Mujeres solas
Melancólica carne donde una vez brotó la alegría, / ojos entreabiertos del despertar cansado, /
¿Tú ves, alma demasiado madura, /
al que seré, caído en la tierra?
La piedad/ Giuseppe Ungaretti
Recuerdo a mi madre decir ─ Hay que armar el catre en la pieza de Sofía─ Marcos no era su nieto más querido, con seguridad porque con su nacimiento se había llevado la vida de su primogénita, la que había soportado con ella el trabajo de criarnos y limpiarnos el culo a las demás, y, acaso la más apreciada por haber sido compañera de las primeras incomprensiones y violencias de mi padre; pero igual era su nieto.
De armar el catre me encargué yo, yo soy María, y lo saqué de abajo del sofá cama donde dormía mi hermana y lo armé bien lejos del mismo, del otro lado del comedor que hacía de dormitorio de Sofía, aunque para eso debí subir las sillas y arrastrar la mesa cargada hacia el costado de la ventana. Lo hice entre rezongos y concluí molesta: “¿Y cómo iba a terminar el hijo de un comunista si no es perseguido? Ahora tenemos que hacernos cargo nosotras del hijo de Irene y ponernos en peligro y en vergüenza alojando un hombre en esta casa de mujeres solas”.
A mi hermana Sofía saber que ese pariente iba a dormir en su misma habitación, un sobrino de mecánico industrial que la saludaba en la fábrica de manera distante, y al que, ella, alguna vez, desconoció ante sus compañeras de turno interesadas en él, que tuviera su misma sangre, cuando los telares se engranaban y Marcos no lograba que anduvieran pronto y las operarias lo trataban de “lindo, pero inútil”, sin admitir que ellas los engranaban a propósito para que él viniera a repararlos, le disparó la decisión de meterse en el baño y ducharse mucho más tiempo del decente, depilarse los sobacos y las piernas, hacerse un baño de asiento, lavarse los dientes hasta hacer sangrar las encías, y cepillarse largamente su mata de pelo rebelde, grueso, abundante y canoso, todo esto lo pude deducir cuando logré entrar al baño, después de amenazarla con derribar la puerta.
Hasta que por fin ella salió, perfumada y leve, y se encerró en el comedor de la casa, que oficiaba de habitación, a desarmar el catre y la disposición de los muebles que había dejado yo, porque la verdad es que el sofá abierto hasta quedar plano era suficientemente amplio para que durmieran dos personas juntas, sin necesidad de sacar el catre de abajo, según mis cálculos.
Mi Madre escuchó todos los ruidos y entendió enseguida de qué se trataban y decidió no opinar sobre los mismos, Sofía ya tenía cincuenta y cuatro años y a todos nos constaba que era virgen, posiblemente mí madre sospechaba que yo, de cincuenta y siete, también lo fuera; pero a ella siempre le fue imposible penetrar mi recato blindado sobre el tema.
Esa noche todos comimos un puchero de carne flaca con verdura y nos fuimos a dormir. Presumo, lo sé, que mi sobrino se habrá sorprendido de no encontrar el catre armado aparte en la habitación sino a su tía esperándolo con la cama abierta, en enagua de seda, la gris melena de pelo suelto, y advirtiéndole que ella dormía del lado de la pared; lo sé porque la puerta de ese comedor nunca cerró bien en esta casa.
Marcos esperó a que ella se acomodara de espaldas y se acostó al borde de la cama, casi cayéndose.
─ ¿Por qué te persiguen?, preguntó Sofía con un hilo de voz para que yo no la oyera.
─ Soy delegado de mantenimiento y formo parte de la comisión interna, desde el golpe, con eso, es más que suficiente.
─ ¿Cómo te enteraste de que te buscaban?
─ Vinieron por mí a la fábrica, me avisaron a tiempo y me escapé por atrás.
─ No te tenía cómo delegado.
─ Vamos Sofía, soy el hijo de quien soy hijo.
Estoy segura de que a ella le gustó que omitiera el apelativo de tía y la llamara por el nombre, y de que a él le costó bastante dormirse, pero en determinado momento despertó con una mujer acomodada casi encima de su cuerpo, eso y el calor de la cama le produjeron una erección, tan persistente como indisimulable; lo sé porque Sofía me lo contó con lujo de detalles durante una pelea para darme envidia, ella se hizo la dormida y se acomodó el paquete de Marcos en el triángulo de su entrepierna como si tal cosa, pero, al rato, le ocurrió algo notable para una mujer que ya empezaba a secarse, se humedeció y lo mojó a él. Dijo que los dos pasaron la noche así, temerosos y excitados, sin avanzar ni separarse, él no atinaba a abrirla y ella no se animaba a hacerlo por su cuenta, que el pelo de ella tenía un olor cítrico y fresco y estaba derramado encima del pecho de Marcos y que escuchaba como él respiraba ese perfume y ella sentía el efecto en la entrepierna.
A las cinco y media de la mañana entré sin golpear en forma silenciosa y repentina y sentí el aire saturado del perfume a limón de mi hermana y de otro olor conocido. Esperé a que los ojos se me hicieran a la oscuridad y traté de entender el bulto del sofá. Me encontré con los ojos abiertos de mi sobrino mirándome, y a mi hermana durmiendo encima suyo con las piernas cruzadas sobre las de él, debajo de una sábana que no dejaba nada oculto a la imaginación; en vez de incomodarse, Marcos empezó a acariciar el pelo de Sofía y a hacerle suaves masajes con las yemas de los dedos en el cuello; sin embargo, no logró el efecto buscado, que era el de despertarla, sino el de hacerla ronronear como una gata. Ella, que intuyó mi presencia, se hizo la dormida, dejándome entender que nada iba a impedir que siquiera disfrutando del aliento tibio del sobrino en el cuello.
─ Gata descarada, ya es hora de ir a la fábrica, creo que le dije. Lo cierto que por más descarada que fuera la gata creo que esa noche no pasó nada, más allá de la proximidad imantada de los cuerpos.
Durante el día, mi madre, la abuela Marta de Marcos, le dio la pala al nieto y le hizo puntear un cuadrado para la quinta, arreglar el techo del gallinero y tensar los alambres del cerco, demostrándole al nieto que ella tenía sus propias ideas sobre para qué sirve un hombre en la casa. Le dio de comer un guiso y le permitió bañarse y cambiarse con las ropas que quedaron buenas de mi finado padre.
Esa tarde, a la vuelta de la fábrica, Sofía tomó el baño de nuevo por asalto, y repitió la ceremonia del día anterior ante los rezongos de mi madre y míos, ya cansadas de juntar pis en las vejigas.
Cuando Sofía y Marcos fueron a la cama no ocurrieron la tensión ni las dudas de la noche anterior, fue meterse en las sábanas y empezar con el frotamiento, las caricias y los tibios besuqueos, cada uno en su momento se quitó la ropa interior, ella conservó la enagua de seda y en determinado momento se decidió a montarlo, leve, con sus escasos cincuenta kilos para una mujer de un metro setenta de alto; hasta ahí lo que yo pude ver sin poner en evidencia que la espiaba y sin escandalizar a mí madre. Pero la perra me contó que empezó a frotar su sexo sobre el de Marcos, lenta, precisa, hasta que en un avance apenas más audaz que el anterior la tuvo adentro, que sufrió una aspiración repentina, mitad placer, mitad asombro, consciente, a pesar del abandono, de vivir un momento esperado e irrepetible. Cuando le llegó el primer orgasmo lanzó un grito de agonía (que se escuchó en la habitación vecina, donde yo me estaba acostando); pero la segunda vez Marcos la embistió sin darle tregua y prolongó el grito hasta transformarlo en un ronquido, al séptimo u octavo se derrumbó encima de él en medio de un gruñido rencoroso e interminable; entonces él quiso retirarse para eyacular y ella no se lo permitió dejando que la inunde, y que el semen caiga entre las piernas de él y se encharque en las sábanas que ella conservó sin lavar para siempre. A mí, que trataba de encubrir con dificultad la respiración despareja y los sacudones, me pareció escuchar a mi madre decir: “Ya todo ha ocurrido”.
Al día siguiente, cuando nosotras estábamos en la fábrica, mi madre le dio al nieto el dinero y la dirección de su cuñada en la provincia y Marcos se fue para siempre.
Desde ese día, Sofía, se encerró en el comedor y de la rabia hizo que la puerta cerrara bien por primera vez, y se negó a ir a trabajar en medio de ataques de llanto, y sólo salía para ir al baño, o, en las horas de la noche, hacerse un té con galletitas de agua cuando nadie la veía. A su tiempo, una sobrina evangelista, la hija mayor de mi hermana Sara, logró jubilarla por invalidez. Yo, al cabo de los años, logré casarme con mi cuñado comunista, o sea el padre viudo de Marcos, y acepto resignada que no me llevé la mejor parte de la herencia de mi hermana Irene.
Marcos, ya pasados sus cincuenta, nunca pudo entender por qué la abuela Marta no le dio el dinero y la dirección el primer momento del primer día, pero, a su tiempo, aprendió a detestar los perfumes dulces, a apreciar los cítricos, y a recordar el pasado lejano, cuando que ya no le quedaban guerras en las que creer ni batallas que dar ni paz en los recuerdos de juventud, y mucho menos perfumadas sorpresas que aplacaran sus erecciones nocturnas.
Autor: Horacio Rodio
Autor del libro “Palabras de piedra” Ediciones Baobab año 1999
Autor del libro “Media baja” Ediciones Dunken año 2012
Autor del libro “La insistencia de la desdicha” Editorial Ruinas Circulares año 2018
Primer premio Concurso de cuentos J. L. Borges Ciberboock 1996
Primer premio Concurso de cuentos suburbanos 1997 Ediciones Baobab.
Segundo premio concurso de cuentos “Traspasando fronteras” Universidad de Almería (España) 2007
Antología Concurso Gepp ediciones 2009 Ciudad de Melilla, junto a 19 escritores.
Primer premio IV concurso de cuentos “Traspasando fronteras” Universidad de Almería (España) 2009
Accesit Cuento. La lectora impaciente 2009 España
Primer premio Concurso Jacinto Santamarina Ciudad de Lobos 2010
Accésit 8º Certamen Internacional de Relato Breve “La lectora Impaciente 2011
Segundo premio Concurso de Cuento Barracas al Sud 2011
Tercer Premio Certamen 90 Aniversario Federación de Asociaciones Gallegas de la Argentina 2011
Primer Premio Concurso de cuentos El Zorzal 2012
Segundo Premio Cuento Ciudad de Azul 2012
Tercer Premio Cuento Sociedad Italiana de San Pedro 2012
Tercer Premio Relato Sociedad Italiana de San Pedro 2013
Segundo Premio Relato “Babel” Ciudad de La Falda 2013. Córdoba, Argentina.
Primer Premio Cuento Concurso Mario Nestoroff 2013 San Bernardo. Chaco. Argentina.
Primer Premio Cuento Concurso EDEA. Avellaneda Pcia, de Buenos Aires 2013
Primer Premio Cuento Concurso “Villa de Errentería” 2013 España.
Primer Premio Cuento Ciudad de Azul 2013
Primer premio Cuento Floreal Gorini, Centro Cultural de la Cooperación, 2015
Mención Cuento Premio Julio Cortázar 2015 La Habana Cuba
Primer Premio Poesía Ciudad de Azul 2015
Tercer Premio Cuento Bonaventuriano Universidad de Cali Colombia 2016
Tercer Premio Cuento Sociedad Italiana de Sam Pedro Argentina 2017
Segundo Premio Poesía Alejandra Pizarnik Cañada de Gomez, Santa Fe, Argentina 2017
Tercer Premio Poesía Centro Cultural Kemkem. Necochea. Argentina 2018
Única mención de Honor IV Premio Internacional de Novela Héctor Rojas Herazo 2020. Colombia.
Primera Mención Poesía. Concurso Adolfo Bioy Casares 2020. Las Flores. Buenos Aires. Argentina.
Primer premio de cuentos Ciudad de Pupiales 2021, Fundación Gabriel García Márquez, Nariño, Colombia.
Primer premio libro de poesía. XV Concurso Nacional Adolfo Bioy Casares. 2021. Las Flores. Provincia Bs. As.
Segundo Premio Municipal CABA Eduardo Mallea (Libro de cuento inédito) bienio 2011/2013
Foto de Julio Colantoni
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