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Temblores en la memoria ida


Vino el sismo y el departamento sufrió bastantes daños. Se nos desalojó por más de un mes y luego, tras asegurar que se sostendría ese desastre de cemento lacerado, cristales rotos y varillas sobresaliendo como fracturas expuestas, pudimos regresar.


Tras esquivar bloques de yeso caídos por doquier, insomnes evidencias de una apocalíptica batalla entre el edificio y el terremoto que la asoló, abrí la puerta que había dejado sin llave. Esquivé objetos por doquier que cayeron al igual que restos de yeso, vidrios vomitados por las ventanas. En el muro al final del pasillo, antes de mi habitación, había una grieta enorme del techo al suelo por donde se colaban el viento del otoño citadino. Las lluvias habían arrastrado tierra, yeso y cementos al interior desbordándose en ríos de mugre que recordaban una violenta primera menstruación cuyos restos se habían oxidado en el olvido.


Mi habitación era un desastre total. La cama estaba cubierta por una capa de polvo sobre lodo excretado desde el techo. Las tuberías del baño del departamento de arriba se rompieron vaciando cientos de litros sobre ese cuarto. Ropa, libros, la televisión y un largo etcétera se empaparon y luego se secaron volviéndose una masa amorfa cuyo olor a humedad pasada era asqueroso. Tuve que salirme para tomar aire y conseguir algo para taparme la boca y nariz.


Sería un largo proceso el poder limpiar y recoger esa pocilga.


Luego de un mes de esfuerzo el cuarto estaba despejado. Faltaba mover el colchón cuya superficie estaba rasgada por años de rodar, no precisamente despierto. Debajo, la base de madera era un rectángulo con cajones, tablas gruesas y de enorme peso. La movía pocas veces, prefería meter la aspiradora para sacar el polvo y luego un trapeador de placa.


Esta vez, dado que estaba en proceso de mudarme, quizás pudiera rescatar la base ya que el colchón de las memorias borrosas estaba echado a perder. Junté fuerzas y poco a poco separé el casi monolito de la pared para despejar el espacio que era la cabecera. Mi plan era limpiar allí y luego ponerlo de forma vertical con apoyo de amistades que más tarde llegarían.


Luego de quince minutos había abierto un espacio lo suficientemente amplio para poder limpiar. Jalé la nata reseca de polvo y la acerqué. Entonces noté que había ropa entremezclada: unas pantimedias negras rasgadas en el crochet, una tanga azul con algo de encaje y un corpiño de enorme copa que no combinaba con la segunda prenda.


Me senté sobre la base. La pantimedia, por razones que escapaban a mi comprensión, no fue afectada por la lluvia por lo que pude descubrir, a un costado de la rotura las manchas de semen como algo seco que endurecía el tejido. Traté de recordar cuándo sucedió y con quién. Por igual la tanga, que por su tamaño, se podía explicar su olvido. No así del corpiño…

Eran tres restos de la arqueología de mis pasiones con sombras que llegaba a conocer en alguna fiesta o antro. Eventos nocturnos de una ocasión única a las que nunca había una llamada o un mensaje posterior. Quizás porque solo nos importaba el momento, quizás porque en la bruma alcohólica susurramos números o alias que nunca más rememoramos, quizás porque eran cuestiones tan secretas para que la pareja o cónyuge respectivo viviera en la ignorancia.

Podía olvidarme de los nombres y del color de la piel, no de las caderas y senos bamboleantes, todos iguales en ardor, tan diferente en volumen y forma. Por igual los gemidos y los susurros insistiendo más profundamente, más lento, más suave. Las humedades que devoraban mi verga, las lluvias que empapaban el colchón dejando por allí y por allá blancas islas que lentamente se diluían. Los olores cuando me las comía, los besos con mi sabor cuando era correspondido.


Por igual las que se quedaban dormidas mientras me levantaba para bañarme y luego ir a la oficina, a pasar un día con la familia. Las que despertaba de súbito, se lavaban la boca en lo que pedía que un taxi seguro que las llevara a donde eran esperadas, aquellas que de súbito se desvanecen en la madrugada dejando sólo un espectro de su perfume y llevándose algún recuerdo del interior de mi cartera.


Solamente podía recordar los nombres, falso o verdaderos, de aquellas que en los juegos eróticos de la cita o de los meses saliendo con el acuerdo común de que nada sucedería, se vestían tan provocativamente para luego pasar a juegos con las manos, los pies que se sumaban a los roces que provocaban una imbatible erección que ellas nunca corresponderían. Astarté, Blanca, Zaraide, Maité, Iluvián, Vania siempre se despedían con la sonrisa coqueta y me dejaban un enorme dolor en los huevos.


Varias de ellas, que conocían mis filias, llegaron a usar medias, pero no recordaba a ninguna con pantimedias, menos rasgadas así en medio como evidencia de una enorme desesperación por asaltar y poseer.


La tanga y el corpiño no mostraban mayor estropicio ni marca que también gritara a los cuatro vientos del eros una situación de urgencia… solamente de olvido detrás de una anónima cama que rara vez se quejaba de los asaltos que por encima sufría, de las lluvias doradas, de los juguetes que llegaban tan rápido como se iban…


Entonces también rememoré algo más… los temblores en mi carne cuando el momento extremo era invocado sin importan el movimiento o el orificio. Terremotos en la piel, en el cerebro, en el corazón, en la piel que preludiaban y acompañaban al volcán de esperma que inundó cavidades, fue alimento, regó pieles, se desperdició en sábanas o en el suelo… punto germinal de las islas que morían desvanecidas en los humores secretados por quien también lograba unírseme en el clamor.


¿El edificio habrá copulado con la tierra y por eso el sismo que dejó este desastre? reflexioné mientras tiraba las prendas al interior de una bolsa negra como aquellas para los cadáveres de la vida perdida.

Luego continué con la limpieza. Quizás en un futuro, entre la base y la pared, habría un nuevo yacimiento arqueológico de la erótica anónima que un viejo dejó por detrás como ecos de esas noches perdidas.


 

Autor: Eduardo Honey (México, 1969)


Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer lugar (Teresa Magazine 2020, Nyctelios 6ª. Ed.), segundo lugar (bokker Awards 2021) o finalistas (Certamen Internacional de Microcuento Fantástico mi Natura 2021 y 2020, 1er. Concurso de Cuento Breve Plétora Editorial 2020, Mención de Honor del Jurado, Quequén 2020, Supraversum 2021, Novum 2021, VIII Concurso Internacional de Microrrelatos "Jorge Juan" 2021, Madrid Sky 2021, II Concurso Literario "Relatos legendarios" 2021). Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2022 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.

Twitter, Instagram: @eohoneye


Ilustración de Leonardo Lamberta

Se puede ver su obra en @sol_planetario_amarillo

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