LA CABEZA QUE RUEDA (Fragmento para degustación)
La mascota
Bien lo sabe la gente: criar una mascota es saludable,
la aleja, en muchos casos, del pabellón de siquiatría o del suicidio,
la hace sentir, de nuevo, que puede ser una persona,
la hace escapar de su monólogo mientras estudia el lenguaje de gatos, perros, lagartijas
y nada hay como tener una lengua, aunque sea rasposa, que la despierte a una en las mañanas.
Yo tengo de mascota un alfiler bien grande que viaja conmigo a todas partes.
Cuando paso por al lado de alguien, o leo sobre alguien, o veo algo sobre alguien que ni en las pesadillas podría imaginar
y me da por reírme, por levantar los hombros o volver la cabeza como hacen los demás,
me entierro el alfiler hasta que llega al hueso
y yo pueda sentir que todavía existe algo que me duele, que puede desinflar mi escepticismo.
Y lo primero que hago en las mañanas es darle un beso a mi aguijón con lengua y todo
y le rezo al sabor de la sangre para que siempre me permita creer que me levanto y estoy viva como si fuera un ser humano.
La esperanza
La esperanza tiene algo que ver con estar esperando algo que no vendrá,
con una luz que debes sostener en nombre de los otros, aunque tú opines lo contrario.
Como el desprecio por la hipocresía de esas flores que se le ponen a los muertos que en vida fueron un estorbo para quienes ahora les rinden homenaje,
así desprecio yo al impostor que dicta la esperanza.
Mas tampoco soy nadie para decirle a otra que piense como yo.
Cada cual debe descubrir, en su momento, que la esperanza es un fantasma,
un invento más del hombre para disimular su bestia,
para esquilmar al prójimo sin que salga en la foto cómo gotea la sangre del colmillo.
Yo tengo la certeza de que la esperanza no existe
y eso me quita un gran peso de encima,
no me pone a esperar como una estúpida
por lo que tengo que salir a buscar
para demostrarme a mí misma que estoy viva.
Mastectomía
¿Te acuerdas cuando tú comparabas mis pechos con dos tenedores envueltos en una luz a punto de sacarte los ojos cuando te inclinabas sobre ellos?
¿Te acuerdas cuando tú comparabas mis areolas con dos sombrillas chinas debajo de la lluvia, mientras yo me decía que cursi este cabrón, pero me gusta lo que dice: que yo soy tu madre y él mi hijo con sus labios pegados a mi pezón como si hubiera utilizado kola loka?
Hasta que un buen día llegó el cáncer ―con su sonoro nombre de metástasis― y de una sola mordida me arrancó de cuajo el seno izquierdo y después el derecho
y me dejó una cicatriz más fea que la cara del diablo cagando y estreñido.
Lo que seguro no recuerdas ―convaleciente yo― fue cuando me dijiste «voy a comprar cigarros y regreso enseguida»,
como si yo fuera una imbécil y no supiera
que así se despiden los cobardes.
Consejo II
Esperándolo como el frescor que trae un viento que llega si es que llega,
o detrás del anzuelo en el agua a ver si el pez tiene hambre y pica
o como un tren con sus vagones cargados de favor.
No, no, pero no.
No olviden que durante los siglos de los siglos el placer tenía un solo sexo
y dudo que en la mente de mis contemporáneos haya cambiado.
No me pregunten el porqué,
hay preguntas que solo merecen que no existan respuestas.
Yo le hago caso a mi experiencia:
toda mujer que se respete y se quiera a sí misma
debe ponerse en el clítoris un piercing.
El espejo
Con el techo pegado en la mirada
y debajo el vacío sin una loza donde poner el pie
y a cada lado de la oreja un muro
como si la hubieran encerrado en una caja donde no cabe ni una mosca,
así ves que se siente tu hija a los catorce años.
No te quedes ahí como una imbécil
como aquella vez que el miedo te detuvo enfrente del espejo.
Salta y rómpelo. Salta y rómpelo
y no la dejes hacer lo que tú hiciste en medio de esa tonelada de soledad que te aplastó a ti, como ahora sientes que pesa sobre ella.
Dale tu mano, acompáñala, abrázala, y trata, sobre todo trata.
Y si las leyes del hombre lo prohíben,
dicta las leyes fuera de las leyes que nos han permitido sobrevivir
y métele la mano en las entrañas y sácale el cigoto junto con esa sangre que ella te va agradecer en el futuro.
No le jodas la vida
como te la jodiste tú
como se la jodiste a ella trayéndola a este mundo sin pedirle permiso.
Este fue un adelanto del Poemario LA CABEZA QUE RUEDA
Publicado en mayo de 2023 por la Editorial Ápeiron, Madrid, España
Enlace para comprar el libro
https://www.apeironediciones.com/libros/La-cabeza-que-rueda-Ra%C3%BAl-Ortega-Alfonso-p556646980
Autor: Raúl Ortega Alfonso
Raúl Ortega Alfonso, La Habana, Cuba, 1960. Poeta y narrador. Mexicano por naturalización, país donde reside exiliado desde 1995. Ha trabajado como profesor de literatura y español en varias universidades. Fue columnista de la sección Noterótica de la edición Mexicana de Playboy y del suplemento cultural Sábado, del periódico UnomásUno. Entre sus libros publicados están los poemarios Las mujeres fabrican a los locos, Acta común de nacimiento, Con mi voz de mujer, La memoria de queso, Sin grasa y con arena, Desde una isla (libro-objeto de poemas y grabados en colaboración con el pintor cubano Carlos García) y las novelas Fuácata, Robinhood.com, El inodoro de los pájaros y La vida es de mentira, esta última Premio Ediciones B & Playboy de Novela Latinoamericana 2013, publicada por Ediciones B, México. En 2014 obtuvo el VII Premio Internacional de Poesía «Blas de Otero», Bilbao, España, con el libro El caballo no tiene zapatos, publicado en 2015 por la editorial Devenir, Madrid. La editorial madrileña EforyAtocha, en su Colección de Literatura Hispanoamericana, publicó en 2015 una antología de su poesía titulada A punta de palabras (1987-2014). En busca del hombre bilingüe, fue su cuento incluido en Cuentos Bi, Magma Editorial, 2019, Madrid. Ganador del IV Premio Internacional de Novela «Héctor Rojas Herazo», con la obra La pistola en el agua, Editorial Torcaza, Sucre, Colombia, 2020. Finalista del I Premio de Novela Corta Alcobendas “Bachiller Alonso López” con MiMadre, editada por el Ayuntamiento de Alcobendas, Madrid, 2022. Poemas y cuentos suyos han sido traducidos al alemán, al inglés y al italiano.
Instagram ramaoral
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