no me prostituyo, estoy limpia, no consumo ninguna droga, soy seropositivo, no tengo ninguna otra enfermedad y no he desarrollado ningún otro mal, en dos ocasiones tuve sexo con un turista sueco que andaba de visita en el país, lo conocí en la playa. Después él se fue y no volvimos a escribirnos. Ahora pienso que si tuviera algo sería por un sentimiento, por nada del mundo volvería a prostituirme.


―Vamos a mi departamento, tengo unas películas muy buenas.

― ¡Vamos!, creo que nos hace falta hablar más.


Las películas eran cine de culto, con buen contenido, mejor de lo que ellas creían. Steph le ofreció a Monroe pastillas de éxtasis, pero se rehusó a tomarlas, muy gentilmente le dijo que se fumaba un puro con ella y que lo demás sería fantasía, no entendió bien el mensaje hasta las horas.


―Sé que quieres algo conmigo, lo noté desde el principio. Aunque sinceramente disfruto de su amistad, como amiga, como colaboradora en la causa.

―No lo voy a negar me encanta la mujer que eres, puede que a muchas nos vuelvas locas, pero te respeto.


El aroma se esparció por toda la sala, era como un ceremonial. ―¡Mmmmm! ―repitió― ¡Es bastante buena! Me llegó montones, hacía tiempo que no fumaba con esta calidad, me ha relajado increíble, me siento como Madonna cantando en un escenario.


― ¡Solo relájate!

―Solo esta vez Stephanie― le dijo ―. Te voy a cumplir esa fantasía que ronda en tu cabeza, solo porque has sido buena conmigo y no pretendiste nada de mí, todo lo que he recibido es ayuda y favores incondicionales. Vamos a tener sexo como dos mujeres, pero del ombligo hacia abajo tendremos sexo como hombre y mujer. Sé que has andado con esa imagen por días, puede que nunca estés con una mujer como yo, y puede que esta sea la primera y única vez que nos pase, porque nunca he estado con una mujer en mi vida.

El sofá cama estaba de frente a la pantalla, solo había una lámpara en la pequeña mesa de noche, el comedor estaba limpio, los platos lavados, el dormitorio tendido, la laptop apagada y el teléfono desconectado. Se les ocurrió cerrar las cortinas y bajar las celosías, no querían que nadie se enterara de lo que pasaba, incluso que las vieran entrar y salir del edificio.


Monroe la miraba con cierta ternura, tenía un aire angelical, se le acercó recostando su cabeza en el hombro, le preguntó por esos amores pasados; le contó lo de Lilly, una mujer casada con la que había tenido un romance de dos años; fue muy intenso y a escondidas―lo dijo con nostalgia―. Al final ella prefirió seguir con su esposo y sus hijas. Se burló de sí misma, por ser tan ilusa y creer que aquella mujer renunciaría a todo por una aventura que para ella solo significaba salir de la rutina, para Steph una relación con muchos recuerdos.


Hubo un beso donde abrió los ojos, se encontraba al lado de una mujer esplendorosa, metida en un enterizo blanco, su piel bronceada era el contraste perfecto para su ropa íntima, en su piel se hallaban rastros de noches interminables, complaciendo a sus infernales clientes, algunos habían dejado marcas. Esta vez no aceptaría ningún pago, solo quería hacer realidad la fantasía de su amiga y aceptaba como una gatita que viene a buscar un poco de alimento.


Ella tenía muchos significados, era una mujer que lo tenía todo, el deseo de llegar a un orgasmo perfecto, era voluptuosa como las imágenes de modelos, era el rostro de una mujer que nunca se olvida, era la diosa construida para los mortales que pensaban en los rituales del amor, era, era, era lo que muchos querían: como el espejismo que se desvanecía después de tomar agua.


Unos besos interminables que sabían cómo hacer sentir, ella se refugió en sus pechos firmes deleitando su paladar. Monroe la besó hasta el cansancio, su lengua hizo caminos dentro de ella, haciéndola recordar que no estaba muerta, que estaba viva, que necesitaba un poco de sexo para vivir, para no sentirse un robot que conduce todos los días al trabajo.


Movió esa parte inexplorada de ella, en esa cama no había prejuicios, solo dos seres deseándose. Ella la puso de espaldas, bajó hasta la entrada oculta y le dio todo lo que pudo, gemía sin parar, un novio de la universidad lo había hecho varias veces en el cuarto de residencias, esta vez Monroe lo hacía dentro de otro cuerpo, logrando que Stephanie llegara al éxtasis.


De frente a ella esperó a que se sentara encima, disfrutó besar y tocar sus senos voluptuosos, era una diosa dual, podía hacer sentir de ambas formas, era una frenética sensación que llevaba a la desesperación, lo tenía muy grande, lo sentía hasta el alma, una virilidad sorprendente, las horas pasaban y seguía gimiendo, cuando hicieron el cuatro en ambas direcciones ella reía, porque sabía que lo disfrutaba con tal fogosidad, que no podía evitar su risa erótica al verla a través del espejo.


Terminó encima cuando lograron un orgasmo que nunca habían tenido, al mismo tiempo, las dos gritaban de placer, logró abrir todo lo que le retenía su mente, eran un mar con oleaje fuerte que llegaba a las arenas; fue similar al que tuvo con su novio secreto del colegio, Monroe tenía quince años y aquel amigo un estudiante de quinto año con quien había coqueteado desde los trece.


Se miraron, ella la besó como nunca, ese beso no tenía definición alguna, era un agradecimiento, una oda a la nostalgia, una dicha que genera la buena fortuna, un beso a un Dios de días interminables, un beso al deseo y al amor espontáneo de las almas libres, era un beso distinto, que se vuelve a dar en una vida posterior.


Sintió un abrazo fuerte, fraterno, inagotable, un mar de sensaciones irrepetibles, ella lo decía con su voz de dama de la noche, radiante y bella como las estrellas brillantes en un cielo lejano, era un universo donde no existían reglas, ella simplemente la hacía recordar que la vida tenía muchos colores, que nada era de una sola forma, tan cuadrada y reducida como todas las gentes lo querían ver.


Reposó su sueño en su hombro, bañándola con su cabello negro, despertaron en la mañana de ese sábado. Cerraron ese capítulo con un beso tenue sin más que el recuerdo de esa noche. Hicieron un buen desayuno, volvieron hablar como dos amigas que se encontraron en un momento distinto, le hizo un plato con deliciosos pastelitos que se los comió con tal avidez. Hablaron y tomaron tanto café que cuando miraron el reloj era mediodía; Stephanie preparó el almuerzo junto a ella, le sirvió una copa de vino y la sobremesa fue más que simples confesiones.


―Brindemos por nosotras Steph, por lo que nos ha dado esta vida, para darnos cuenta que no estamos viviendo en falso.

―Salud Monroe, por la noche de ayer que no se olvida.

―¡Salud!


 

Autora: Nerissa Chaverri Rojas


Nació en la ciudad de San José de Costa Rica, un 23 de febrero de 1978, reside en la ciudad de Alajuela a partir de 1983 donde termina sus estudios primarios. Vuelve a vivir en la capital donde concluye sus estudios de secundaria e inicia sus estudios universitarios. Se egresa como Socióloga y Salubrista Ocupacional en el año 2005. Se dedica a la investigación social, y a proyectos culturales independientes.

A partir del 2006 empieza a escribir de forma profesional, dedicándose a elaborar un estilo narrativo propio, contemporáneo, como también de investigación histórica con el fin de escribir novelas con este tipo de contenido. Con el paso de los años explora otros aspectos del quehacer literario dedicándose a escribir poesía con un estilo intimista. Ha publicado varios cuentos y poemas en revistas literarias de su país. En agosto del 2019 recibe un galardón por su cuento Miss Waldo, en el Municipio de Matanzas, Cuba. En julio del 2022 queda entre los finalistas con su cuento El Puente en el Certamen de Cuento Histórico de la Universidad de La Coruña, España.


Imagen de Takato Yamamoto tomada de acá






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