Crónicas de chongos
Salí a chonguear después de once años de monogamia y dos de pandemia. Lo que sigue es una etnografía de algunos de esos encuentros y desencuentros.
Una empanada para dos personas
El monotributista social del Oeste tenía un centro cultural. Chateamos cuatro horas seguidas el día que nos cruzamos. Me hacía reír, yo me había olvidado de cuán importante era eso para mí. Tenía re buenos stickers. Sabía escribir los nombres de todxs los filósofxs. Tenía tatuajes de los Simpsons, de pájaros, de arcoiris, de Magritte. Una Whipala. Viajó al norte en carpa y en moto con su perra a upa. Su papá se murió de cáncer de pulmón, como el mío. Fuma tabaco las hojas, pero del barato.
A los dos días de hablar en un chat lo invité a mi casa. Yo compré dos packs de cerveza y él trajo dos latas, un chocolate, unas papas chicas y unas Mogul. Las voy a tirar a la basura.
Cuando nos besamos me mojé toda y temblé. Me reí. Él me preguntó por qué. Tuve que explicar mi felicidad infantil, no le dije que este era mi primer polvo con otro tipo después de once años de monogamia. Le pedí que me mordiera un poco el pezón. Lo hizo tan fuerte que la teta me quedó doliendo unos minutos. Al otro día voy a tener un moretón, ese y unos cuantos más.
Le voy a decir que cuidado, que no se caiga de la cama. Me va a responder que, si se cae, me lleva con él. Más tarde va a pronunciar la palabra amor. Nos conocemos hace cuatro horas.
Se quiere bañar y le digo que sí, pero ya cogimos y yo me chupé toda la transpiración de la moto de Moreno a Belgrano un día de 38 grados. Sale de la ducha con los pies mojados y me ensucia toda la casa. Tiramos cerveza por todos lados, hay marcas en el piso y pegotes.
Me regala una estampita de Evita, la pongo en el celular y veo como le brillan los ojos.
Cogemos, tomamos birra y hablamos desde las tres de la tarde hasta las dos de la mañana. Él me frena, para que dure, dice. Nunca acaba. Se va a poner el calzoncillo de nuevo, siempre. Mientras, yo estoy desnuda, patas abiertas en el sillón.
Me gustó como con la misma mano me penetraba y me tocaba. Cuando me masturbo esa imagen me vuelve, recurrente. Pero también me acuerdo de su flacura fantasmal. De mis moretones. De la mugre en la casa.
Pedimos 6 empanadas e hicimos todo mal con la App. Él insistió en pagar, eran 300 pesos y ninguno de lxs dxs se dio cuenta. Llegó una. Todo estaba cerrado después. Cenamos media empanada.
Se empezó a quedar dormido, puso Once Episodios Sinfónicos de Cerati. Ahora me gusta Cerati, me quedé con eso. Se hizo el sorprendido cuando bajé las cortinas de la habitación y la música. Yo ya le había dicho varias veces que prefería dormir sola.
Roncó, habló dormido, gesticuló como un loco y me empujó. Yo miraba el techo mientras me preguntaba por qué, habiéndome separado hacía menos de una semana, tenía un chabón al lado que no me dejaba dormir, un chabón que ni conozco, que ni me importaba.
El ahorcador
El cineasta chileno vivió toda su infancia en Bélgica, por eso tiene faltas de ortografía y problemas de dicción. Pero también tiene una mirada hipnótica, un tatuaje de América Latina que incluye a las Malvinas y una de las pieles más suaves que toqué en la vida. Es relajado, me habla de bailar. Cuando me junto a tomar una cerveza con él ni nos conocemos, chateamos dos veces y hablamos pavadas. El auto corrector me cambia viajar por garchar, pero él nunca le da bola a mi vergüenza.
Me habla de Víctor Jara, de su padre militar, de su otro padre guerrillero, de su mamá migrante. Me dice: “mi historia empezó mucho antes de que yo naciera”. Habla de Allende.
Venimos a mi casa y le digo que la puerta está sin llave y que puede irse cuando quiera. Hablamos del miedo de los varones.
Quiere tomar más cerveza, me dice que no soy la piba de la app, que mi nombre me queda bien, que pase lo que pase sigamos en contacto. Nos besamos. Me acaricia arriba de la ropa y yo me prendo fuego. Lo guío a mi cama, le pifio, nos caemos al piso. Nos reímos como lxs niñxs que somos. Se hace mierda el dedo. Pienso en eso pero no en mi hernia de columna. Pone Barry White, nos reímos de nuevo, carcajadas. Me levanta la pollera y me empieza a chupar la bombacha. Me vuelve loca. Me la corre y me pasa la lengua. Después me desnuda, me habla en francés, no sé qué me dice pero no me importa, me sostiene de las muñecas mientras estoy arriba de él y me inmoviliza, me dice “tranquila” y guía. La paso muy bien. No se queda a dormir. Al otro día me va a enviar el tráiler de una película de la que hablamos.
Vamos a vernos una vez más, romperé mi propia regla de no repetir.
Esa tarde de sábado en el sillón me ahorca con el corpiño, y también me tapa la boca, me ahoga. Dice que cada vez se suelta más, que se le pone más dura. Hablamos de intimidad mientras cogemos y dice que chupar una concha es un poco asqueroso. Respondo que ese es un comentario de mierda. Solo eso digo, y se le baja. La frágil masculinidad. Me mete un vibrador en la boca. Quiere mandar. Acepto. Igual siento que estoy cogiendo conmigo misma, él no existe, salvo cuando me quedo sin aire y tengo que agarrarle la mano con fuerza y sacarlo de mi cuello. No tengo miedo, pero me falta el aire. Habla en francés otra vez, ya me aburre, no sé qué dice pero identifico que son las mismas frases, se repite. Pienso que debería googlearlo, capaz es una receta de su tía.
Me la mete tan adentro que me deja el forro adentro, me lo saco con toda la mano, tomo la pastilla del día después, le hago un chiste al farmacéutico con los costos de la crianza y lo barato de la pastilla. No volveré a ver al ahorcador, me aburre y me da miedo, no es una contradicción.
Un hombre roto
Al físico le pateé el encuentro mil veces, porque tiene 43 años y canas. Le digo el señor cuando hablo con mis amigas. Ellas me recuerdan que yo tengo 40. Cuando acepto salir con él, un domingo triste y solitario, ya ni me acuerdo de su cara. Una noche en que estaba en una fiesta me invitó por tercera vez y le dije que no podía, que terminaba tarde. Me respondió que iba a mirar su apretada agenda entonces, y que nadie lo quería. Lo desmatcheé.
Ese domingo llega tarde, pero es lindo y peronista. Es doctor en física del CONICET, y profesor en una universidad conocida. Tiene buen culo. Habla bajito, me acerco en la mesa para escuchar qué dice. Me picantea todo el tiempo con un “yo te voy a explicar”. No entiendo bien si es un chiste.
Yo tomo la IPA más fuerte del bar, él una que viene en una lata rosa que se llama “niña”. Salimos a fumar y no puede prender los cigarrillos. Lo hago por él. Pienso en cómo mi papá le prendía los puchos a mis amigas. Me dice que se le apagan porque mi encendedor es una mierda, que es rosa, que qué clase de feminista soy. Le digo que se lo olvidó en mi casa un chongo. Es verdad, es del ahorcador. Eso no se lo digo.
Veo que no arranca y lo beso. Le pido permiso antes. Lo aprieto contra la pared. Me dice que beso muy bien. Invito la cerveza y los buñuelos que se pidió, yo no quise cenar, aunque no había comido nada en todo el día. Le digo que mi casa está muy sucia, le pregunto si podemos ir a la suya. Me dice que sí, pero me explica que tuvo un accidente. Pienso por un segundo que se acabó en el pantalón. Dice que hace unos meses se fracturó el pene, el profesor. Le digo que no me importa y me subo a su auto. Habla de ser un buen partido, de su auto rojo. Le digo que es el mismo que tiene mi mamá, que yo también tengo auto, otro, de otro color.
En su casa cierra una puerta para que yo no vea dentro. Me ofrece whisky, cerveza, fernet o vino. No me cree que nací en el conurbano y me prueba. A mí se me caen los hielos a un piso sucio y se los tiro al whisky igual. Se pone chancletas, se saca los anteojos, se vuelve a pedir comida, yo no quiero. Cantamos La Renga. Me cuenta que se fue de su casa a los 18 años, me habla de su ex. Cogemos pero le duele. La tiene deforme. Se la chupo igual. Me dice: “negra, no sabés lo que fue el ruido”. Me explica todo mientras cogemos: la operación, la uretra lastimada, que antes la tenía más gruesa. Mecha con que una vez se cogió a una alumna y yo pienso que fue con ella, que eso no me lo quiere contar. Él acaba, yo no, pero me siento orgullosa de mí, de no haber sido ni bruta ni paternalista. Me dice que es amante de chupar concha pero lo hace mal. Le digo que me voy, me pide que me quede. Dice que me quiere abrazar, me agarra el celular y cancela el Uber. Lo dejo. Me llevo los auriculares al lado de la cama por si ronca. Me cucharea y yo duermo, por primera vez en dos semanas, de corrido y en la misma posición. Me despierto cuando estiro la pierna y siento que pateo algo, es su gatita, duerme con nosotrxs. Le pido disculpas, le digo beba.
Quiero coger, lo busco. Le toco el hueso de la cadera y se le para. Me mete los dedos un rato pero después me dice que le duele la pija. Que ya está.
Él puede dormir hasta las 10 pero son las 8 y yo me quiero ir. Tengo una hernia de disco y kinesiología en un rato. Se levanta a hacerme el desayuno. Me pone un individual y me trae dos mermeladas distintas, yo estoy sentada arriba de la mesa, pegada a la ventana, fumando y mirando la casa de los vecinos. Me como la tostada sin nada, sin hambre ni ganas, por compromiso. Me acompaña a la puerta y quiere quedarse a esperar que llegue el taxi. Le digo que son las 9 de la mañana, que vaya a dormir. Me dice nos vemos a la vuelta de su viaje, es en una semana. Me escribe al día siguiente. Se pone irónico y picante. Respondo que ahora no puedo con esto, que “todo rompe ella”. Le digo que no es su culpa, me responde que un poco sí, que podía haber sido menos bardero. Nos despedimos.
Ponete cómodo
El feo vive en el lugar donde crecí. Viaja 20 km en moto para encontrarnos un martes a las 10 de la noche, yo salgo con él porque no tengo nada que hacer. Voy al mismo bar que con el ahorcador. No quiero pensar. Es de los ex fumadores que detestan el cigarrillo. No tiene nada de cultura general pero es pillo. Una vez viajó en moto por el norte y se trajo un perro. Me bardea el inclusivo. Parece chiste. No estoy segura. Me cae un poco bien. Le digo que vuelve muy rápido del baño, que seguro no se lava las manos. Me responde que se las lava antes, para agarrarse el pito, no después, que después no importa.
El psicólogo me dice que me volteo a cualquier muñeco que se me cruza. Tiene razón. Entonces lo beso al feo, le pido permiso antes. Seguimos hablando, lo invito a mi casa pero también le digo que entiendo que tomó mucha birra y tiene que manejar, le digo que se puede quedar en el sillón, que no quiero dormir con nadie. Me responde que quiere venir conmigo, que quiere dormir conmigo, pero que tiene que ver a su perro. Traigo dos cervezas más. Se incomoda. Pedimos un vaso de plástico, deja su cerveza intacta. Yo voy a casa, paso tomando por la puerta de la comisaría, él va en la moto.
Llegamos y no quiere dejar la moto en la puerta, trato de convencer al portero de dejarla en el estacionamiento, le digo que solo venimos a coger y se va. No hay caso. El portero me pregunta si me separé, parece que no sabía. Me da vergüenza que este chabón sea tan feo.
Se pone peor todo porque el feo besa sacando la lengua, le pregunto por qué tanto y me responde que por qué tan poco. Tiene la pija gruesa pero coge para el orto, no roza. No acabo, él sí. Después está en el medio de mi cama con los brazos sobre la nuca, tapado, tibio y cómodo. Yo salgo a fumar al patio en mi propia casa. Le hago un café y le digo que me avise cuando llegue si se acuerda. Lo hace. Me escribe a las dos semanas, me dice: “me hizo el amour y me abandonó”. No respondo. Me da culpa después, y le digo que tengo una política de no repetir. Me responde “escudo, escudo”. Yo pienso que además de feo, pelotudo.
Cuatro limones
Lucy toca la cítara y es precioso, cuando lo bese le voy a ver las pecas. Quiere intercambiar audios. Habla alemán. Yo también, ninguno de los dos sabe el porqué del otrx. Me nombra autores de ayurveda que no conozco, no googleo, le digo que no sé, que así es más divertido el intercambio.
Suena en sus audios una voz aniñada que dice que toma ácido a las 8 de la mañana, le digo que yo me puedo tomar un whisky a esa hora. Nos mandamos fotos de lo que hacemos cada día, me dice que sueno arrabalera, le digo que fumo, y lo empiezo a llamar Lucy in the Sky with Diamonds. Luego será solo Lucy.
Una mañana me envalentono y le digo que quiero conocerlo. Le digo que entiendo si es muy pronto. Me responde que nos conozcamos, que sí, me da sus horarios. Armo cita a la una de la tarde, nunca estuve con alguien que toma ácido a las 8 de la mañana. Le aviso a mis amigas que voy a mandarles mensajes de cómo va todo. Me armo el día de trabajo para estar libre. Lo invito a mi casa, pero pasa una hora y no responde. Le pido disculpas por si lo incomodé, le digo que soy un toro. Que también podemos ir a un bar. Me responde que mi casa suena bien, me pregunta si me gusta el Gin o el Cynar. Respondo que me gusta todo lo que maree, que traiga lo que quiera.
Me escribe a la hora en que tendría que llegar que no quiere estar a las apuradas y que viene después, a la tardecita. Suspendo el turno de la veterinaria. Le pido que traiga algo para tomar. Llega dos horas tarde. Yo bajo en medias, le miro las manos, me queda una sola lata de birra. Trae una bolsa con cuatro limones. Le doy la juguera, un cuchillo y una tabla que dice vaca en el alemán de Liechtenstein, le explico que no es el mismo idioma. Él fue a un colegio alemán, pero no sabe casi nada.
Yo estoy borracha y él toma agua con limón, admite que es mentira lo que puso en su perfil, que no habla chino. Le pregunto por la foto en la que toca la cítara y divaga. Yo le hablé en la app por eso. Le pregunto por su acento y no me dice nada hasta que le cuento que mi mamá es misionera. Ahí me corre con que si sé los números en guaraní, le digo que no, pero que los sé en alemán, se queda callado.
Hablamos y él me busca la vuelta a todo, es inteligente, y hermoso. Se acaban las sedas y aguanto un rato, no quiero separarme de él ni un segundo. Quiero seguir mirándolo y escuchándolo. Él tiene ganas de fumar, yo tengo faso para convidarle, también me quiero fumar un pucho, entonces, voy al kiosko. Lo dejo solo en mi casa, con la puerta abierta.
Un rato después voy a abrir un whisky, él sonríe.
Se fuma mi porro entero solo, me va a robar toda la tarde pitadas de cigarrillo. Le doy el celular para que ponga la música que quiera y me espía la lista de reproducción, me pregunta por una banda que no conoce. Me mira todo, cada detalle de la casa. Yo me dejo. Miro el reloj sin disimulo. Son las 18.40 y a las 19 tengo una clase. Me acerco y le pregunto primero, si está bien que lo bese. Tiene una boca preciosa pero nos chocamos los dientes. Se mueve al sillón y me lleva, prende el velador. Me siento encima de él y ya no me importan mis horarios. Le beso el cuello, me abro el vestido, me toca las tetas mientras nos comemos la boca y yo me froto contra lo que debería ser su pija. No la siento. Le quiero desabrochar el pantalón y me dice que no puede desnudarse ante una persona que no conoce. Cuando le cuente eso a mi mamá va a echar una carcajada incontenible. Le pregunto si no puede hacer una excepción por mí. Me dice que yo tengo clase, y se va. Le mando un mensaje al segundo “no me puedo concentrar, te odio un poco, estoy re caliente, qué hermosa tu boca”. Responde con un corazón partido. Le digo que no, que está todo bien, que a sus tiempos, que él lo vale, que lo espero. Le mando “Toco tu boca” de Cortázar. Me atajo, “qué romántica ella”, digo. Él se ríe, pero no dice nada más.
Cuatro días después me escribe. Tenía un mensaje preparado por si volvía, lo cambié dos veces. Al final, decidí no contestarle.
Día de elecciones
El peroncho estudia derecho y labura en el Estado. Agradezco que no me puse la remera de los Ramones que agarré al principio porque tiene la misma. Íbamos a parecer unos pelutodxs. Es el domingo de elecciones y no podemos comprar alcohol en ningún lado. Trae un fernet, compro coca y nos sentamos en una plaza sobre el barro, rodeados de rejas. Le confieso que voté al FIT, que fue un impulso, que es la primera vez que me pasa. Él tiene dos tatuajes: uno del Polaco Goyeneche y otro de las islas Malvinas. Creo que es de Platense, me explica algo, no me lo acuerdo. No sabemos dónde mezclar la coca y el fernet, tiramos media coca para hacer espacio. En el medio de nosotros a veces hay silencios, no son muy incómodos.
Luego estamos en pedo y solo conseguimos Pepsi. Paga él, sacamos la botella de coca de la basura, no tenemos dónde mezclar, nos reímos de la cirujeada. Nos hacemos pis y vamos al baño del mercado de Belgrano. Solo está abierto el de mujeres. Le vigilo la puerta.
A las 9 nos echan de la plaza. Lo invito a mi casa. Él me besa en la cocina, besa bien. Lo llevo a la cama. Esta vez tengo cuidado de no pifiarle. Me saca la bombacha sin mirarla, era linda, me da pena. Me la chupa increíble. Estoy llena de ilusión. Pero la tiene corta y me coge como un conejo. Soy una muñeca inflable. Empieza a decir sí, y cecea. Esto es nuevo y horrible. Somos lxs niñxs que fuimos, pienso.
Me pide permiso y se baña, le grito los resultados de la elección a través de la puerta. Siento intimidad. Estoy contenta, entró Myriam Bregman.
Sirvo dos fernets. Rasqueteo hielo de las paredes sucias del congelador, las cubeteras están vacías. Se come mis aceitunas e identifica que son Noisette. Le cuento de Lucy cuatro limones, me responde que solo una vez una piba lo invitó directo a la casa. Habían hablado de Abelardo Castillo. Dice que ella acabó y que le pidió que se fuera porque a la mañana se levantaba temprano. Él no acabó. Yo a ella la entiendo perfecto. Eso no se lo dije a él, cuando me contó de su examen de derecho penal del jueves, y que después, estaba libre para vernos.
Casi ilegal
Pibito tiene un apellido alemán que significa “hombre del agua”. Dudo en devolver su like, porque tiene 21 años, yo tengo 40. No me pide mi número sino el instagram. Dice que hace rato que está esperando que una mujer de mi edad lo invite a salir, me parece valiente. Le miro las fotos de perfil y veo una de la primera vez que votó. Sigo bajando y veo fotos de su viaje de egresados y de su aula en el Pellegrini. Escrito en el pizarrón dice “Dónde está Santiago Maldonado”. Me pregunta si vivo sola y me río. Me explica que “cheto” significa “piola”. Me dice señora, yo le digo pibito. Viene a mi casa, llega tarde pero trae birra. Le convido porro. Está temblando en la mesa, pero activa. Es chiquito y no sabe lo que hace, le explico cosas. Estoy chateando con un payaso que me encanta, entonces me lo cojo rápido al pibito. A él le tiemblan las piernas. Lo echo de mi casa. Me dice algo pero no escucho qué, le cierro la puerta en la cara.
Payaso
Después de dos semanas de chatear día por medio lo invité a un recital para el que había conseguido entradas. Se puso contento. Le tuve que preguntar su apellido y su DNI, le pedí disculpas por la indiscreción, y le mandé capturas de pantalla donde mi amiga me dice que si no sabemos el apellido del chongo inventamos, yo le digo a ella me siento la maldita policía, pidiéndole el documento. Él hace un chiste con que no sabía que podía cambiarse el nombre, dice que quiere ponerse Chongo Zamorano, que es un postre mexicano.
Le digo que nos vemos en la puerta del recital a las nueve. Me dice que no, que me pasa a buscar, así vamos juntes. Dice juntes. Yo me muero de ternura.
El día de la cita me escribe temprano. Me lanzo y le pregunto si quiere venir a mi casa antes. Me dice que sí pero entre cada mensaje pasan cuarenta minutos. Yo pienso que se arrepintió. Que me apuré. Me quedo callada. Llega la hora en que tenemos que encontrarnos, salimos los dos corriendo de nuestras casas. Cuando nos vemos no sé cómo saludarlo. Me dice: estás muy linda, y me regala un chocolate. Le digo que por responsabilidad afectiva tengo que avisarle que estoy engripada, pero que quisiera besarlo. Me responde que no importa la gripe, que más tarde seguro me va a besar él. No hago nada. Me invita a comer pizza, no quiero que pague pero insiste.
Charlamos y nos reímos. Me termino mi vaso de cerveza mucho antes. Estamos en una barra y estoy incómoda, en una torsión, para poder mirarlo. Al rato le pido que me deje un poco de espacio, le digo que me lleva tiempo decir que estoy incómoda. Me responde que toma nota de eso. Cruzamos la 9 de julio, vamos abrazados de la cintura porque medimos lo mismo. Yo pienso que mi ex vive por esta zona, tengo miedo de encontrármelo. Payaso está por cruzar la calle distraído y viene un colectivo, lo agarró fuerte de la cintura y lo tiro para atrás, le digo que le salvé la vida.
En el recital me dice que tiene en la mochila una camisa floreada. Que no le dio caer así a la cita. Le respondo que se la ponga ya mismo. Se cambia en el medio del Luna Park. Bailamos, se sabe las letras de todas las cumbias pero no las del indio. Está feliz de que yo sí las sepa. Lo tengo agarrado de atrás, le beso el cuello. Yo transpiro como nunca y él está impecable. Me dice que un amigo está trabajando en un stand. Lo acompaño para que lo salude pero me quedo en un costado, me parece mucho. Siento, sin embargo, que él quería presentármelo. Me quiere regalar algo, le digo que no hace falta. Sugiere que vayamos a ver el río. Nos besamos en un banco minúsculo. Hace frío, nos vamos. Caminamos a la parada del colectivo, me compra una cerveza y él pide un agua. Yo pienso en tomarme un taxi, él no sabe en qué colectivo volver, y lo invito a mi casa. Acepta. Le digo que me lo voy a coger, si él quiere. Se ríe, “me vas a coger'', repite. Le digo que soy un toro.
Él quiere tomar el bondi, entonces caminamos. El mapa de la parada del colectivo está al revés, son las dos de la mañana. Lo convenzo de esperar un taxi en una esquina y un pibe lastimado y dado vuelta nos pide plata, nos dice que no nos va a robar pero que necesita billetes. Estamos regalados. Le damos, payaso está tranquilo y sólo le dice “distancia”. Es un garrón pero el chico nos da pena. A los dos minutos pasa un grupo de cinco chabones, nos preguntan si el chico nos robó, no nos damos cuenta y decimos que sí. Lo agarran al pibe y lo tiran al piso, le pegan patadas. Lo miro a payaso, ¿qué hacemos?, él sale corriendo hasta donde están y los frena, les dice que ya está. Le devuelven la plata pero también le dan un empujón. En el taxi decimos que esta es la cita más rara de la historia.
Cuando llegamos a casa mira para todos lados, dice que hay mucho para ver. Que necesita tiempo. Habla de un cuadro de Muscha que tengo en el living, agarra un libro de Egon Schiele. Los conoce a ambos. Se sorprende con un cuadro pintado por un amigo, que tiene una frase en hebreo. Él es judío. Yo atea. Me tomo un whisky y me prendo el primer cigarrillo delante de él. Él no fuma ni toma.
Ve a mi gata, le digo que ella es medio ortiva, que no lo tome personal. Ella va hacia él, se acaricia con su mano. Yo digo “qué entregada ella”, él sonríe.
Tiene sueño, me dice que quizás mejor lo de coger lo dejamos para mañana. Lo invito a la cama. Le pregunto por su política para dormir, le digo que yo duermo desnuda. Nos sacamos la ropa, cada uno la suya. La luz está encendida. Nos miramos de frente. Él es peludo, no me va a importar en lo más mínimo. Apago la luz. Nos abrazamos, nos acariciamos. Me siento un poco bestia, él es parsimonioso y dulce. Me pide que prenda una luz, quiere mirarme. Me pregunta qué me gusta, le digo que lo descubra. Yo pruebo todo, pero algunas cosas que intento me las frena. Me dice que lo abrace. Que esté con él. Yo no quiero que esto se termine nunca. Eso no suele pasarme. Soy un manojo de ansiedad, pero no esta noche. Se separa un poco de mi cadera y me abraza, me lleva hacia él, pero cuando estoy arriba me mira, me dice que va a acabar. Está dentro mío hace 5 minutos. Le respondo que tranquilo, que adelante, que no pasa nada. Nunca antes había visto a un varón tener un orgasmo tan largo. Después está cansadísimo, tiene los ojos cerrados. Me arreglo con un vibrador, él me pregunta si quiero privacidad, le respondo que ni a palos. No hace nada, ni siquiera mirarme. Hablamos una hora más en la oscuridad, me pide una almohada más baja, nos quedamos dormidos. Yo sueño con él, me despierto contenta, por un segundo pienso que estoy sola, me doy vuelta y lo veo. Sonrío. Quiero tocarle el pelo, sus rulos rojos enormes se derraman como un incendio por las almohadas, pero temo despertarlo, entonces me contengo. Me dijo que tiene el sueño liviano, e insomnio. Antes de dormir se tomó una melatonina. También dijo que le da calor que lo abracen, yo ni siquiera lo había intentado. Está de espaldas, tiene una curva en la cadera, parece una mujer. Me muero de ganas de tocarlo.
Lo miro dormir. Estoy en el horno, me digo. A la una lo despierto, le hago caricias. Abre los ojos y me pregunta cómo estoy. Se levanta enseguida a lavarse los dientes, me veo obligada a hacer lo mismo. Volvemos a la cama. Lo acaricio, nos abrazamos, él se frota contra mí, nos calentamos. Pero lo toco y se le baja. No insisto.
Se levanta y encuentra un libro de Sonia Budassi en la biblioteca, es una crónica sobre el conflicto palestino-israelí. Se ríe del título, se llama “La frontera imposible”, hace un chiste con presentar un proyecto de libro a una editorial diciendo que el título es “bueno, no se puede”. Me cago de risa. Se sienta en la cama, está desnudo y mirándose de frente al espejo. Me habla de poliamor, dice que no lo entiende en relación a un número sino como una ética de los afectos. Dice que es necesario abrir la pregunta en los grupos de pares, me vuelve a hablar del maltrato en la escuela, ya me lo había dicho la primera vez que nos vimos. Yo me siento detrás de él y lo abrazo, lo rodeo con las piernas. Lo miro a los ojos en el espejo, le digo que él es lindo, e interesante. Quiero abrazar al niño que fue. Hablamos y nos vamos moviendo por la cama. Me cuenta que se separó hace poco, que ella quiere ser su amiga y él no puede. Que el hecho de que el duelo de ella sea tan liviano hace mucho más pesado el de él. Yo no le cuento que me separé hace dos meses, que aún estoy casada, pero sí le digo que creo que se puede construir una amistad después de una relación, pero que eso lleva tiempo, un tiempo propio, indefinido. Me pregunta qué se hace con el deseo hacia los amigos, le cuento que cuando me pongo en pedo le tiro los perros a mi amiga Violeta, y que siempre logramos resolverlo, él sonríe. Es bisexual.
Me habla de los sueños y le leo un párrafo de “En busca del tiempo perdido”. Habla de arquetipos y de Cronos como un padre terrible, me está hablando de mi viejo, me estuvo escuchando y se dio cuenta.
Lo invito a almorzar falafel en la plaza. Pensé en ponerme un vestido lindo pero me decido por un short y una musculosa, voy en ojotas. Quiero que me vea como soy.
Yo quiero tomar una cerveza, encaro al supermercado. Me chifla, vuelvo, me dice que no hay tiempo, que vaya al kiosko. Él quiere un agua. Encuentro un almacén y me procuro la birra.
Cuando terminamos de comer me pide que lo acompañe a la parada del colectivo. Sonrío. Venimos charlando pero el bondi ya está ahí, en el semáforo, corre. Me besa rápido. Camino dos pasos en dirección a mi casa, pero me decido a esperar que el colectivo arranque, él se da vuelta después de pagar, me mira, nos saludamos. Tengo el corazón en la mano.
Al otro día me va a escribir Sonia Budassi, le voy a contar el chiste sobre el título de su libro, y de lo hermoso del pelo del payaso.
***
Autora: Macarena Romero
Soy licenciada en ciencia política devenida en antropóloga, militante del feminismo, sostenida por redes de amor migrante, ese es también mi trabajo. La escuela de la episteme feminista me enseño a convivir con las tensiones, a fluir en la trama.
Ilustración de Leonardo Lamberta
Se puede ver su obra en @sol_planetario_amarillo
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