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Julia camina (con lecturita)




Hay música y eso es lo que cuenta.


No hacen falta grandes momentos ni movimientos robustos de permanencia en lo oscuro.


Sólo dejarse ir. Que el desencajado movimiento del cuerpo siga su curso animosamente, sin pausa, rítmico, feroz.


Caderas, brazos, piernas, cabelleras enteras que se deslizan por el espacio lanzando aromas de sudor y shampoo.


Ojos se cierran, otros se abren.


Se inhala profundo.


Luces que no alumbran pero decoloran la realidad, iluminan lo que va quedando de conciencia mientras la tasa de alcohol en sangre y demás sustancias, van subiendo a cada segundo.


Ya nadie escucha sus propios pensamientos. Nadie sabe siquiera si tiene pensamientos, propios o ajenos.


Julia agarra su mochila que andaba tirada por ahí y sale al aire de Callao. Arma un tabaco mientras camina tratando que el viento de abril le seque el sudor de la cara.


Camina un rato largo en dirección a Santa Fe y cuando llega se sienta en el cordón de la vereda.


Está sola y la noche todavía va a durar un rato más así que se abraza las piernas mientras fuma tranquila bajo las luces de la calle.


Le queda un viaje largo a pie hasta llegar a su casa así que descansa las piernas antes de volver a emprender la marcha.


Se mira las zapatillas que alguna vez fueron negras y piensa que qué suerte que está con ellas y no con los borcegos que le hubieran pesado una tonelada en la caminada hasta San Telmo. Ahora anda liviana.


Agarra una birome de la mochila, se hace un rodete en el pelo y reanuda la marcha.


Las marchas se reanudan porque no puede quedarse estática. Porque hay una respiración constante que impulsa hacia adelante como lanzada por una honda del universo.


Si la noche no acabara en algún momento, posiblemente decidiría que el mejor lugar del mundo para habitar era ese cordón de vereda en ese espacio preciso de la intersección de dos avenidas al azar. Callao y Santa Fe. En esas horas donde no hay nadie y la ciudad es como suya.


Pero no. La noche va a terminar y esa esquina va a volver a ser la despreciable de siempre. Con multitudes y colectivos y bocinazos, gente que pide plata y otra gente que se la niega.


Y abril también un día va a terminar y vendrá el invierno tras todo este manto otoñal tan hermoso y onírico.


Y las latas de cerveza congelaran las manos mientras camina por la ciudad y tendrá que volver a beber vino tinto de los picos de las botellas para salvarse.


Y las lunas finitas crecientes se harán llenas miles de veces hasta que todo esto termine de una manera o de otra.


Y saldrán soles con más o menos fuerza, pero soles, con horizontes segados y otros amplios como de un montón de mares.


Y habrá caminado tanto que las zapatillas antiguamente negras se destrozaran en hilachas y de alguna manera aun no revelada, tendrá que procurarse otras.


Y se desharán los tiempos en millones de partículas que trasporta de forma subcutánea.


Y todo su paso torpe por este mundo será un trozo de suspiro en el universo. Espera que un suspiro lindo, amable, dulce.


Y toda la fugacidad de la que estamos conformados se expandirá con la fiereza de los agujeros negros hasta despedazar en astillas todas las comprensiones y especulaciones vacías de los científicos acerca del tiempo, el espacio y la fulgaridad de la vida.


Y el tiempo con todos sus ritmos de sensualidad variantes, a su vez, se les reirá en la cara. Porque él sabe, y lo sabemos nosotrxs, y lo sé yo, que no hay nada que corra más libre que todo lo que él contiene.


Y si algo nos atrapa y nos conmueve es esa libertad desatada. Esa inatrapabilidad que lo caracteriza.



Rivadavia corta la ciudad en dos. No como una regla sino como una daga.


Julia la atraviesa, va al Sur. La avenida ya no se llama Callao, ahora es Entre Ríos. Cambia el olor al cambiar de hemisferio, y los colores de la noche que casi ya son madrugada.


 

Este cuento forma parte del libro Fragmentos de Mundos que se publicó durante el 2021 en Ediciones Frenéticxs Danzantes y que se puede conseguir acá


Autora: Marina Klein


Soy autora también de los libros de cuentos “De Fauces al Subsuelo”, “Danzando entre la Nada y la Furia”, la novela “Trashumantes”, y de las plaquettes “La vida secreta de quien come en la cocina”, “SEAMOS Libres que lo demás no importa nada”, “¿Te gustó coger?”, “Georgina Orellano Puta Feminista”, '"El día de Adela" y “Donde los muros eran de niebla” editados por Ediciones Frenéticxs Danzantes. También dirijo la Revista Extrañas Noches y la editorial recién mencionada.


Nací en Buenos Aires en el 74, viví en esta ciudad hasta más o menos los 20 años y desde ahí hasta el 2012 anduve por el mundo viajando y quedándome largos períodos en distintos lugares de América Latina. En ese tiempo realicé un tour por distintos oficios, escribí para varios medios crónicas de viaje, tuve un programa de radio, limpié casas, hice gorritos de hilo y hasta llegué a tener una pequeña fábrica de joyería artesanal.


Cuando volví hice la carrera de sociología, donde además de aprender un montón, una vez más, me di cuenta que la academia no es lo mío.


Todos los libros se pueden descargar de forma gratuita en la biblioteca libre de Ediciones Frenéticxs Danzantes


O adquirir en físico en el catálogo de Ediciones Frenéticxs Danzantes




Insagram @marinakleinx

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