Instructivo para retirarse
Acérquese. Pase la mano por ella. Unas montañitas, verrugas le rascarán la mano. Diría un físico: rugosidad. Blanca sucia de hace par de años que no se pinta. Raélee a la superficie en los lugares donde un vidriecito pueda lastimar lo superficial de su mano. Siga. Suave y silencio la enmarcan. Aléjese. El vidrio inofensivo le dará un panorama barrial. A ciento cuarenta grados, un galpón blanco y azul, cruel, gasolero inmundo, hombres vestidos de blanco en una cadena de producción ineficaz. Acérquese, levante su mano, lo saludarán si tienen tiempo y lo ven.
Vuelva, vuelva hacia atrás. ¿Ve los paralelogramos antioxidados? Largos y flacos, encierran desde afuera, atravesados por otro cuerpo geométrico semejante, puesto en cruz para que nadie lo intruse.
Extienda sus ojos, ahí a treinta grados del foco óptico, las paralelas cortan la calle hace años asfaltada, paralelas abiertas hacia la nada. Levante su cabeza, déjela en ángulo recto, frente a otro taller lleno de máquinas y una casa sobre ellos, donde una mujer es gritada, de vez en cuando.
Quédese hasta la noche y escuche los gritos del conurbano. Quédese detrás de la pared, la ventana y las rejas. Dentro de las casas, se escucha a eso de las once, la palabra traidora o más temprano un niño maúlla peligrosamente.
¿Puede oler la humedad rivereña? ¿Puede? Mire que llega inexorablemente.
X – 1
¿Es la noche o la madrugada? No importa mucho en tiempos pandémicos. Gire. Agarre el vaporizador con alcohol al setenta por ciento. Vuelva a girar y rocíe la superficie todavía bien blanca, pintada en X – 2. El rocío matará la amenaza y usted la podrá tocar sin miedo a ser coronada. Deje de sobar lo rugoso blanco y mire. Unas víboras aladas, turgentes, necesitadas de clorofila, enroscan a los paralelogramos antioxidados. En unos años, si sobreviven, no llegarán hasta el cerramiento externo contra intrusos. Verde y rayas blancas, mírelas. Cale el vapor de agua que se desprende de sus hojas aladas. Rote medio giro de manera que el horizonte de sus ojos quede a una altura pitagórica sobre el horizonte del plano terrestre. La espesura del aire saturado, hidrosaturado, le provocará un temblor. Si un transeúnte esencial pasara caminando en la oscuridad del AMBA, usted no podría verlo, o creería que es un fantasma envuelto en capullo arácnido. Si todavía puede respirar no se desespere y gire sólo seis grados. Vea qué hermosa está la luna nublada por la toxina vaporosa del virus social.
X – 25
En este día de sol, puede olvidar que alguna vez se va a morir. Es joven, mire, mire mucho. No salte ni baile que le esperan años trabajosos. Las indicaciones para usted son: deténgase. Toque el plano rugoso ayer pintado de blanco. Sienta el olor ácido de la pintura, no del todo seca. Alce sus manos agarre eso barrotes paralelepípedos y aférrese a ellos, antioxidados. ¿Abrió el marco suave de la superficie cero poro anfótero del aluminio? Ese que enmarca a la arena fundida en similitud con el aire. Está limpio lo enmarcado. Deténgase. Toque la superficie lisa como todo mineral vidriado. Ahora sí, abra. Inspire con su plexo solar. El conurbano todavía no tiene instalada la guerra de clases al punto rojo. Alce los ojos y vea la casa del panadero con ese terreno lleno de frutales. Guárdelo que no durará mucho. En poco tiempo, cuando el calor llene de luces goteadas, escuchará el ruido a losa de los despojados. Plante víboras verdes, que se vienen tiempos perdidos, en las tres ventanas enrejadas, enmarcadas, vidriadas de su casa.
X + 1
Entre. Use la puerta de madera, no la de metal. Ahora gire noventa grados hacia el norte. Mire la franja del plano rugoso pintado otra vez de blanco, en X – 25, 1. Gire diez grados. Ya no están a primera vista. Levante su mano, la que más use y corra la tela suave pero no tanto. El agujero de la casa no está cerrado. Cuidado con la luz. Lastima al mediodía, la estrella que alguna vez va a morir, pero hoy ruge. Vea qué rejuvenecidos están el marco, el vidrio, las rejas. Usted no. Las víboras verdes volvieron a crecer y entra el perfume a jazmines de estación. Detrás de ellas, una huelga en gestación recorre los talleres del barrio. Retroceda, cierre la superficie lisa que enmarca a la arena fundida hace ya muchos años, distánciese de los paralelogramos antioxidados. ¿Le duele algo? No, ¿no? Un humo de cuerpos humanos anda por allí, vistieron a la ventana de otra generación. Los años generaron cambios biofísicos y químicos al óxido, a los elementos mendelevianos y a los gases neblinosos que circundaban el barrio. Disiparon los fantasmas del apocalipsis barrial.
Ahora gire dos o tres veces y váyase en tregua. Ya no son suyas las ventanas, usted ya no vive allí. Y recuerde que X es hoy.
Autora: Silvia Jayo
Es poeta, escritora y docente. Su obra publicada comprende la crónica poética Imagínate tú, (septiembre 2022) Editorial Espacio Hudson, el libro de textos poéticos Vago, (2017), el poemario Mi abuela Luisa y los monstruos (2018), en la Colección “Poemas en Vilo”, curador Gabriel Reches, el poema Hormonada (2020) en la revista “Anuket”, el poema El metal sin fondo (2020), en “Fancine 20 y tantos”, Universidad de Murcia, como parte de la red Universidades Lectoras de España. Participó en la Feria Internacional del Libro, 2018 y 2019, en La Habana, Cuba. Integrante del grupo de poesía performántica “Vísceras”.
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