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Nunca amé a nadie, pero recuerdo tu nombre


"La única diferencia entre un capricho y un amor eterno

es que el capricho dura un poco más".

El retrato de Dorian Grey, Oscar Wilde



Recuerdo que me dijo que su nombre significaba “el que tiene firmeza”. Lo que no recuerdo es cómo fue que empezamos a hablar de eso, quizás porque le llamó la atención lo inusual de mi apodo, una palabra que mi hermana había encontrado en un diccionario Euskera-Español / Español - Euskera que nuestra abuela conservaba en el estante más alto de la biblioteca y que nunca supimos quién lo había llevado a la casa. Jamás me habían llamado así, pero por aquellos años, me gustaba la idea de conocer gente nueva e inventarme algún apodo. Udazkena, le dije, algunos consideran que es demasiado largo y lo acortan, y entonces tengo el sobrenombre del sobrenombre. Se rio con ganas y llevó la mano izquierda sobre su cara. Tenía el pelo corto, claro, más corto a los costados, y unos ojos grandes y marrones donde entraba todo mi universo. Su segundo nombre también era bíblico y me reí cuando me enteré de que lo habían bautizado así porque eso figuraba en el santoral católico el día de su nacimiento. Esa vez, no se rio, y comprendí de inmediato que la religión era un tema importante en su vida. Muchos años después, cuando ya se había ido y estaba trabajando en la multinacional, la gente todavía me hablaba de él.


A mí me gustaban tus manos, la forma de saludarme todas las mañanas con tu boca tan cerca de la mía, casi rozándonos. La invitación para ir por un chocolate después de almorzar, la tarde que pasamos juntos en mi casa, transpirando, sin que nadie supiera jamás lo que habíamos hecho. Me gustaba tu bondad, tu forma clara de explicar las cosas, de ver simple lo difícil. Allá, desde las alturas, ¿es así como se ve? Imaginaba tus fines de semana rodeado de amigos y familia, siendo feliz, siempre feliz tan lejos de mí. La vida tomaba color de lunes a viernes en horario laboral, con vos, ahí, mirándome. Con tu voz, un poco infantil, llamándome. Y de repente lo inundaste todo. Ya nada quedó por fuera de tus brazos, de tu espalda ancha, de tus piernas infinitas. Y de repente tuve que parar porque me ahogaba. Me ahogaba, ¿entendés? Ya no puedo respirar, ahora mismo, no puedo. Quiero verte y no sé dónde estás, ni cómo llamarte, aunque sé muy bien tu nombre, todos tus nombres. Pero entonces recuerdo que vos nunca supiste el mío, que seguiste llamándome otoño porque jamás te importó conocerme. Y si quisieras buscarme ahora, ¿cómo me llamarías? Entonces vos te fuiste, pero yo me quedé porque quizás algún día quieras volver a buscarme y no vas a saber en qué estación detenerte.


Y me acuerdo que no es amor.

Solo son palabras que escribo.

Que nunca quise a nadie; tampoco a vos.



 

Autora Maite Escudero



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