Todo Arde (Adelanto para degustación)
I. Sobre la fragilidad del recuerdo.
Who shall measure the heat and violence of a poet's heart
when caught and tangled in a woman's body?
Virginia Woolf
La memoria es fragmentaria, en especial cuando recordamos el placer. Es por esta insuperable razón, lectores, que quedan advertidos sobre mi incapacidad de ser una narradora fiel. No tengo alternativa, ya que solo cuento con detalles, retazos. Los hechos acuden a mi mente sin un orden, sin espacio y tiempo. Me decanto por la espontaneidad de la memoria y trato de no sucumbir ante la necesidad de ser exhaustiva en el caos. Cada intento de editar los recuerdos me sume en una intensa melancolía.
Como dije, los hechos acuden a mi mente. Un día de verano, caluroso, Fabricio y Gabriel vestidos de uniforme escolar y desdén adolescente. La primera vez que los ví. Un corte a los primeros besos furiosos, calientes, ocultando de la mirada ajena lo que los tres creíamos que era algo cercano a lo ilícito. Un avance rápido a esas primeras cogidas a escondidas, en los ratos en los que nuestros padres hacían las cosas que hacen los adultos.
Pero la memoria es, además de frágil, tremendamente confusa. Por un lado, sé que cambio fragmentos enteros cuando recuerdo lo que pasó; por otro, me obsesionan los detalles. Esos momentos escurridizos que quedan grabados en un lugar inaccesible, primordial, en esa parte del cerebro que nos conecta con los primeros organismos unicelulares, el comienzo de la vida, un estanque hirviente, humeante, en el principio de los tiempos. Allí, en el centro, los primeros seres, ya vivos, pero aún sin conciencia de ello, se deleitaban en pleno apareamiento celular, danzando orgásmicamente hacia la vida en un desborde sensorial. Pero, antes de la vida, estuvo el calor y la confusión. Un océano de magma ardiente, meteoritos golpeaban contra la superficie líquida. Todo estallaba alrededor. Todo se prendía fuego.
Perdí el hilo, lo cual no debería sorprender. Me pregunto qué recordarán ellos, cómo me relatarán y si el paso del tiempo habrá hecho sucumbir el recuerdo del deseo. Por ejemplo cuando rememoren aquella tarde de invierno, en una plaza extrañamente solitaria, en que nos encontramos a fumar porro y rescatarnos del aburrimiento. Las hamacas en las que nos sentamos crujen, hostigadas por nuestro movimiento furioso. Cierro los ojos e imagino que vuelo, mi cabello suelto como una capa que me cubre. Me río. No lo creo entonces, pero aún soy una niña. Minutos después, nos detenemos. Me piden que les muestre las tetas. Me muero de vergüenza pero, aunque soy una niña, no quiero que ellos lo sepan. Me abro la campera y me levanto a la vez el pulóver, la remera y el corpiño. Un flash de piel rosada pasa frente a sus ojos. “Más lento”, dice uno de ellos. Miro alrededor y nadie viene. Me subo nuevamente la ropa y dejo que se deleiten con mis tetas grandes, tersas, tenuemente enrojecidas por el frío. Los pezones están duros y atentos a sus movimientos. Fabricio se acerca a mí sin levantarse de la hamaca y me pellizca levemente un pezón. Me mira a los ojos cuando lo hace. Siempre con esa mirada desafiante que nunca logré descifrar. Luego, estira la otra mano y hace lo mismo con el otro pezón, aumentando la presión. Veo a Gabriel observar la escena, las mejillas enrojecidas, las pupilas dilatadas, sacándose un mechón de cabello de la cara. Fabricio se pone de pie y se acerca a mí. Se agacha y se mete un pezón dentro de la boca. Su saliva y su lengua son cálidas y siento un hormigueo en la concha. Mientras muerde la punta, con una mano acaricia la otra teta suavemente. Gabriel se acerca a nosotros sin que lo note. Me toma la mano y la lleva a su pene endurecido. Lo aprieto a través del jean. Luego, estiro el cuerpo y lo muerdo suavemente. Me toma del pelo con firmeza, pero con una sorprendente suavidad.
Otro recuerdo. Ahora estamos en la casa de Gaby. Me arrastro en cuatro patas por la cama y me pongo de rodillas junto al borde. Me toma la cara con ambas manos y se acerca a besarme. Me gusta como besa. Es suave y paciente. No cierra los ojos cuando lo hace y nuestras miradas se cruzan. Caemos sobre la cama sin dejar de besarnos. Su lengua roza el borde de mis labios, muy lentamente. Luego vuelve a introducirse en mi boca, saboreando cada hueco. Baja la mano hasta entre medio de mis piernas y desliza un dedo dentro. No hay resistencia. Todo es calor y humedad. Muevo las caderas hacia adelante, su dedo hundiéndose aún más dentro mío. Me observa gemir e introduce un segundo para que el placer se intensifique. Me agarra la cara para que lo mire. Pero no puedo sostener su mirada. Mi atención se reduce a sus dedos acariciándome por dentro.
Fabricio se acerca, besa a Gabriel y con un movimiento delicado pero firme le indica que se corra. Me toma de las caderas y me arrastra al centro de la cama. Su cabeza baja a mi pecho y sus dientes se cierran sobre el pezón derecho. Subo las caderas y engancho mis piernas alrededor suyo. Quiero que me penetre, pero él se toma su tiempo jugueteando con mi cuerpo, su pene erecto acariciándome el clítoris con intensidad. De golpe, baja una mano para acomodarse entre mis piernas y se entierra completamente en mí. Dejo escapar un grito ahogado y me arqueo para agarrarlo del cuello y morder sus labios. Me penetra con un ritmo frenético. Lo escucho gemir y pienso que ha acabado, pero al levantar el rostro veo que Gabriel está cogiéndolo por detrás. Lo toma de los hombros con una firmeza que me sorprende.
Me estalla el cerebro. Siento dentro mío el magma burbujeante, hirviendo, atravesando la roca para encontrar liberación. Un flujo cálido recorriendo las cavernas del inframundo, destruyendo todo lo que encuentra en su camino. Un mar violento estallando contra las paredes de piedra, salpicando en su estremecimiento los bordes ennegrecidos. Los colores, naranja, amarillo, rojo, marrón, contra un fondo negro. El fuego se cuela hacia el agua, haciéndola arder. El vapor que se eleva hacia el cielo, estirándose, diseminándose, hasta desaparecer. El suelo ennegrecido, tajeado por el rojo lacerante del magma que puja por salir. Todo arde, inevitablemente.
Finalmente, la calma.
Esto que estás leyendo es un adelanto de la Plaquette Todo Arde publicada recientemente por Ediciones Frenéticxs Danzantes.
Autore Reina Rosko
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