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La persistencia de todas las cosas



Hoy, me dicen, todo se va a hundir. En un rato.

Todo se va a quemar. Hasta el oxígeno dentro de los pulmones.

Todo se va a hundir, a quemar, a evaporar, a fundir. Me dicen.

Hoy es el último aliento de todas las cosas, de las cosas propias y ajenas. El último aliento de la gravedad y el agua.

Me dicen que llega el fin y yo debiera estar desesperado. Queriendo que me crezcan nuevas manos y pies para agarrarme más fuerte. Agarrarme a los marcos de las puertas y a las palmeras. Como en los terremotos. Aferrarme a las manijas y a los afectos. Abrazar a los perros.

Me dicen que llega el fin y ya no voy a poder vivir todas esas cosas que hasta este mismo instante vivo. En solo un rato, no más.

Sin embargo, extrañamente, estoy tranquilo. Aunque me dicen que ahora mismo llega el fin.

Más tranquilo en el fin que el día anterior a mi último cumpleaños.

Más tranquilo en el fin que antes de subirme a un avión para irme de vacaciones a Brasil.

Más tranquilo en el fin que la noche en que perdí por un rato la desconfianza.

Es estúpido preguntarse porque yo tan tranquilo cuando el fin está cerca. Pero lo hago igual. En la cuenta regresiva hacia el fin, me preguntó porque estoy tan tranquilo.

No solo me pregunto, sino que me respondo y la respuesta es que no creo en el fin. Pero no es por la fe que nunca tuve o por contradecir a los que hoy anuncian el fin.

No creo en el fin, porque vi muchas veces la persistencia de todas las cosas.

Ese modo egoísta y absurdo que las cosas tienen de persistir. De aparecer el óxido en el hierro. De esconderse la cucaracha entre las ollas apiladas debajo de la alacena. De buscar el viejo casi muerto, una porción de torta en la heladera en plena madrugada.

Si llega el fin, si esto por fin y para siempre se acaba. En algún lugar algo va a querer coger. En algún lugar algo se va a romper o a unir, en el centro mismo de la oscuridad.

Algo se va a llenar y algo se va a vaciar, aunque, seguramente, no seamos nosotros.

En el Arca de Noe viajan las cosas que no tienen olor ni forma.

Viajan solo las cosas que contagian como un virus, esa ansiedad de persistir.

Se lamen y empujan unas a otras. Hacen alianzas y se traicionan. Hacen pozos y salen en otros lados buscando comida y luz. Cierran y abren orificios, donde ponen millones de huevos. De esos huevos, las otras cosas que las preceden se alimentan.

Es verdad, llega el fin. No habrá más café con leche. No crecerán las uñas, ni se pegarán los chicles en los tapizados.

Yo igual hago lo mío como el gato que se acerca al calor de la estufa, inexorablemente. Y lo echan y vuelve hacia el calor.

Pienso en todas las cosas que me sobrevivirán. Las que van a nacer después, cuando ya no haya nada para mí. Ojalá sepan cantar y no maten al mar ni a los árboles, sería una lástima.

Ojalá sientan calor y pena y se pregunten por el fin. Que sepan y nunca olviden, sobre la persistencia de todas las cosas. Sobre este modo absurdo y egoísta que tenemos de persistir.

Hoy, me dicen, llega el fin.


 

Autor: Leonardo Echeverz

Nací en Lomas de Zamora hace 54 años un 27 de septiembre.

Soy hincha de Boca, tengo dos hijos y me gustan los árboles.

Trabaje como maestro, profesor y director en escuelas primarias, especiales y de adultos.

IG @leonardoecheverz Imagen de Leonardo Lamberta

Se puede ver su obra en @leolamberta




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